Little Village issue 251 - Oct. 3-16, 2018

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n Jordan Sellergre

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Nicaragua convulsionada o de cómo aprendí a amar Miami POR NATALIA HERNÁNDEZ SOMARRIBA

D

e Nicaragua a Florida en avión son dos horas en el aire, unos trecientos dólares en boleto y paciencia, mucha paciencia en la aduana. Luego de eso es el mismo español, pero con acento más caribe, el mismo calor, aunque a veces más húmedo y las mismas opciones de comida nica, aunque siempre más caras. Después de escuchar a un vehículo con policías o para policías rafaguear hacia estudiantes y ciudadanos apostados tras una barricada en protesta contra el gobierno, a sólo unas calles de la casa de una amiga, compré el boleto más barato saliendo de Managua a Miami. Siempre he detestado Miami, pero después de estar a como estamos ahora en Nicaragua, debo admitir, fue la gloria. Entramos al aeropuerto internacional Augusto C. Sandino a las diez de la noche. La policía nos revisó el carro, nos preguntó si cargábamos armas, me sentí como en 14 Oct. 3–16, 2018 LITTLEVILLAGEMAG.COM/LV251

la película Kamchatka o cualquier otra de esas pelis argentinas sobre la dictadura. Me despedí. Tomé el vuelo sobre vendido, despegó y dormí. Despierto en la Florida, ese limbo de Latinoamérica. Veo galerones, fábricas, grafitis, night-clubs, patios de casas pobres y viejas en medio de la nada, una nada que es mar caribe, que es también ese todo de generaciones de migrantes. Me siento como siempre, con demasiados hogares. Fui ingenua, jamás pensé cuando estalló la crisis actual que se vive en mi país, que iba a durar tanto o ser tan turbia. Sabía al igual que otros, que este gobierno que insistía en permanecer en el poder iba a terminar mal, pero nunca supe cómo o cuándo todo se iba a derrapar, ni me atrevo a afirmar cuándo he tenido certeza de que en Nicaragua estemos medianamente bien. Porque cuando cumplí cuatro años estalló la guerra civil, una cola de la guerra fría que duró hasta 1990. Pero luego no vino la paz, vinieron los rearmados, las políticas refritas

neoliberales y más pobreza. Después lo que hubo fue corrupción y la caja de pandora del actual partido de gobierno (FSLN), finalmente se abrió; gracias a la acusación de abuso sexual que le hizo Zoila América Narváez (su hijastra) a Daniel Ortega, el ahora presidente de Nicaragua. Después de más corrupción y un pacto político entre los entonces dos partidos fuertes del país, triunfo de nuevo el FSLN. Entonces vino esa paz que el presidente Ortega clama le están arrebatando desde el 18 de abril del 2018, la paz que según él precedió esta tormenta de protestas y represión fue en realidad un acuerdo tácito entre todos los nicaragüenses; en el que olvidamos las acusaciones de violación al mandatario y estaba bien negociar con la vida de las mujeres, ilegalizando el aborto terapéutico a cambio de votos. Se debía mirar a otro lado cuando reelegían eternamente a funcionarios públicos, al igual que si estos se volvían millonarios con jet privados y palacetes en Madrid. Tampoco se oían las protestas de los campesinos en contra de la minería, o en contra de concesiones gubernamentales a empresas

FUI INGENUA, JAMÁS PENSÉ CUANDO ESTALLÓ LA CRISIS ACTUAL QUE SE VIVE EN MI PAÍS, QUE IBA A DURAR TANTO O SER TAN TURBIA.

chinas para construir un canal interoceánico. Jamás sentimos el olor a los petrodólares venezolanos y menos cuestionamos por qué ahora la familia Ortega-Murillo tiene el doble o el triple de empresas que antes de volver al poder. Esa paz privilegiada es la que extraña Ortega, y tal vez también muchos otros nicaragüenses, y esa búsqueda por preservarla salpica sangre, violencia, abuso, una


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