Huellas de Tinta: Abril 2012

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Relatos

Sed de venganza

E

l sudor resbala por su frente y sien, trazando innumerables senderos por cuello y espalda. Lisandrus está listo para atacar nuevamente en la gastada arena del Coliseo, con el veraniego sol del mediodía observando todo desde las alturas celestiales. Su oponente no ha logrado alcanzarle en ningún momento y muestra, en cambio, una herida profunda en el brazo derecho y otra laceración semejante en la pierna izquierda. El olor a óxido, penetrante e indeseable, llega hasta Lisandrus. Su enemigo tiene la boca llena de saliva, producto del intrincado sistema de defensa del organismo que siente las heridas y avisa del desangre. El calor abrasador y delirante comienza a hacer de las suyas... Lisandrus está acostumbrado a estas condiciones extremas y, movido por el único deseo de venganza, no encuentra limitaciones en el clima o el lugar de pelea. Sabe que ni bien aniquile al gladiador que ahora se le enfrenta, podrá dar muerte al asesino de su padre. Toma aire profundamente, al tiempo que mueve su brazo hacia atrás. Este golpe de espada será el último. Con este movimiento le robará la vida a su adversario. La muchedumbre observa todo en silencio. El paso dudoso del contrincante -que afectado por el calor y las heridas, no puede moverse de manera coordinada- ayuda a Lisandrus en su cometido. Veloz y mortal, recorre los metros que lo separan de su blanco y salta sobre él. La hoja se hunde en la carne, el filo brilla de color carmesí cuando Lisandrus retira el arma y busca nuevo punto dónde apuñalar. Con un vistear generoso, corta el hilo de existencia del gladiador. El gentío salta, grita, aplaude. Lisandrus es indiscutido vencedor. Ahora, Refulus probará su fuerza y sucumbirá, pagando con su vida la muerte del padre de Lisandrus. Refulus camina con paso firme. Ha estado mirando todo desde la refrescante sombra del pasillo principal del Coliseo. 48

Por: Erzengel (Palabras al Viento)

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El torneo concluirá cuando uno de los gladiadores muera. Ambos tienen igual oportunidades de alcanzar la victoria. A Refulus lo mueve la codicia. Lisandrus lucha por defender el honor de su familia. El asesino debe pagar su crimen… Refulus mira al cielo. No hay nubes, sólo el brillante sol de mediodía. Con esa luz, sus cabellos rubios brillan blancos y sus ojos violeta le dan el aspecto de un engreído dios griego. 5 metros lo separan de Lisandrus, a quién la gente todavía aplaude y vitorea. Refulus sonríe maliciosamente. Él obtendrá todos los reconocimientos del público y los Ministros cuando venza al gladiador que lo está observando fijamente. Ante la mirada atónita de Lisandrus, su oponente lanza su espada a un costado y se pone en guardia sin más armas que sus manos y pies. Lucha cuerpo a cuerpo. Lisandrus lo medita unos instantes. Ese malnacido merece sufrir y se lo está haciendo fácil. Él ha entrenado con el mejor, Spartacus, y eso significa estar preparado para todo y más. Así, Lisandrus también deja su espada a un lado, en el suelo, llegado el momento la usará. Ahora, se divertirá jugando con Refulus. A la par, Lisandrus y Refulus hacen un gesto, invitándose el uno al otro a comenzar. El amor propio de Refulus lo incita a dar inicio a la contienda. Toma aire lentamente, suspira y se lanza a correr hacia Lisandrus. Cuando su contrincante está a dos pasos de él, Lisandrus extiende un brazo. El puñetazo da de lleno en las costillas. Flexiona un poco las piernas mientras con la mano libre aprieta fuerte la manga de la toga de Refulus. Grita ante el esfuerzo de cargar un cuerpo tan grande como el suyo y, ayudado por el propio impulso del enemigo, Lisandrus lo hace girar por el aire. El cuerpo de Refulus dibuja una amplia curva en la inconsistencia que ningún reparo le puede dar y cae de espalda al suelo. El golpe de Lisandrus le ha fracturado cuatro