La Jornada, 07/03/2017

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LUNES 3 DE JULIO DE 2017

AVANCE DE LA RAÍZ NAZI DEL PAN

RAFAEL BARAJAS (EL FISGÓN)

La Cristiada: ¿rebelión espontánea?, ¿última fase de la Revolución?

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n la década de 1920, tras el triunfo definitivo del bando revolucionario, el país vivió un periodo de inestabilidad y zozobra. Las pugnas entre revolucionarios eran fuertes y, por si esto fuera poco, pronto estalló un conflicto entre el Estado y la Iglesia católica que derivó en una violenta guerra civil: la rebelión cristera. El historiador Jean Meyer ha hecho una investigación profunda sobre el tema; sus libros aclaran mucho de lo que ocurrió en este episodio de la historia de México y sus tesis son punto de referencia indispensable de todo debate sobre la Cristiada. Sin embargo, algunas de sus conclusiones centrales son debatibles. En un ensayo publicado en la revista Nexos en septiembre de 1979, Pierre Luc Abramson puso en entredicho algunas de las ideas clave del gran investigador de los cristeros; cuestionó que esta rebelión haya sido la última fase de la Revolución mexicana, como lo afirma Meyer: Para Jean Meyer la rebelión de los cristeros, la Cristiada, forma parte de la Revolución mexicana [y], según Meyer, el momento más glorioso de este periodo es precisamente el de esta rebelión, a la que considera como único episodio realmente campesino. […] Esta alteración semántica […] Es el primer paso en la vía de la exaltación de los cristeros. […] Meyer no concede suficiente atención al hecho de que todos los rebeldes, del ideólogo al combatiente, se proclamaban clara y abiertamente “contrarrevolucionarios” y se consideraban a sí mismos totalmente ajenos al largo proceso de violencia que de 1910 a 1920 había desembocado en el nuevo régimen... 1

Meyer documenta que el levantamiento religioso tuvo un apoyo popular grande y auténtico, y de allí concluye que se trató de un movimiento desinteresado, inevitable, inesperado y espontáneo. Abramson también cuestiona esta visión: Meyer deja en la oscuridad importantes aspectos de la cuestión. Por un lado, esfuma las relaciones comprometedoras que existían entre el ejército cristero y los políticos de extrema derecha de la Liga Nacional por la Defensa de las Libertades Religiosas (LNDLR), así como las relaciones entre éstos y la Iglesia católica (Santa Sede y Episcopado Mexicano reunidos), que era, por otra parte, lo menos halagador de la acción armada de los cristeros. […] Esta Liga es una organización de guerra civil, que tiene

como meta la toma del poder. 2

El episcopado mexicano de la época. Verdadero rostro de la “U”. Imágenes tomadas de La persecución religiosa en México, de Lauro López Beltrán

La guerra de los curas* A pesar de que Meyer ha recibido todo tipo de reconocimientos –sobre todo en las administraciones panistas–, los cuestionamientos hechos por Abramson en 1979 no han perdido vigencia, e investigaciones recientes (a partir de documentos desclasificados del Vaticano) le dan más peso y solidez a sus críticas. La idea de que la rebelión cristera surgió de abajo y de manera espontánea (“como por encantamiento”, decían algunos) no es nueva; ha sido sostenida por décadas por la jerarquía católica, por grupos de fanáticos y por los historiadores de la derecha. Es entendible que el clero y sus allegados insistan en esta tesis, ya que le resulta muy cómoda a la Iglesia: la exime de toda responsabilidad histórica, la pone a salvo de las atrocidades cometidas por los rebeldes y coloca a la jerarquía católica y al Vaticano como los mediadores humanitarios que interpusieron sus buenos oficios para terminar con una guerra sangrienta que, según ellos, fue provocada por la insensatez de un César autoritario e insensible llamado Plutarco Elías Calles. Desgraciadamente, esta visión histórica es poco creíble, ya que pasa por alto hechos históricos muy documentados –como la propaganda de ciertos obispos y la participación de innumerables curas en hechos de armas– y, por supuesto, el gobierno de la posrevolución nunca la dio por buena. Sin embargo, durante años, fue imposible documentar la existencia de un vínculo directo e incuestionable entre la jerarquía religiosa y la dirigencia cristera. Los estudiosos del tema tenían la certeza

de que dicho vínculo existía y que tenía que ver con una organización secreta llamada la “U”, la cual había sido fundada en Morelia por el canónigo Luis María Martínez, pero nada más. No se sabía ni qué peso tuvo este organismo en la revuelta, ni cuán estrecha era su relación con la jerarquía eclesiástica. Gracias a investigaciones recientes (basadas en documentos secretos del Vaticano que han sido desclasificados) que complementan los testimonios escritos por los propios rebeldes, hoy tenemos elementos suficientes para afirmar que el episcopado mexicano organizó el levantamiento cristero que ensangrentó a la nación.

Iglesia, Revolución y guerra cristera Si bien el levantamiento cristero es heredero de las luchas entre liberales y conservadores del siglo XIX, lo que lo desencadenó fueron eventos políticos precisos que tuvieron lugar entre 1911 y 1926. En 1911 y 1912, el Partido Católico participó activamente en la campaña contra Francisco I. Madero, contribuyó a derrocar al presidente mártir y colaboró en el gabinete de Huerta. A su vez, la alta jerarquía eclesiástica apoyó al gobierno usurpador y aprovechó la alianza para impulsar un viejo proyecto del clero conservador: “reconocer y proclamar a Jesucristo Rey de México y el mundo”. 3 Con el visto bueno del papa Pío X y el acuerdo del gobierno huertista, el 6 de enero de 1914 se celebró en la Catedral de la Ciudad de México una misa pontificial en la que se ornamentaron las imá-

genes del Sagrado Corazón con la corona y el cetro, las insignias de la realeza. La solemne coronación se llevó a cabo con pompa y boato y fue presidida por el arzobispo José Mora y del Río. El usurpador apoyó este acto y hasta dio su venia para que participaran en él altos funcionarios del ejército. Cuando Mora y del Río concluía la consagración, los ahí congregados lanzaron, por primera vez, el grito de: “¡Viva Cristo Rey!” 4 La alianza de los católicos con El Chacal Huerta agudizó el anticlericalismo de los grupos liberales rebeldes, y en los años siguientes hubo constantes choques entre revolucionarios y católicos. El encono fue creciendo y en 1917 todos los sectores que participaron en la redacción de la Constitución votaron por negarle toda personalidad jurídica a la Iglesia y prohibieron la participación del clero en política. El 24 de febrero de 1917, los obispos publicaron una protesta contra el nuevo código que, según ellos, proclamaba “principios contrarios a la verdad enseñada por Jesucristo”. Mora y del Río se pronunció contra las leyes que restringían las libertades políticas de la Iglesia y, muy pronto, sectores del clero empezaron a construir una gran organización nacional clandestina de católicos que estaban dispuestos a dar la vida por restaurar el reinado de Cristo.

De cómo la jerarquía católica organizó el alzamiento cristero En su artículo titulado El origen de la ultraderecha en México: la “U”, el historiador Yves Solís documenta que, en 1915, un canónigo de Morelia llamado Luis

María Martínez fundó la Unión de Católicos Mexicanos (UCM), una organización a la que llamaban la “U”. Solís narra que: La Unión de Católicos Mexicanos tenía tres grandes finalidades. La primera era la defensa de la Iglesia y de los católicos como tales. La segunda, la implementación del orden social cristiano en todo el país; y finalmente, la tercera. la independencia y soberanía de México. 5

En 1917, esta asociación “tomó su forma de grupo de acción secreto”. Con la ayuda de curas, prelados, obispos y arzobispos, Martínez y su brazo derecho, Adalberto Abascal, un católico muy devoto, desarrollaron esta asociación en varios estados del país. A partir de informes secretos del Vaticano (hoy desclasificados), Solís documenta que la “U” tenía un carácter piramidal y vertical y reposaba en la idea de que los fieles le deben obediencia al clero; también acredita las ligas de la “U” con la jerarquía eclesiástica: [La UCM] Se presentaba como una confederación nacional de provincias. Su base organizacional eran las diócesis. […] El primer centro era el provincial. La UCM establecía de preferencia dicho centro provincial en la sede episcopal. Cada uno contaba con diferentes elementos, en primer lugar, el Asistente Eclesiástico. […] El Asistente Eclesiástico no regía a la “U”, pero vigilaba que no se apartaría ni “una tilde”


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