%0 historias de solidaridad.

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Misionero de otra forma Basta un minuto de conversación relajada con Alberto para darse cuenta de que el hombre es más andaluz que una aceituna, por eso sorprende que su apellido -Eisman- tenga orígenes germánicos. La culpa de este contraste la tiene el emperador Carlos III, quien hace casi tres siglos, llevado de su afán de modernizar España, tuvo la ocurrencia de poblar algunas zonas de Jaén con colonos procedentes de Alemania, alguno de los cuales seguramente es antepasado de este jienense bien dotado para las lenguas. Cuando le visité en Innsbruck allá por 1994, recién terminados sus estudios de Teología, alguno de sus compañeros me contaba que hablaba tan bien la lengua de Göethe que mucha gente que le oía -asumiendo que el chico era alemán o tal vez austríaco- le preguntaba: “Lo que no entiendo es por qué te llamas Alberto, y no Albert”. La anécdota dice mucho de él. Metódico, crítico y con una enorme capacidad de trabajo, Alberto Eisman es un políglota que primero se batió a brazo partido con el alemán durante sus años de teologado con los misioneros combonianos, tras ser ordenado sacerdote aprendió el inglés y a continuación pasó dos años en El Cairo adentrándose en el laberíntico árabe clásico antes de aterrizar en Sudán, país al que fue destinado. En Jartum pasó seis meses ajustando su árabe a la modalidad dialectal de este país antes de aterrizar en su primer destino misionero: la parroquia de Nzara, en el suroeste de Sudán, en tierra de los ‘zande’.Y como suele ocurrir con tantos combonianos, sin darse cuenta aprendió el italiano, fruto de la convivencia con muchos compañeros de la orden fundada por Daniel Comboni.Y espero que algún día me explique cuándo demonios tuvo tiempo para aprender el francés, que chapurrea más bien que mal. Pero si Alberto es un gigante, lo es más de la solidaridad que de los estudios lingüísticos, que también. Cuando llegó a Nzara, allá por 1998, el lugar era uno de los muchos del Sur de Sudán que vivía los sobresaltos de la guerra que, de 1983 a 2005, se cobró cerca de tres millones de vidas y convirtió esta región en uno de los lugares más míseros del mundo. Nzara estaba controlado por los rebeldes sudistas del SPLA (Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán, en sus siglas en inglés), los cuales durante aquellos años cambiaban de un día para otro por lo que se refería a su actitud frente a la Iglesia católica, y al mismo tiempo que reconocían sus esfuerzos por ayudar a la población su presencia no dejaba de ser incómoda, al convertirse el personal misionero en testigo de las tropelías de los insurgentes. Apenas llevaba Alberto un año en esta zona cuando, tras muchos meses de tensiones, los misioneros se vieron forzados a abandonar el lugar. 57


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