Confesiones de un ladrón de monserrat

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Confesiones de un ladrón _Las cosas sí han cambiado_ repuso con una leve sonrisa _Tú habla con él_ dijo abriendo sus ojos como platos. _Por favor abre la maldita puerta y deja que me marche a mi casa_ comenté suplicando _No te das cuenta del daño que me estás haciendo_ añadí mientras unas pequeñas lágrimas brotaban de mis ojos. Berta se acercó a la ventana y sujetó con sus manos los barrotes que nos separaban _Tú sólo habla con él_ _Escucha lo que tiene que decir, por favor_ pude ver sus ojos enrojecidos. Quería poder decirla tantas cosas, pero me sentía mareada. No sabía si era la casa o yo, pero todo giraba a mí alrededor. _Vendré esta noche_ dijo mientras caminaba por el estrecho y pequeño paseo que conducía a la calle. Me tomé unos minutos para tranquilizarme y recobrar el aliento, antes de enfrentarme a él. Caminé despacio, sin prisa hasta que entré en el comedor y le vi sentado en la mesa. Me apoyé sobre el marco de la puerta observándole. Nuestras miradas se cruzaron desde los extremos del comedor y sentí como el corazón me daba fuertes latidos y mis manos comenzaban a sudar. Supe de inmediato que sería incapaz de enfrentarme a él. _No puedes presentarte aquí_ dije negando con la cabeza _ Si te dejé fue por un motivo y nada ha cambiado_ dije seria _Estas perdiendo el tiempo_ añadí. _ ¿Quieres comer?_ preguntó como si no hubiese escuchado nada de lo que acababa de decir. Miré los platos y vi que había servido la comida. El olor que desprendían era delicioso pero yo de repente había perdido el apetito. _No tengo hambre_ dije lentamente. Noté un nudo en la garganta sintiendo un ligero dolor. _Te importa si como yo. No respondí, tan sólo me limité a mover la cabeza. _ ¿Te podrías sentar aquí?_ _No me gusta comer solo en la mesa. Asentí. Me dirigí a la silla que había girado para mí, caminando hacia él igual que un zombi, como si su voz me hubiese hechizado. Me encontraba sentada a unos escasos treinta centímetros de él. Miré su rostro y me estremecí. No podía mirarle a la cara, bajé la vista y la fijé en los diminutos dibujos del plato. _ ¿A qué has venido?_ pregunté con un hilo de voz, sin levantar la vista de aquel maldito plato. Era lo único que me ayudaba a no cometer una locura y arrojarme a sus brazos. _Te he traído un regalo_ respondió con dulzura. ¿De qué iba todo esto? ¿Por qué él actuaba como si nada hubiese pasado? ¿Cómo si nunca nos hubiésemos

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