El mundo es ansí - Pío Baroja

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ella una preocupación de coquetería y de deseo de agradar. Sacha y la muchachita morena se miraban con simpatía. Sacha pensó si aquella muchacha sería alguna suiza-italiana. Por lo menos, no le pareció rusa. Sacha decidió hablarla si en los demás días la encontraba en la biblioteca. Al día siguiente estaba allí y se acercó a ella. La muchacha era rusa. Se llamaba Vera. Se hicieron las dos muy amigas y dieron unas vueltas juntas por los jardines de la Universidad y el paseo de los Bastiones.

IV - Vera Petrovna En un momento las dos muchachas se intimaron, y se contaron largamente sus respectivas vidas. Vera Petrovna, la muchacha morenita, era hija de un médico rural de la Besarabia y estudiaba medicina, el mismo año que Sacha. Por lo que aseguró, no sentía afición por la carrera. Vera había ido a Suiza, porque su padre tenía relaciones de gran amistad con un cirujano ruso notable, establecido en Ginebra, y como el médico rural contaba con pocos medios y con mucha familia, había enviado a su hija recomendada a su amigo. Vera, por lo que dijo, no estaba contenta; aquellos estudios áridos no le gustaban. La perspectiva de ir al campo a ejercer la profesión y a vivir la vida humilde del médico rural, no le seducía. Sacha le preguntó si no había pensado en influir poco o mucho en la revolución redentora que iba a modificar profundamente Rusia; pero a Vera no le preocupaba gran cosa la revolución. A Vera le hubiera encantado ir al teatro, estrena trajes bonitos, llamar la atención. En los días posteriores, Vera presentó a Sacha a sus amigos, casi todos estudiantes rusos de diversas facultades. Exceptuando algunos, muy pocos, de familias de aristocracia campesina, los demás pertenecían a la clase pobre. Algunas de las muchachas, por pedantería, habían llegado al convencimiento de que todo lo que fuera coquetería, amabilidad, constituía una humillación para ellas. Una galantería les parecía a estas señoritas una ofensa á su dignidad de intelectuales, un signo depresivo de la inferioridad femenina. Para alejar toda idea galante se ponían anteojos, aunque no los necesitasen, andaban encorvadas, llevaban bastón, fumaban; hacían todas las tonterías que son en la mayoría de los países señal distintiva del hombre. Estas estudiantonas rusas depreciaban la belleza, tal preocupación les parecia sin duda lo bajamente femenino. Vera sufría entre ellas oyendo sus disertaciones sabias y sus disquisiciones sociológicas.


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