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La abuela Vicenta Texto: Andrés Giménez Rodríguez / Ilustración: Jorge Lawerta
Vicenta, aburrida y sin saber muy bien que hacer, encendió el viejo telefunken del salón y allí, en aquel nuevo canal en el que hablaban en valenciano, estaba el dichoso Levante jugando un partido a vida ó muerte.
Colón, por la Plaza del Generalísimo, por
hace ya muchos otoños, Vicenta, aburrida
la calle de la Paz,…en lugar de irse con
y sin saber muy bien que hacer, encendió
sus amigotes de cofradía a Vallejo, el
el viejo Telefunken del salón y allí, en
campo del Levante, a chillar y gritar como
aquel nuevo canal en el que hablaban
monos en celo. Además casi siempre venía
en valenciano, estaba el dichoso Levante
disgustado y, aunque en casi veinte años
jugando un partido a vida o muerte en un
de matrimonio nunca le había puesto la
desvencijado campo de algún pueblo no
mano encima, ella no podía evitar sentir
muy lejano. Y perdía cuatro a cero. Y Vicenta
cierta sensación difusa parecida al miedo
vio a su marido allí, a su lado, con absoluta
cuando su hombretón, con su uno ochenta
nitidez. Lo vio enfadado, encolerizado,
y pico y sus noventa y largos kilos de peso,
gritando “ja hi ha prou, caguendéu!” . Y
venía enfadado como si mil demonios se
Vicenta lloró. Lloró como no había llorado
hubiesen apropiado de su alma.
en su vida, lloró todo lo que no había
Son las nueve y media de la noche y ya
llorado en muchos años. Lloró hasta creer
anochece en el Cabanyal. Vicenta está
Ella le achacaba enfadarse por tonterías y
sola tomando la fresca sentada en la acera
él le respondía que se enfadaba “porque
delante de su casita coqueta y centenaria.
me da la gana” y que “a vore si, damunt de
Cuando despertó, poco antes del amanecer,
Su enjuto y octogenario cuerpo es
que vam perdre una guerra, almenys puc
Vicenta ya no lloraba. Buscó y rebuscó por
sostenido sin dificultad por una silla de
tindre l’alegria que el meu equip guanye
toda la casa hasta que encontró la vieja
playa de patas oxidadas comprada aquel
algun partit, caguendéu!”. Cuando estaba
bandera que su hijo y su marido llevaban
Andrés Giménez.
mismo lejano año en que tuvo su primera
muy enfadado siempre su valenciano se
cada quince días desde la Malvarrosa hasta
_Nací en Castellón de
Magefesa. En su mano izquierda sujeta una
volvía muy agreste y siempre, pero es que
Vallejo en aquel tranvía. Esa bandera que
la Plana hace 45 años y
bandera blaugrana, ya muy ajada, y con la
siempre, soltaba la palabreja de marras ante
desde hace diecinueve temporadas ahora
derecha saluda a los coches alocadamente
la cual Vicenta se precitaba a santiguarse
lleva ella al Ciutat de València. La misma
del fútbol. Desde siempre
conducidos por veinteañeros que hacen
con movimientos rápidos como si el hecho
bandera con la que está saludando a esos
del Barça y desde que en
su particular rallie por los estrechas
de que pasaran más de dos segundos
jóvenes que le gritan: “Abuela, ja som de
1986 llegué a Valencia,
callejuelas de los poblados marítimos
entre el cagüendios y su piadoso gesto
primera”.
de Valencia, haciendo ostentación de
inevitablemente fuese a conducirlos al
fanatismo levantinista. Apenas pasan a dos
infierno a los dos.
desde que tengo uso de razón soy un apasionado
del equipo de esta ciudad, el Levante UD.
o tres metros de ella y Vicenta, aunque
que no podría parar de hacerlo nunca.
Ahora, allá en el cielo, su Toni estará exclamando: “per fí ,caguendéu!” mientras
las cataratas casi no le dejan verlos,
Cuando él no volvió, a Vicenta todo le
percibe enormes vaharadas de felicidad
evocaba a Toni: objetos, olores, sonidos,…
procedentes de aquellos ruidosos jóvenes
Pero el paso del tiempo fue borrando de
que sin duda acabarán destrozando las
forma imperceptible aunque continua e
bocinas de sus autos.
inexorable, la memoria de su marido, hasta
Dios, a su lado, se rie a carcajadas.
que llegó un día, para su íntimo escándalo, Desde que Toni murió, el mismo día
en que se dio cuenta de que ya no era
que aquel guardia civil bigotudo tan
capaz de evocar con precisión el rostro de
maleducado y feo montase aquel lío en
aquel hombre al que había adorado desde
Madrid -ella cree que deben de haber
el primer día en que lo vio sentado en aquel
pasado más de veinte años pero no estaría
banco del parque. Aquel día recién acabada
segura- Vicenta no se había sentido tan
la guerra en que él, viéndola devorar en
feliz. Ni siquiera cuando su hijo le dio su
dos bocados un panecillo negro como
primer nieto, Ximet, pocos meses después
el carbón, le regaló el suyo, mientras le
de que Toni no volviese a casa y se quedase
mentía en aquel castellano forzado: “no se
para siempre faenando en la mar.
preocupe señorita, yo hoy he comido un buen plato de judías y la verdad, no tengo
A ella no le gusta el futbol, es más, en vida
mucha hambre”.
de Toni lo odiaba. Ella hubiera deseado que su Toni le llevara a pasear por la calle
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Hasta que un lluvioso sábado de noviembre,
milnovecientosnueve Número 1