El resurgir de la fuerza Oscura

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algo que sólo ocurría tras realizar un esfuerzo descomunal. Se preguntó si el aire transportaba alguna sustancia que los sensores del caza no percibían. —Nunca se sabe, pero después de que Ben fuera abatido, en la primera Estrella de la Muerte, descubrí que, en ocasiones, podía oír su voz en el fondo de mi mente. Cuando la Alianza fue expulsada de Hoth, también pude verle. Erredós gorjeó. —Sí, era la persona con la que a veces hablaba en Dagobah — confirmó Luke—. Y después de la batalla de Endor, no sólo pude ver a Ben sino también a Yoda y a mi padre, aunque los otros dos nunca hablaron, y tampoco volví a verles. Supongo que los Jedi muertos también tienen una forma de... Oh, no sé, de anclarse a otro Jedi por el que sienten afecto. Erredós pareció reflexionar sobre aquellas palabras, y apuntó un posible fallo en el razonamiento. —No he dicho que fuera la teoría más sólida de la galaxia —gruñó Luke, algo irritado—. Tal vez estoy equivocado, pero en caso contrario, es posible que los otros cinco maestros Jedi del proyecto Vuelo de Expansión se anclaran al maestro C'baoth. Erredós emitió un silbido pensativo. —Exacto —admitió Luke—. No me molestaba tener a Ben cerca. De hecho, me habría gustado que se comunicara conmigo más a menudo, pero el maestro C'baoth era mucho más poderoso que yo. Quizá era diferente con él. Erredós lanzó un leve gemido, y otra sugerencia, que expresaba mayor preocupación, apareció en la pantalla. —No puedo abandonarle, Erredós. —Luke meneó la cabeza, agotado—. En su estado, no, sobre todo teniendo en cuenta que puedo ayudarle. Hizo una mueca cuando percibió en las palabras un doloroso eco del pasado. También Darth Vader había necesitado ayuda, y Luke había cargado con la responsabilidad de salvarle del lado oscuro. Y por ello, casi había muerto. «¿Qué estoy haciendo? —se preguntó en silencio—. No soy un curandero. ¿Por qué me esfuerzo en serlo?» «¿Luke?» Luke se concentró en el presente, no sin un gran esfuerzo. —He de irme —dijo, y se levantó del asiento—. El maestro C'baoth me llama. Apagó las pantallas, pero no antes de que la apresurada traducción de Erredós apareciera en la pantalla del ordenador. —Tranquilízate, Erredós —dijo Luke, palmeando el cuerpo rechoncho del androide—. No me pasará nada. Soy un Jedi, ¿te acuerdas? Sigue vigilando el exterior. ¿De acuerdo? El androide elevó una queja lastimera cuando Luke bajó por la escalerilla hasta el suelo. Se detuvo y contempló la lóbrega mansión, sólo iluminada por las luces de aterrizaje del caza. Se preguntó si Erredós tendría razón respecto a que lo mejor sería salir de allí cuanto antes. Porque el androide había dado en la diana. El talento de Luke no se inclinaba hacia los aspectos curativos de la Fuerza; de eso estaba seguro. Ayudar a C'baoth iba a constituir un proceso largo, sin la menor garantía de éxito. Con un gran almirante a la cabeza del Imperio, luchas políticas intestinas en la Nueva República y toda la galaxia colgando de un hilo, ¿era el modo más eficaz de emplear su tiempo? Desvió los ojos de la mansión hacia las sombras oscuras de las montañas que rodeaban el lago. Coronadas de nieve en algunos puntos, apenas visibles a la débil luz de las tres diminutas lunas de Jomark, le recordaban de alguna manera las montañas Manara¡, situadas al sur de la ciudad imperial de Coruscant. Y otro recuerdo acompañó a aquél: Luke, de pie en el tejado del palacio imperial, contemplando aquellas montañas, y explicando a Cetrespeó que un Jedi no podía sumergirse en asuntos galácticos hasta el punto de dejar de preocuparse por los individuos. El discurso le había parecido noble y serio en aquel momento. Había llegado el momento de demostrar que no se trataba tan sólo de palabras. Respiró hondo y se encaminó hacia la puerta.

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