Revista La Avispa 38

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La Avispa Nº 38 - Mar del Plata - Argentina

COSMOGONÍA Nos preguntamos repetidamente, por pura curiosidad, cuál y cómo debe haber sido el origen del universo, donde empezó la historia del mundo. La pregunta tiene diversas explicaciones científicas, pero en general, son coincidentes en la teoría de que; el “inicio” del mundo fue la aparición, en un momento dado, de toda la materia, energía, espacio, gravedad, magnetismo y tiempo, que nos rodea hoy, según los datos indiscutibles de las enciclopedias, libros, diccionarios e informes que tenemos a mano. Los científicos y astrónomos dicen que –al parecer, pues es una teoría– el universo nació en un instante perfectamente definido, hace entre 13.500 y 15.000 millones de años y el detonante fue una explosión comúnmente llamada Big Bang. Antes de este suceso no había nada. Nuestra religión, despreocupada de ese principio fundamental, en general apunta a desafiar nuestra credulidad, diciéndonos cuál fue el origen del ser humano. Fue una creación Divina, en todos los sentidos. ÉL, Dios, creó a un ser a su imagen y semejanza (según aserto bíblico) en un cuerpo y un alma, que llamó: Hombre y lo bautizó Adán. Lo hizo en el ejercicio único y exclusivo de su Poder Infinito. Luego le quitó su condición de hermafrodita, creyendo que no podría en lo sucesivo, valerse por sí mismo en la vida diaria, ni en lo sexual (Onan fue el primer ejemplo en contrario) y sacándole una costilla a su Maravillosa Creación, hizo la Mujer a la que llamó, previo bautismo: Eva. De tal circunstancia, se deduce que la mujer es otra creación de Dios, “nacida a costillas del hombre” y, a partir de ese momento, lo que había comenzado como la Cosmogonía (Sistema de la Creación del Universo), para el hombre comenzó la Cosmo–agonía. Antes, como parte de esta historia, Dios había creado el Mundo, la tierra, el agua, las plantas, los animales, la Naturaleza toda, en el curso de seis días, descansando el séptimo. Después creó al Hombre, luego a la Mujer y partir de ella, nunca más tuvo descanso (lo aseveran datos recogidos en millones de hogares). A estos dos seres maravillosos –los únicos en la historia del mundo que no han tenido infancia– los colocó en el Paraíso, lugar delicioso y perfecto, con todo lo que ellos iban a necesitar para su vida feliz, sin problemas, sin preocupaciones. Pasear, andar desnudos, hacer el amor, comer, beber, dormir sin abrigos, sin frío, calor ni obligaciones. Pasados unos días de verdadero placer, Dios llamó a Adán y le dijo que para continuar con esa vidurria, debían evitar comer del árbol del Mal, casualmente un manzano (contradictoriamente se dice que comiendo una manzana por día uno tiene asegurada la buena salud). Claramente le indicó, “…de este árbol no comerán, mas si lo hacen, perderán las comodidades de este paraíso” (“de esto no comerás” es curiosamente, la frase que me dice el médico, cada vez que lo consulto y no vivo en el paraíso, para ser sincero). Cuando Adán le comunicó la novedad a Eva, ella puso el grito en el cielo (gritó bien fuerte hacia arriba, para que Dios la oyera) y le dijo a Adán que inmediatamente, presentara un recurso de amparo a la medida, porqué se trataba de una extorsión y le reprochó que no se hubiera dado cuenta de ello. Enseguida recurrió a los términos que las mujeres nunca han olvidado desde entonces: “andá y decíle”. Ante esa firme oposición femenina y por la pasividad del hombre, acostumbrado a comer lo que le den, Satanás entró en el Paraíso (por primera vez en su existencia) presentándose como abogado defensor (allí también nació la carrera de leguleyo) y designó como su vocero, al animalito más adecuado para tratar con la fémina: una serpiente. Eva se dejó convencer por los halagos que aludían a su belleza incomparable (no había otra mujer para compararla) y aprendió de la sierpe, los mejores argumentos para persuadir a otro, en un juicio polémico. Y como era lógico que ocurriera, Eva, de puro antojada y glotona, comió la manzana que le ofreció doña Serpiente, y le dio a comer a Adán, que dócil, al igual que todos sus descendientes varones, comió lo que le sirvió su concubina (todavía no estaban casados).

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