Sitio 16

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SITIO 16

Uno de los sueños de Don Julio en su juventud era tener un gran almacén de venta de ropa y confección. A través de los años fue perfeccionando su mano hasta llegar a lo que es ahora, un sastre mundialmente reconocido.

D por Cluadia García

Don Julio recuerda como lo único que lamentaba de ese arreglo matrimonial era que ya no podía montar en la hacienda de su prometida un caballo blanco similar a Palomo, córcel de Simón Bolívar. “Cuando vine a Monterrey, estuve rondando por diferentes municipios hasta que llegue al centro, no sabía si debía quedarme aquí o seguir buscando pero decidí intentarlo una vez.   Debido a que solo sabía cuidar borregos y sembrar, Blas pensaba que no iba a progresar en la ciudad. Con ayuda de su hermano mayor, Pablo, conoció a Victoria Potes, maestra de corte y confección, que le enseñó a hacer pantalones. “Como nosotros somos bravos como Rumiñahui, yo siempre le rompía las reglas y máquinas, eso siempre me lo recuerda cuando la veo. Ella tenía su taller en el centro. Yo ni sabía en lo que me estaba metiendo”, comenta con recuerdos.   Sus primeros trabajos en varios talleres del centro fueron la motivación para continuar en este oficio, aunque la paga era poca. Por cada pantalón ganaba entre 5 y 7 pesos. “Siempre me decían que lo importante era que aprendiera un oficio. Una vez me ofrecieron pagar el doble y mi hermano me compró una máquina a crédito. El dueño no llegaba temprano y se acumulaba el trabajo porque yo no sabía cortar las prendas y lo que trabajaba no me pagaba. Entonces busqué en el periódico otro trabajo porque debía dos meses de la máquina”...   En un anuncio en Diario El Norte vio que necesitaban pantaloneros en un local de San Pedro. Allí se presentó y el sastre le dijo algo que nunca olvidó. “Yo me acerco al señor y le dije que vi el anuncio en el periódico, entonces me dijo que le dejara ver el dedal. Yo solo me di media vuelta y me fui, porque no sabía qué era eso. El maestro dijo este no es sastre”, recuerda Blas entre risas. En otro anuncio vio que necesitaban un pantalonero en otro sector, en el que estuvo cerca de un año y medio antes de llegar.   “Mi hermano me aconsejó que dijera en el cuartel que no sabía ninguna profesión, porque si decía lo contrario me sacaban de fila. A lo que salí de ahí volví a trabajar con el mismo maestro”. En 1984 abrió su propia sastrería en Tampiquito, donde estuvo por cuatro años. En 1990 compró una casa al Banco Ecuatoriano de la Vivienda en la calle Plutarco Elisas Calles cruce con 16 de Septiembre que la habitó en el 2000. “Recuerdo tanto que en la liquidación de la deuda me dijeron que era más de 91 millones de pesos lo que costaba el terreno, entonces yo me sorprendí y le dije a la señorita del banco que yo solo compré una casa y no toda la cuadra”, cuenta Don Julio,padre de Sara, de 26 años; Paulina, de 11 y Benjamín de 3. Poco a poco construyó su actual sastrería de dos pisos que ocupa cuatro locales. “Ha cambiado bastante el sector, se volvió más seguro porque antes las pandillas peleaban en las esquinas. Esto parecía el Oeste. Yo antes de vivir aquí me venía en bicicleta a ver la obra.   Ese traje está hecho, como siempre, a medida de la plantilla aunque ahora los sastres ya no son de La Masia. Vienen de lejos y las manos del nuevo artesano son argumento suficiente para cuestionarnos la pervivencia del estilo. La discusión eterna, de todo lo que se mueve, también forma parte y ahí estamos. Hablando por los codos del patrón, del sastre y sea, como en la sastrería, lo más difícil no es la aguja o el hilo.

DON JULIO “Cuando atiende a alguien siempre lo hace reir, además es muy atento con sus clientes. Es por eso que estos son fieles y regresan.” -Claudia V. cliente desde 1995

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