La analítica estadounidense

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EL EJE DE LA DESINTEGRACIÓN | Revista Replicante

8/23/10 8:41 AM

En efecto, el analista californiano Sam Quinones puso en el candelero tal descripción en un ensayo publicado en Foreign Policy sobre la circunstancia mexicana actual, en un número dedicado a las consecuencias presentes y futuras de los estados nacionales que, a lo largo y ancho del planeta, se hallan al borde de comenzar a ser estados fallidos; el número de la revista se llamó “El eje de la desintegración”. Ahí, el estudioso y periodista afirmó: He viajado a lo largo de la mayoría de los 31 estados de México. He escrito dos libros sobre el país. Y aun así me cuesta trabajo reconocer el terreno ahora. México está destrozado por una insurgencia criminal capitalista. Se halla luchando por su vida. Y muchos de los estadounidenses parecen no darse cuenta de lo que está ocurriendo justo al lado suyo. 6

La parte tenebrosa de la realidad así planteada se encuentra en el término “insurgencia”, ya que por definición toda insurgencia lo que busca es hacerse con el poder del Estado. Envalentonados por su habilidad organizativa, por la amplia base social que poseen, por el poder de seducción que tienen entre la clase política, por su impronta entre los cuerpos policíacos y por el poder de fuego que su prácticamente infinita capacidad de compra puede adquirir, lo que en su momento fue un lucrativo negocio de provincianos inescrupulosos y analfabetas ha mutado en un lance salvaje por carcomer la vida entera de un Estado-nación con endebles estructuras funcionales como es el caso de México: “México ha sido dejado a su suerte, y las bandas que en un Estado más eficiente pudieron haber sido controladas localmente se han dejado crecer hasta formar una poderosa fuerza que ahora ataca al propio Estado mexicano”. 7 El estado de guerra mexicano, entonces, rebasa con mucho una mera escaramuza policíaco-criminal o un reacomodo entre pandillas rivales por las rutas de los estupefacientes a Estados Unidos. Tampoco es un intento por utilizar la fuerza del ejército como simple elemento disuasivo, como un supuesto paradigma de orden y lealtad en la impartición de la justicia. Es una verdadera guerra civil en la que se juega no tanto quién sino de qué manera operará el país al cabo de una o dos generaciones. La próxima instauración de un Estado corsario hecho a la medida de un boyante universo criminal nacional. Más allá de que una camarilla en el poder estatal nacional continúe con el acrecentamiento de violentas políticas neoliberales revestidas con discursos populistas, provocando así el descreimiento de las mayorías en su legitimidad, un signo inequívoco de debilidad estatal, y de posible quiebre nacional en el corto plazo, es la disolución del monopolio de la fuerza.

Para lograrlo, ha comenzado el periplo de la confrontación total. Tras una sostenida y eficaz penetración en amplios sectores institucionales y ciudadanos a lo largo del último cuarto de siglo (vía la compra, el soborno, la atracción o la amenaza), para la amplia red mafiosa nacional ha llegado la hora de la escalada definitiva. El encontronazo entre las fuerzas oligárquicas tradicionales y los criminales organizados ha alcanzado un punto de quiebre. El bando de los advenedizos correctamente ha detectado enormes debilidades en la maquinaria funcional del país, y ahora lucha por utilizarla plenamente a su favor. La disputa por el poder es frontal y ha alcanzado sin remedio a la población civil; signo inequívoco de una conflagración mayor, de una revuelta con todas las de la ley. En este sentido, la reinstauración de la decapitación como elemento de castigo, comunicación y amedrentación da a entender sin mácula lo que está en juego: la defenestración del poder del Estado actual para implantar uno nuevo en su lugar.8 Ésta es la realidad que se halla detrás de la incendiaria descripción de Sam Quinones. Por su hondura, ameritó que el embajador mexicano en Estados Unidos intentara invalidarla en una carta dirigida a la revista9 o que el propio Felipe Calderón dijera en una presentación oficial, al poco de haber salido al mercado el texto en cuestión, que México no era un Estado fallido. No obstante, Foreign Policy es consecuente en sus análisis. Tiene un armazón analítico depurado en el que la clasificación de México como un Estado al borde del colapso es innegable. En el marco del Índice de Estados fallidos, que desde hace un lustro realiza en conjunto con la organización no gubernamental Fund for Peace, establece que: La categoría de “Estados fallidos” se ha convertido en parte del uso estratégico actual y posee diferentes definiciones. Para los propósitos de nuestro Índice, un Estado fallido es aquel en el que el gobierno no posee control efectivo de su territorio, no es percibido como legítimo por una porción significativa de su población, no proporciona seguridad doméstica o servicios públicos básicos para sus ciudadanos, y carece del monopolio del uso de la fuerza. Un Estado en caída puede experimentar violencia activa o ser simplemente vulnerable a la violencia. 10

Más allá de que una camarilla en el poder estatal nacional continúe con el acrecentamiento de violentas políticas neoliberales revestidas con discursos populistas, provocando así el descreimiento de las mayorías en su legitimidad, un signo inequívoco de debilidad estatal, y de posible quiebre nacional en el corto plazo, es la disolución del monopolio de la fuerza. Es un hecho irrebatible que el Estado mexicano no posee la unilateralidad en el poder de fuego, en la determinación de la vida y la muerte de amplios sectores http://revistareplicante.com/destacados/el-eje-de-la-desintegracion/

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