Huellas de Tinta: Julio 2013

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Extinguiendo recuerdos

Por: Esme Lovett

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l primer y el último miércoles de cada mes ocurría algo extraordinario. A las dos de la madrugada, un tren con origen San Petersburgo entraba en la estación de Koltsevaya en un andén aleatorio y descendían tan solo unas pocas personas que preferían el horario nocturno fuera por el motivo que fuera. Entre ellos se encontraba él. Con el tiempo había averiguado que trabajaba en una relojería importantísima del centro de San Petersburgo, mientras su amada aguardaba con paciencia en Moscú. Las despedidas no me gustan en absoluto, por eso pasaba por alto el primer y el último sábado de cada mes cuando él se marchaba de nuevo para ir tan solo los miércoles. La chica morena con rasgos siberianos y el relojero se encontraban en la mitad del pasillo. Cuando se abrazaban era como si desataran una reta-

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híla de recuerdos que no tenían ni principio ni final. Entonces él sacaba de la maleta negra de charol que acarreaba una bolsita de tela y se la entregaba a su chica, que resultaba ser el envoltorio de una antigualla con agujas que seguramente nadie debía querer ya. Algún día hice los cálculos y llegué a la conclusión de que ella tendría al menos tres decenas de relojes viejos. Cuando llevaba dos meses despertándome a la una de la madrugada para ir a ver a aquellos extravagantes amantes, empecé a preguntarme porqué lo hacía. Se me ocurrieron un montón de cosas, pero creo que la más acertada era que me gustaba contemplar aquella escena desde la lejanía porque me parecía un fragmento de una película. La escenografía era maravillosa: las arañas grandes y doradas del techo iluminaban con suficiencia el túnel subterráneo, que