Suplemento Domingo La República 25072010

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vergüenza. Ala izq: Nora Bonifaz, presidenta de la Asociación Manos Limpias, con la burrita Justiniana, símbolo de la lucha contra la corrupción. Abajo: El Muro de la Vergüenza, que el colectivo La Resistencia instalaba todos los miércoles en la Plaza San Martín. Más de cuatro mil personas llegaban en cada jornada para escribir o leer los mensajes del pueblo.

28 de Julio durante la Marcha de los Cuatro Suyos. El Lava la Bandera causó tal impacto e identificación que cuando Valentín Paniagua asumió la Presidencia en noviembre del 2000, recibió de manos del Colectivo Sociedad Civil (CSC) una bandera lavada, planchada y cosida, como símbolo de las heridas que cicatrizaban en el país. Las acciones del CSC (formado inicialmente por artistas e intelectuales) comenzaron el 9 de abril del 2000, cuando decidieron participar en la vigilia contra el fraude de la ONPE para re-reelegir a Fujimori. “Hicimos un entierro simbólico frente a Palacio de Justicia, con velas, cruces y un arreglo fúnebre con la palabra ONPE, que en un principio decía PEPON para despistar a la policía. En ese instante surgió una idea que parecía imposible y que, sin embargo, se hizo realidad. Los manifestantes improvisaron una colecta para comprar un ataúd real, alrededor del cual organizaron guardias de paródico honor”. Así lo recuerda Buntinx, cuyas manos fueron también responsables de empapelar las calles de Lima con unos afiches en los que se leía: “Cambio no cumbia”, “No al tecnofraude” y “Que no nos bailen más”, en rechazo a la manipulación que Fujimori ejercía sobre un vasto sector de la opinión pública.

La resistencia

Pero no fue tan sencillo. El viernes siguiente los esperaban policías del Batallón de Asalto. “Nos iban a llevar a la cárcel por enfrentarnos simbólicamente al régimen”, recuerda Buntinx, “pero de repente, un grupo de señoras de unos 60 años se paró delante de nosotros a cantar el himno nacional y a refregar banderas. Una reacción así, tan firme y desafiante, confundió a los guardias y evitó nuestra detención”. Desde esa jornada, a fines de mayo de aquel inolvidable año 2000, las muestras de apoyo a este ritual de protesta no cesarían hasta que el objetivo se cumpliera. Cuando la policía descolgaba los tendales, la gente colocaba las banderas húmedas sobre sus cuerpos formando un cordel humano; cuando la re-

presión cerraba la pileta, los vecinos traían agua en baldes para culminar la actividad; y cuando la banda militar de Palacio tocaba sones marciales, a fin de acallar los cánticos democráticos, el público seguía el ritmo de la música con el coro “Lava, lava, la bandera, limpia, limpia tu país”.   En poco tiempo, la identificación popular llevó a repetir esta ceremonia en casi todas las grandes ciudades del interior del país. Y por lo menos veinte comunidades de peruanos la replicaron en ciudades de Latinoamérica, Estados Unidos, Europa, Japón, Australia y Nueva Zelanda. Nada parecía detenerlos. Ni las amenazas de muerte por teléfono, ni las calaveras arrojadas a las afueras de sus casas, ni la violencia desatada el •

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afiches. El Colectivo Sociedad Civil utilizó el mismo estilo de la música tropical peruana para empapelar las calles de Lima con afiches como este. El propósito era rechazar la manipulación que ejercía el régimen fujimorista, con acciones como “El baile del chino”.

Otra agrupación protagónica fue La Resistencia, creada por artistas, intelectuales  y universitarios. Su primera acción conjunta fue “El muro de la vergüenza”, una tela de 15 metros de largo por cuatro de alto, con fotos de ministros, congresistas, periodistas y empresarios escuderos del f ujim o n tesinismo. La intención de archivom icromuse o“alfond sus organizadores era convocar a los ohaysitio ” ciudadanos de a pie a escribir sus percepciones sobre los personajes que avalaron el fraude y la corrupción. Jamás imaginaron que cada día más de cuatro mil personas desfogarían públicamente su rabia contra la dictadura, con mensajes como “No al gobierno delincuente” o “Ellos han roto el Perú”. El muro de la vergüenza se replicó en el interior del país, así como en España y Chile. “Al comienzo hubo algo de temor, pocos querían escribir en público lo que pensaban. Pero luego se nos unió mucha gente, fue como librarlos de una mordaza. Prime-


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