Enero 14 Zona Fantasma

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―No del todo, pero su luz está por ahí ―señaló vagamente uno de ellos―, detenida hace tiempo. Yo no veía nada. ―¿Por qué te importa? ―me preguntó el Alado Azul, con aire risueño―. Aquí siempre es igual, al menos desde que recuerdo. El tiempo no está en el cielo, lo tienes dentro. Si sientes hambre, comes, si quieres dormir, lo haces. No necesitas un cielo que te diga qué hacer. Me sorprendió que también pensara de ese modo, como si el paso del tiempo no tuviera ninguna relevancia. No encajaba con la vida que estaba acostumbrado a llevar y además, me parecía una pérdida demasiado importante para pasarlo por alto. Pero no insistí con el tema, pues veía claramente que no iba a conseguir nada. ―¿Por qué no nos cuentas una de tus historias? ―dijo de pronto Tumak Dee, quien se había mantenido silencioso hasta entonces. Le hablaba al demonio cubierto de pelo, y los demás parecieron entusiasmarse al escuchar esta petición. ―¿Qué quieren que cuente? ―gruñó el anciano―. Ya conocen casi todas mis historias y la mitad las acusan de ser falsas. El líder de los cazadores y Sathri Caallën le insistieron como niños. Parecía divertirles la negativa del demonio y su apego a que tomaran sus relatos con seriedad. ―Vamos, viejo, cuéntanos cómo se creó el Abismo ―pidió Velhi Fay. ―Para qué si ustedes no creen en nada. ―Ah, pero nuestro invitado no ha escuchado de estas cosas. Estoy seguro que le interesarán ―lo persuadió el Alado Gris. El anciano me observó con atención, refunfuñó un poco más y finalmente consintió a los cazadores. Antes de iniciar su relato, hizo una pausa para aclarar su garganta, tomando un trago de la vasija roja que llevaba consigo.

―Ya te traeremos más ―convino Tumak Dee. ―Bien. Esto que voy a contar sucedió hace más de dos mil años, cuando el cielo y la tierra eran tan grandes que no tenían final, pues por mucho que se viajara siempre habría más y más tierra para caminar, a menos que se llagara al principio otra vez. ―¿Cómo puede ser eso? ―me reí. ―Así era entonces ―gruñó él y por un momento pareció que no retomaría su relato, pero continuó―: Los demonios de antaño temían a los dioses que caminaban por el Mundo, que eran tan grandes como montañas y sostenían los pilares invisibles que evitaban el derrumbe del cielo sobre la tierra. Nadie se atrevía a ponerse en sus caminos, ni siquiera ese al que llaman rey de los demonios… Escuché atentamente su historia de principio a fin, sin volver a interrumpirlo. Después de describir a cada uno de los dioses y las regiones que habitaban, el anciano habló de un terrible enfrentamiento celestial que mantuvo a las deidades luchando durante un siglo sin que ninguna de ellas prevaleciera sobre las demás. ―Usaban terribles poderes como nunca más se ha visto, y eran tan devastadores que podrían haber acabado con toda la vida en este Mundo. Pero antes de que eso sucediese, Erhä, el Ojo de la Verdad, engañó a cada uno de sus parientes celestiales, ofreciéndoles en secreto un trato para vencer en la guerra. «Si me das tu brazo más fuerte», decía la diosa, «yo, que todo puedo ver, te enseñaré la forma en que vas a ganar». Uno a uno, los dioses aceptaron su ofrecimiento, sin enterarse de la trampa hasta el estallido de la última de sus batallas. Entonces se vieron entre sí y comprendieron que Erhä había hablado con falsedad…

―Licor blanco, es tan poco el que queda...

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