Laultimacancion

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Nicholas Sparks

La última canción

marcos tenían un dedo de polvo; era evidente que nadie había tocado esas fotografías durante muchos años. Sabía que su madre las había puesto allí; mientras las miraba fijamente, se preguntó qué pensaba su padre cada vez que las contemplaba, o si las veía siquiera, o si se daba cuenta de que estaban allí. —Sí —dijo finalmente—. Me ha dicho que me quiere. —Lo celebro —apuntó Kim. Su tono parecía aliviado y satisfecho, como si su respuesta hubiera servido para corroborarle algo importante sobre el mundo—. Sé que eso era muy importante para ti.

Steve se había criado en una casita blanca, en un vecindario de casitas blancas en la zona del canal intracostero de la isla. Era pequeña, con dos habitaciones, un único baño y un garaje separado en el que guardaban las herramientas de su padre y que olía permanentemente a serrín. En el jardín que había en la parte trasera de la casa, a la sombra de un enorme roble de hoja perenne con unas ramas retorcidas, no penetraba la luz del sol, así que su madre decidió plantar el huerto en el jardín que daba a la calle. Cultivaba tomates y cebollas, nabos y judías, col y maíz; en verano era imposible ver la carretera que había delante de la casa desde el comedor. A veces Steve oía a sus vecinos criticándolos en voz baja, quejándose de cómo ese huerto afectaba negativamente al valor de sus propiedades, pero su madre volvía a plantar hortalizas cada primavera, y nadie se atrevía a decir ni una palabra a su padre. Todos sabían, al igual que él, que eso sólo les habría traído problemas. Además, apreciaban a su esposa, y también sabían que tarde o temprano necesitarían los servicios de su padre. Su padre era un carpintero de oficio —y muy bueno—, pero además tenía una portentosa habilidad para arreglar cualquier cosa estropeada. A lo largo de los años, Steve lo había visto reparar radios, televisores, motores de coche y de corta-césped, cañerías agujereadas, desagües rotos, ventanas quebradas, e incluso, en una ocasión, las prensas hidráulicas de una pequeña planta donde fabricaban herramientas cerca de la frontera del estado. Nunca había ido al instituto, pero tenía una comprensión innata de la mecánica y de los conceptos de construcción. Por la noche, cuando el teléfono sonaba, siempre era su padre quien contestaba, puesto que normalmente era para él. Se pasaba la mayor parte de aquellas llamadas sin decir nada, limitándose a escuchar la descripción de una emergencia u otra; Steve lo observaba atentamente mientras él garabateaba la dirección en unos trocitos de papel arrancados de viejos periódicos. Después de colgar, su padre enfilaba hacia el garaje, preparaba la caja de herramientas con lo necesario y salía, normalmente sin mencionar adonde iba ni

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