La Juguera Magazine

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los artistas plásticos más comprometidos y las juventudes comunistas, pero yo conciliaba esos dos mundos en el arte. Mis primeros trabajos fueron con mi querido papel kraft, siempre encontré muy noble ese material y al cartón también. En ese tiempo me pusieron la etiqueta de la escultora del material de desecho. Lo cierto es que al taller de aluminio no me podía meter porque no me daba el billete. En el taller de picar piedra, con Matías Vial, nunca pude hacerlo bien. Era terrible. Tenías que hacer tus propios cinceles a partir de un fierro que calentabas en la fragua y luego al yunque a sacarle punta a puro martillazo. El metal está bueno cuando al meterlo en un aceite se pone azul. ¡Nunca vi ni un puto color azul! Me acuerdo que martillé un semestre entero y la piedra se fue achicando hasta que quedó tan chica como la maqueta de greda que había hecho. En madera me conseguí un tronco bueno y estuvo mejor porque no lo cincelaba, le metía serrucho y hacía los cortes y después con una gubia le hacía unos sacaditos. Estuve haciendo cosas constructivistas con madera, los listones, los cuartones, armando formas. Otra cosa que siempre me gustó fue la mecánica de automóviles y creo que de ahí tomé mi gusto por el color. Mi papá era pintor de autos y yo fui una chica de garaje a la que ponían a revolver la pintura para que no se aconchara. Cuando veía que el color se empezaba a fundir con el aceite se me caía la baba de los colores que salían: bermellón, azul, amarillo. También hice pistoleo de pintura y me tenían para igualar colores por el buen ojo.

LA VIEJA EUROPA A Ámsterdam llegué a los 27 años gracias a una exposición individual que tuve en la galería Casa Larga de Carmen Waugh. Justo llegó el director del Museo de Arte Moderno de Ámsterdam buscando gente para hacer una muestra sobre América, que incluía a expositores de Uruguay, Argentina, Brasil y Chile. Con Pablo Domínguez, que en paz descanse, fuimos escogidos para ir por dos meses a Holanda. Nos pagaban los pasajes de ida y vuelta. Fue como el sueño del pibe, entramos por la puerta grande, fuimos a Portugal a dar la hora, pero igual lo pasamos chancho en Lisboa porque Pablo era el mejor compañero de viaje que he tenido. Con él era todo el rato cágate de la risa, si queríamos, cada cual a su aire, sin problema. Me dejaba ir al lado de la ventana en los viajes. Llegamos a Europa los dos bien huasos, a ver los Van Gogh y Rauschenberg en vivo, y pedimos la plata del hotel y nos fuimos a una okupa así que nos alcanzó para vivir como tres meses. Cuando se estaba acabando la plata postulé a una beca para hacer un posgrado de dos años en la Rijksakademie. Me dieron taller como con mil euros mensuales y todos los materiales. Pablo se volvió y yo me quedé. En la okupa conocí a mi segundo marido, Gert-Jan Van den Broek, un holandés ebanista de manos inmensas. Ahí me dije “esta es la mía” y estuvimos juntos 18 años haciendo muebles. Yo le daba las medidas de lo que quería y él preparaba la madera y yo dibujaba y pintaba para que él después cortara, ensamblara y pegara. Yo también hacía el tapizado. Era rico porque la plata quedaba en casa, no como ahora que tengo que pagarle a un maestro. Al tiempo volví a Chile pág · 4

a buscar a mis dos hijas y me las llevé conmigo pero no vivimos en Ámsterdam porque era muy peligroso por la libertad y las drogas, cada cual se metía en los problemas que quería meterse, yo del primer año en Holanda casi no me acuerdo, lo pasé en estado etílico. Nos fuimos a un lugar en la playa que se llama WijkAanZee y vivimos en una okupa que era un castillo medieval, al lado del mar. Había sido un hospital para tuberculosos, tenía buen aire y por un lado veía el mar, por el otro las dunas y por otro el pueblito chico. Antes del final del invierno desde la nieve empezaban a salir unos triangulitos verdes y se veía una gran extensión con los bulbos verdes que empezaban a brotar al derretirse la nieve. Después aparecía una flor blanca así que todo quedaba nuevamente blanco pero de pétalos, como nevado de flores, demasiado lindo, hice una serigrafía de eso. De vuelta en Chile en 2005, luego de 18 años fuera, me encontré con los amigos y llegué a vivir en la Comunidad Ecológica de Peñalolén. Allí tuve mi negocio de compra y venta de poesía, un chiste. Tenía un taller grande para atrás y adelante unas vitrinas. Lo primero que hice fue poner una tienda de antigüedades y suvenires. Tenía un cajón lleno de lamparitas, ceniceros, todas las huevaditas que me había comprado en Europa las metí en ese cajón y me las traje. Viví un año entero de eso. Después puse una librería con Whitman, Artaud, esa onda, los iluminados y los malditos. Pero no me fue bien porque vendía un libro y me compraba una chela, vendía otro y me tomaba otra chela y se me fue el capital, se hizo un hoyito en la bolsa y quebré. En eso llegó Impuestos Internos a ver facturas y todo eso y les dije “yo vendo y compro poesía, aquí

PANCHA NÚÑEZ Costurera de Abismos / Ocholibros

TESTIMONIO

“Llegamos a Europa los dos bien huasos [con Pablo Domínguez], a ver los Van Gogh y Rauschenberg en vivo, y pedimos la plata del hotel y nos fuimos a una okupa así que nos alcanzó para vivir como tres meses.”


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