Tomochic

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TOMOCHIC

Heriberto Frías

Y, no obstante, los tomochitecos economizaban sus municiones... Notábase un lento desgranamiento intermitente en su tiroteo. Mas, se conocía que apuntaban bien, que, cual solían no desperdiciaban un cartucho... Y mayores llamaradas envolvieron la puerta. Y a la iglesia entera bien pronto ocultó negra y espesa nube de humo, entre cuyos remolinos, cual relámpagos amarillentos, brillaban los fogonazos de las carabinas tomoches. Allá en lo alto de la torre, entre el estrépito de las descargas, las voces estentóreas rugían: - ¡Viva el Poder de Dios! ¡Viva María Purísima! ¡Viva la Santa de Cabora! - ¡Viva el Supremo Gobierno! ¡Viva el Onceno Batallón! -respondían abajo los asaltantes replegados a las paredes para no ser tocados por las balas de arriba. Hubo un terrible momento... Abrióse, de pronto, la puerta que ya empezaba a arder, y, carabina en mano, casi desnudos, ennegrecidos, algunos hombres aparecieron, saltando increíblemente ágiles por la hoguera en plena furia roja, y, descargando sus armas, sin apuntar contra los soldados estupefactos, se lanzaron en vertiginoso escape fuera del atrio, perdiéndose por entre las milpas... Iban a salir otros espectros, pero desprendiéndose con horrido crujir de sus viejos goznes, cayó oblicuamente una hoja del portón que obstruyó la entrada como un muro flamígero... Nadie podría entrar ya, ni salir... A la expectativa del horrible drama permanecieron desde aquel momento los sitiadores. Ya todo era cuestión de tiempo. Entonces las fuerzas que permanecían en el campamento de la Medrano lo abandonaron, bajando al valle y subiendo al pueblo, ocupando las casas adyacentes a la de Cruz Chávez, en cuya azotea estaba plantada una hermosa bandera tricolor. La compañía del Séptimo, el Cuartel General y el cañón, se instalaron en la casa de los Medrano, junto al camino real y al pie del cerro. Había existido una tienda en aquella vetusta casa y era la más amplia de las de ese rumbo. Incendiada el día anterior, el fuego había respetado algunos cuartos y una parte de un portal interno. En la espalda, en la pared que veía al centro del pueblo, se abrieron claraboyas para observar el Cuartelito (casa de Cruz) y la iglesia, cuyo incendio era cada vez más espantoso. Desde aquellas claraboyas Miguel observó el espectáculo. Las llamas debían haber invadido el interior del templo, pues el humo se escapaba de las ventanas y arcadas de la torre, y lo terrible de aquello era que la mayor parte de las mujeres de Tomochic estaban refugiadas allí...

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