REVISTA NARRATIVAS NÚMERO 21

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empezado esta relación que desde la primera noche le condujo a un placer plenamente satisfactorio. Se veían cada sábado, cenaban, comentaban la semana, hacían el amor y a la mañana siguiente tomaban el desayuno. Después, sobre las diez, se iba, le daba un beso en la mejilla, le acariciaba el pelo, le decía: ¡Que tengas una buena semana!, y se iba. Estoy bien. No me hace falta nada. Me he librado de lo superfluo por saber satisfacerme con poco. A veces me pregunto si he sido niño. Todo está tan lejos, o quizá sea que desde pequeño me pareció que la opción más adecuada era no codiciar lo ajeno, y por considerar la distancia y el esfuerzo que supondría una actitud distinta, lo he dejado, para siempre. A veces, no estoy tan seguro de haber tenido padres. Una cortina de humo que uno atraviesa sin tener que toser al salir de ella. Ni amistades imprescindibles. Tampoco profundas. Probé deportes, talleres de pintura, de cerámica, algo de música. No era para mí. A los catorce, tuve un profesor de matemáticas que tenía dos trajes, uno para el invierno y otro para el verano. Dividía el año en dos estaciones y a cada una la ropa correspondiente. Una manera muy acertada de ahorrarse el trabajo de elegir y, peor aún, de la duda. Hago igual. Además, siempre calcetines negros y calzoncillos blancos. A los veinte, empecé a aficionarme a los puzles. Quinientas piezas. Mil. Cinco mil. No veo el tiempo pasar y hasta tengo que poner un tope horario para dejarlo. Me gusta haber desarrollado tanto mi paciencia. Suelo elegir temas paisajísticos. Puesta de sol. Campo en primavera. Mis padres tuvieron la delicadeza de desaparecer cuando tenía unos treinta años. No tengo hermanos, tampoco me relaciono con mis dos primas. Una vive en algún país de África, otra en Moscú. Cada año, intercambiamos una postal por el año nuevo. Nada más. La primera virtud del ser humano tendría que ser la discreción, «Hace unos diez digo yo. También me alivia haberme ahorrado las reuniones familiares, años me sus fechas señaladas, sus comidas y, al fin y al cabo, sus obligaciones. No propusieron es que quiera alejarme de toda sociedad sino que prefiero elegirla yo o que dirigir el me elija ella, pero en función de unos criterios a la vez que sencillos muy respetuosos de una necesaria distancia. No tengo televisión. Lo probé departamento de durante unas semanas, pero las vidas ajenas no me interesan tanto como los contenciosos. para indagar, aunque fuese de manera muy pasiva, en ellas. No leo los Me negué.» periódicos. ¿Para qué? La política me es indiferente. Los sucesos, igual. El deporte me parece grotesco y sus seguidores aún más. El rumbo del mundo, el poder, el dinero, los conflictos… demasiado movimiento, demasiado viento. No me siento alma de desfacedor de entuertos. Tampoco creo tener aptitudes marcadas por la lástima. He optado por una contribución discreta al momento que me ha tocado vivir. No quiero juzgar a los demás ni dar pie a que lo hagan. Mejor saber lo mínimo. Y si tienen algo que decirme, les escucho. Y les digo que tienen razón. Hace unos pocos años suscribí a una revista, Mundo puzle. Explicaban trucos y técnicas. En el apartado «Carta de los lectores», aficionados desvelaban sus experiencias, exponían sus dudas. Sobre todo explicaban e intentaban justificar por qué dedicaban su tiempo libre a esta actividad. No quiero explicar nada. No tengo nada que justificar. Me di de baja. Los sábados, a las siete de la tarde, me reúno con unos jugadores de póker en el bar Los hermanos. Nunca juego, hasta creo que sigo sin entender muy bien de qué va este juego. Pero sigo yendo cada sábado. Saludo a Víctor, el dueño, me dice con un ligero movimiento de la cabeza: ’la, me siento al lado de los jugadores, Víctor me trae una clara, y me quedo una hora. No sé cómo se llaman los que juegan. Nunca hablamos. A las nueve les saludo a todos y me voy. Me gusta este momento de mi semana. María vive a unos quince minutos del bar. Sobre las nueve y cuarto toco su timbre. Cenamos, comentamos la semana, hacemos el amor y a la mañana siguiente tomamos el desayuno. Después, sobre las diez, me voy, nos decimos: ¡Que tengas una buena semana!, y me voy. A ella también le gusta la regularidad. Dos veces al año le compro un regalo. Normalmente bombones. Y dos veces al año, flores. Margaritas. Sus preferidas. Ella me regala una corbata por navidad y una colonia por mi cumpleaños. A menudo ni tenemos que hablar para saber que todo está bien. Me gusta su piso, su orden. Un piso discreto, como ella. Nunca he tenido la impresión de aburrirme. Considero que mi vida está llena. Al acostarme, me suelo sentir en paz, con el mundo, con los demás y conmigo mismo. En la oficina pasan las horas con una tranquilidad que me gusta. En diciembre y en junio, se acumula el trabajo. Me quedo un poco más tarde. Sé que durará poco. No tengo las más mínimas ganas de pedir cambios, ascensos o algo por el estilo. No quiero competir. ¿Para qué? ¿Más responsabilidades, más trabajo, más envidia de mis compañeros? ¿Para qué? Ellos lo saben y si a veces les gusta gastarme inocentes bromas, sé

NARRATIVAS

núm. 21 – Abril-Junio 2011

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