Tres Siglos de La Rioja Alta S.A.

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uchas veces el consumidor se ha preguntado si mantener el vino en la botella es de alguna utilidad. En este capítulo queremos explicar la importante evolución que experimenta su color, aroma y sabor, tras un periodo reposando en vidrio y por qué, precisamente, este material se ha impuesto a todos los demás.

L A FA B R I C A C I Ó N D E B O T E L L A S BREVE HISTORIA DE LA BOTELLA

Ánforas, pellejos, pitacos, odres, toneles… han sido muchos los recipientes empleados a lo largo de la historia para el transporte y la comercialización del vino. Fueron métodos extendidos, más o menos prácticos, pero demasiado expuestos a un gran enemigo: el oxígeno. El peligro de avinagramiento o de tornarse rancio condicionaba la industria vitivinícola, así que los vinos más preciados en la antigüedad procedían del área mediterránea, donde su valor alcohólico superaba habitualmente los 13º, lo que permitía su lento transporte sin demasiados riesgos para tan preciada carga. Afortunadamente, nació la botella de vidrio. Gracias a su capacidad de cierre hermético, unida al incipiente uso de azufre para eliminar el oxígeno existente en los barriles, se obró el milagro. Poco a poco el vino de calidad, que podía ser ya de grado moderado, dejó de ser sinónimo de latino. El término botella procede del latinismo “butticula”, el diminutivo del término “buttis”, que significaba tonel. Evidentemente, desde su creación y fabricación artesanales, han sido abundantes las evoluciones de sus formas, tendiendo siempre hacia un progresivo alargamiento y estrechamiento de su cuello. Una forma que se fue regularizando y estandarizando desde principios del siglo XX gracias a la introducción de los procesos mecánicos en su elaboración y en los procedimientos de embotellado. Hoy en día, su empleo es masivo debido al gran número de propiedades que le otorgan el papel de insustituible para la conservación del vino. Muchas alternativas han sido pensadas para esquivar su aparente fragilidad, sin duda un mal menor

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