Vol 2: Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012

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Saint Seiya • Los caballeros del zodiaco Al atravesar el último muro, el hombre de cabello azul se encontró con la cámara principal de la pirámide. Aquella enorme habitación ubicada en el centro exacto del edificio rebosaba de un exagerado lujo, al ser sus paredes y techo adornados por complejos jeroglíficos esculpidos en oro. Varios sarcófagos abiertos, reliquias e iconografías incrustadas de joyas y metales preciosos abarrotaban el lugar. El Caballero avanzó cauteloso por un camino flanqueado por enormes monumentos que representaban a dioses del panteón egipcio. —«Un ambiente típico de la prepotencia de un dios… Un lugar tan ostentoso como este sin duda es una demostración de la arrogancia y alarde de superioridad por parte del dueño de esta pirámide». Ikki inspeccionó minuciosamente el lugar, pero no pudo encontrar a ningún enemigo, no obstante, aquel inmenso cosmos que lo atrajo se mantenía allí. El Santo prosiguió su búsqueda, hasta que un objeto que resaltaba entre los demás llamó su atención por su apariencia imponente: Se trataba de una portentosa armadura ensamblada a manera de object sobre un pedestal. Las placas de metal desconocido de las que estaba compuesto el glamoroso ropaje brillaban en un ardiente rojo, contrastado con ornamentos anaranjados y dorados. Aquel tótem representaba a una figura humanoide con características de ave mítica, acomodada en una solemne pose. —Es increíble… Esta armadura parece estar ardiendo a miles de grados sin que exista fuego a su alrededor —musitó el sucesor de Leo sin poder retirar su mirada de aquel impresionante object—. Entonces esta es la fuente del cosmos divino y el intenso calor que me trajo hasta este lugar… Sin duda el propietario de este ropaje es un dios… —Efectivamente, Caballero de Atenea —intervino desde el vacío una voz masculina que sonaba un tanto irónica—. Aquel ropaje divino es llamado ‘Armadura Suprema’ por su dueño, el también supremo dios egipcio Ra. Y ya que te encuentras frente a un objeto sagrado, lo lógico es que le muestres respeto haciéndole una reverencia y arrodillándote. —Yo solo me arrodillo ante mi diosa —replicó el aludido con su característica seriedad—, pero si quieres que me incline ante una deidad enemiga, deberás mostrarte y obligarme a hacerlo… Una cínica risa sonó tras el valiente desafío, después de lo cual una espesa bruma negra se hizo presente ante el Santo. —Si tanto quieres verme, no me negaré, humano… Al disiparse la niebla oscura un extraño personaje hizo presencia. Aquella figura humanoide de contextura física normal vestía una bella túnica negra con decoraciones faraónicas doradas, pero lo que más extrañaba de su apariencia era su cabeza. El recién llegado no lucía como un humano, ya que su testa era la de un chacal negro de vivaz mirada. Observándolo con cierto disgusto, Ikki encaró a aquel curioso ser. —No creo que el perro faldero de un dios sea rival para un Caballero de Atenea —comentó Leo cerrando los ojos con arrogancia—. Exijo conocer a la deidad portadora de aquella Armadura Suprema. —Muy gracioso, guerrero —expresó cínico el humanoide, mostrando sus afilados dientes en un intento de sonrisa—. De hecho no me sorprende tu actitud altanera. Hace tiempo que los humanos perdieron el respeto por los dioses. No tienes la consideración de presentarte y aún así intentas siquiera encarar al dios propietario de esta pirámide y de todo el territorio sagrado egipcio. —Mi nombre es Ikki, Caballero Dorado de Leo. —Pues yo soy Anubis, dios egipcio de los muertos. Y lamento informarte que no encontrarás al supremo Ra en este lugar. Soy el único de los Guardianes que está resguardando el territorio de nuestros ancestros.

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