Hacia rutas salvajes jon krakauer

Page 130

17 LA SENDA DE LA ESTAMPIDA (II) Allí la naturaleza era salvaje y terrible, pero hermosa. Miraba con temor reverencial el suelo que pisaba, para ver qué habían hecho las Potencias en aquel lugar, la forma, el modo y el material de su trabajo. Era una Tierra de la que sólo hemos oído hablar, surgida del Caos y la Noche Ancestral. No era el jardín del hombre, sino la esfera terrestre intacta. No era un herbazal, una pradera, un bosque, un matorral, un campo de cultivo o un yermo. Era la superficie natural del planeta Tierra, tal como fue creada para siempre, para ser la morada del hombre, decimos nosotros, pero en realidad para que la Naturaleza hiciera su trabajo y el hombre la utilizase si podía. El hombre no tenía nada que ver con ella. Era pura Materia, vasta, estremecedora; no la Madre Tierra que conocemos —un lugar hecho para que el hombre lo hollara ni en el que pudiera ser enterrado, ya que incluso dejar que los huesos de un hombre yacieran allí habría representado un acto de confianza excesiva—, sino el hogar de la Necesidad y el Destino. Se percibía con claridad la presencia de una fuerza que se negaba a ser bondadosa con el hombre. Era un lugar de paganismo y ritos supersticiosos, para ser habitado por un hombre más emparentado con las piedras y los animales salvajes que con nosotros […]. ¿Qué significa entrar en un museo, contemplar una miríada de cosas particulares, comparado con que te muestren la superficie de un astro, la dura materia en su propio hogar? Me siento intimidado ante mi cuerpo, esta sustancia a la que estoy unido y que ahora se ha convertido en algo extraño para mí. No me aterran los espíritus —esos fantasmas que mi cuerpo podría temer—, ya que soy uno de ellos, sino que me aterran los cuerpos, y tiemblo ante la posibilidad de encontrármelos. ¿ Quién es este Titán que se ha apoderado de mí? ¡Misterio! ¿Pienso en nuestra vida en la naturaleza —hallarse cotidianamente frente a la materia, entrar en contacto con ella—, en las piedras, en los árboles, el embate del viento en nuestras mejillas!, ¡la tierra sólida!, ¡el mundo real!, ¡el sentido común!¡Contacto!¡Contacto! ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? HENRY DAVID THOREAU, Ktaadn

Un año y una semana después de que Chris McCandless decidiera que no intentaría cruzar el río Teklanika, estoy de pie en la orilla opuesta —la occidental, el lado de la carretera de George Parks — frente a las agitadas aguas. También yo tengo la esperanza de cruzar el río. Quiero visitar el autobús. Quiero ver el lugar donde murió McCandless para comprender mejor el porqué de su muerte. La tarde es cálida y húmeda. El río tiene un color lechoso a causa de los sedimentos procedentes del rápido deshielo del manto de nieve que aún cubre las montañas de la cordillera de Alaska. En comparación con las fotografías que McCandless tomó hace doce meses, el nivel del río parece bastante más bajo, pero sería impensable cruzar este curso de agua atronador en pleno verano. Es demasiado profundo, demasiado frío, demasiado rápido. Mientras contemplo el Teklanika, oigo piedras del tamaño de un balón rechinar contra el lecho, rodando río abajo empujadas por la corriente. Si hubiese intentado atravesarlo, habría sido arrastrado antes de avanzar siquiera unos centímetros en


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.