Revista La Libélula No. 11

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PAVANA SUCIA PARA EL HIJO DEL GENERAL LECLERC (PRIMERA AUDICIÓN CIVIL)

Me gusta como huele Gabo, porque huele a noche y a niño depravado, huele a bosque de ceibas y a mañana brumosa del 25 de abril de 1521 en Lisboa. ¿Huelo bien?, pregunta Gabo que desconoce, como todos, su propio olor. No respondo, en cambio beso sus axilas adolescentes, portuguesas y lluviosas. ¿A qué huelo?, insiste mientras cruza los brazos sobre sí, y se sujeta, con gesto de san Sebastian sin flechas, a los barrotes de la cama. Aspiro. Aspiro claveles. Aspiro aun más fuerte. Aspiro galeones y olas. Hueles a vuelo de pájaros, digo; pero no le gusta la respuesta. Él es listo, sabe que los pájaros huelen mal. Las jaulas apestan, sentencia. Sí, y lo beso acostándome sobre él, pero sólo hieden los pájaros encerrados. Gabo trae una negra playera de tirantes que le deja los hombros libres al sol azul de la mañana. Él sonríe y es venablo de Cupido; somos un abrazo, un beso, un tumulto en las puertas matinales del metro; la gente choca sus prisas y rumias a nuestro alrededor; la gente va enfundada de relojes a medio digerir, de cafés tibios, de leche agria, escuela y trabajo; nosotros tenemos toda la mañana, mañanas de vellocino de oro y sexo de argonautas. Gabo, hijo de militar, gusta de ponerles la verga dura a los soldados; les vendo dulces y cigarros, dice y sonríe como sólo puede sonreír el desnudo ángel del azúcar y del cáncer. Mi padre es militar, sabes, y yo les vendo a sus soldados. Y lo imagino cruzando una barraca de cuerpos, de vergas castrenses y camufladas, patrióticas y cuartelarías, pero vergas que se yerguen con el paso, con el vuelo dulce y maligno de Gabo. Nos sentamos en Reforma, nos sentamos en una banca bermellón, cóncava como barca egipcia. Es la boca de madame Trépat en concierto, ¿y ella cuál canta?, ella no canta, sólo toca, ah ¿te gusta Playa Limbo? Nunca los he escuchado, presiento que dos es un número impar, me canturrea Gabo mientras lo abrazo por la cintura, y miramos las nubes y las arboledas solitarias de la mañana. Yo les vendo, sé cómo venderles, me gusta verlos sufrir porque no pueden acostarse conmigo, dice con gracia aérea Gabo. Y por las noches la tropa entera gime persiguiendo la irrupción del ángel en el sueño de las bayonetas y de las balas. Y fornico con Gabo en hoteles de mala muerte, en cuartos de camas rastreras, cucarachas desvencijadas, mensajes suicidas y prostitutas que reptan por las paredes. Aunque sean francos no me acuesto con ellos, asegura con equívoco, no me gustan los soldados, por mi padre y sus cosas, nunca me ha querido, es muy religioso y desea otro tipo de hijo. Y Gabo me cuenta sus años, su niñez infame de botas y sotanas, de orden y rosario.


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