La Mirilla - Número 20

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30 la mirilla / mayo 2016

El tiempo ha pasado y las preguntas están ahí, sin respuestas. O las respuestas se esconden en los abismos de los silencios de galones y charreteras, dormidas en las estanterías de los cuarteles militares encerradas en el cómplice silencio de quienes aún viven y saben cosas. De pronto se desvanece o se muere la posibilidad de encontrar con vida a los seres queridos, y eso pega fuerte. Quizás no sepamos nunca quién asesinó a la maestra Elena Quinteros, hija de Tota, que se fue de este mundo sin saber la verdad sobre su hija pero creyendo que la iba a encontrar, hasta el último instante de su vida. Seguramente no sabremos quién asesinó al maestro Julio Castro, Ubagésner Chavez Sosa o al papá

de Javier Miranda, y debamos conformarnos con saber en qué lugar descansan sus restos. Pero hay una multitud de personas que ni siquiera han tenido esa posibilidad. Nada saben, nada les han dicho, nada se ha podido averiguar. Pero una cosa es clara: mientras esta columna de gente aumente cada año y se renueve con la juventud comprometida con la justicia y la verdad, podemos estar tranquilos de que nada ha sido en vano y que nadie se quedará sin respuestas. Tarde o temprano todo verá la luz y la impunidad será una palabra que ya no manejaremos en nuestro vocabulario, y que no será admitida en el libro gordo de la Real Academia. Ojalá.


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