Malamag nº 8 - Caos

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atractivo: Green light District, también conocido como Pusher Street. Amablemente y en más de cinco idiomas, el cartel explicita las normas de esta zona: “Estimados amigos, en Green Light District tenemos tres reglas: Diviértete. No corras - porque crea pánico. No sacar fotos – Comprar y vender hachís sigue siendo ilegal”. Recorrer Pusher Street no deja de ser intimidante y fascinante al mismo tiempo. Pero, mientras el aroma a marihuana y hachís comienza lentamente a envolver el olfato, y la gente, mezcla de turistas y habituales, se mueven motivados por la curiosidad o la satisfacción de comprar unos gramos para fumarlos por las calles, parques, bares, terrazas y bancas de Christinia, comprendes que todos en su diversidad son bienvenidos aquí, donde cada noche se enciende la luz esmeralda del distrito. Los puestos de venta, que en las calles previas estaban abiertos y al aire libre, son ahora pequeños cubículos con estrechas entradas y cubiertos por espesas mallas de camuflaje, cada uno junto al otro, cada uno protegiendo al otro. Acá, en Green Light District, Christiania pierde color, acá Christiania está a la defensiva, acá Christiania está en guerra y sus soldados esconden sus rostros. *** Ir a Christiania se considera la forma más fácil, rápida y segura para comprar marihuana. Según los últimos indicadores del gobierno 17.000 daneses se declaran asiduos consumidores. Quizás tener un lugar como este ayude a mantener la paz y control entre quienes venden y quienes consumen. Eso sí este período de relativa calma fue precedido por uno de los puntos más negros en la historia de Christiania: una guerra de dos años entre bandas motoqueras por el control del comercio de la droga significó la muerte de 10 personas y varios heridos. Estos hechos dieron paso al establecimiento de dos reglas más. -No se admite violencia, armas, insignias de motoqueros, ni ropa antibalas. -No se permite la venta de objetos robados. *** Al salir del Green light District, el sendero de adoquines y cemento desaparece, en el suelo comienzan a aparecer múltiples caminos de tierra, circundados por una vegetación frondosa y un poco salvaje, que

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guían por arriba y abajo en el terreno de los christianitas, solamente ayudado por unos precarios, pero firmes peldaños que abrazan la tierra donde ellos se posan. Todo Christiania es abierta. Acá no existe el concepto de propiedad, no es posible comprar ni vender una vivienda, no importa el tiempo o dinero que haya sido dedicado en su construcción, todo pertenece a la comunidad. Al momento que una de estas casas queda deshabitada es la misma comunidad la que acuerda quién o quiénes serán los elegidos para ocuparla. Una decisión que se toma en asamblea. Las casas de Christiania son el segundo atractivo más grande del lugar. La creatividad con la que fueron construidas las hace sorprendentes y alucinantes. Algunas más pequeñas que otras; únicas y diferentes cada una de otra. Ir descubriéndolas es como un viaje a la infancia, cuando los límites para construir eran infinitos. Estas casas han sido, en su mayoría, levantadas a partir de materiales viejos y/o descartados y desde la precariedad sus habitantes han sabido recurrir a su capacidad inventiva. Al borde del lago es posible encontrar una casa hecha a partir de múltiples y coloridas ventanas. Otra parece incrustada en la tierra con su forma alargada y triangular, que destaca por su chimenea que simula la boca de un dragón verde por la que en las noches de invierno arroja incesantemente humo negro. Hay otras casas que parecen barcos, hay otras con puertas redondas, hay otras con jardines completos en el techo y artilugios que cuelgan por todos lados. Nada por acá tiene que ver con el diseño escandinavo. No hay nada que sea evidente u obvio. No hay nada que esté ahí sólo por su funcionalidad. En Christiania las cosas fueron hechas para disfrutar y rendir honor a la libertad.


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