Revista Colette número 27

Page 1


C


CONTENIDOS CONTENIDOS

En este nuevo número de La gata de Colette encontrarán interesantes contenidos que ningún amante de los animales, el arte y la literatura podrán dejar pasar. Entrevistamos Karen Doggenweiler, una de las más queridas comunicadoras y periodistas de nuestro país, quien nos habla de su fuerte compromiso con la tenencia responsable de mascotas, de sus queridos perros adoptados y de lo que significa la pérdida de uno de ellos. Ramón Díaz Eterovic entrevista al reconocido poeta mexicano Margarito Cuéllar, autor de una extensa obra y conocedor de los gatos, esos seres a los que les ha dedicado varios poemas, algunos de los cuales comparte con nosotros. Pablo Rumel continúa con su interesante saga “Galopa el caballo en la historia literaria”, revelándonos aspectos desconocidos de este hermoso y querido animal. Juan Calamares escribe el cuento Un muchacho y su gato, que narra la historia de un niño y un gatito durante el fin del mundo. Luis Saavedra comenta la película Penguin Bloom, un interesante drama familiar que gira en torno a una hurraca y que vale la pena redescubrir. Julio Pincheira continúa con su serie de artículos sobre los insectos en la poesía; el resultado es sorprendente y verdaderamente estimulante; no lo dejen pasar. Xaviera Rivas visita el Criadero Kreyemborgi, un espacio cuyo fin es la conservación y la reintroducción de aves rapaces. Marietta Santi nos ilustra sobre la historia de uno de los más importantes clásicos del musical, estamos hablando nada menos que de Cats. Y nuestro crítico de cine de Galicia , Gervasio Navio, comenta esa dura, excéntrica e inclasificable película de Yorgos Lanthimos, Canino, un imprescindible del cine de culto, que nos hace reflexionar sobre la condición humana. Pues ya están avisados, ahora, a disfrutar.

Revista “La gata de Colette”

CONTENIDOS

Noviembre del 2021 Publicación mensual Editor: Juan Calamares Corrección de estilo: Eglé Vera-Cardozo Directora: Pamela Gaete Diseñadora: Sofía Garrido P. lagatadecolette@gmail.com www.lagatadecolette.cl

Entrevista - Karen Doggenweiler

Cine - Luis Saavedra

Entrevista - Margarito Cuéllar

Poesía - Julio Pincheira

Cuento - Juan Calamares

Teatro - Marietta Santi

Literatura - Pablo Rumel

Cine - Gervasio Navío Flores

Fotoreportaje- Criadero Kreyenborgi


E N T R E V I S TA

KAREN DOGGENWEILER:

« UNA YA COMPRENDE

LO IMPORTANTE

QUE ES DARLE LA OPORTUNIDAD A UN ANIMALITO Por Camila Cabezas Fotografías Sofía Garrido P.

6

«

VIEJO O ENFERMO


E N T R E V I S TA

Sobran las palabras para presentar a Karen Doggenweiler (1969), queridísima comunicadora, de extensa trayectoria televisiva, siempre vinculada a causas sociales, tanto dentro como fuera de la pantalla. Destacada promotora de la tenencia responsable de animales, esta periodista —y compañera del candidato presidencial Marco Enríquez-Ominami—, que comparte su vida con dos perros adoptados y mestizos, Benito y Lulú, nos recibe en su hermosa casa, en donde llevamos a cabo esta interesante charla.

—¿Cuándo comienza tu relación con los animales? —Cuando niña. Mi familia es del sur y yo crecí en una parcela en la que siempre hubo perros, perros grandes, de esos que te cuidan. Así que siempre he estado rodeada de animales. Me encantan todos y no imagino mi vida sin ellos.

—En este momento compartes tu vida con dos peros, Lulú y Benito. ¿Qué tan estrecha es tu relación con ellos? —Muy estrecha. De hecho, creo que hasta hemos dejado de ver gente por ellos. Por ejemplo, si alguien visita nuestra casa y quiere que encerremos a los perros, la verdad es que es probable que no pueda venir. Y es que nuestros perros son parte integral de nuestra familia, ellos deambulan por la casa, duermen con nosotros, dejan los sillones con pelos, pero no nos importa. Y eso es algo que la gente de fuera debe tener bien presente.

—¿Crees que los animales cumplen algún papel en nuestras vidas? —Una quiere que los animales simplemente sean, que sean amados por ser como son. Pero es verdad que juegan roles importantísimos. Por ejemplo, los caballos. Son terapéuticos y saben perfectamente cuando son cabalgados por alguien muy frágil o con capacidades diferentes. Los perros también son terapéuticos, nos acompañan en los duelos y nos ayudan a superar nuestro dolor. Son así, sanadores: uno les entrega amor y ellos nos devuelven mucho a cambio. Es una relación muy recíproca.

MEÍTO Durante el año 2020, Karen Doggenweiler despidió a Meíto, uno de sus perros más queridos, con quien compartió once años. Meíto fue uno de los muchos perros destinados a la muerte en un canil ilegal de la Ilustre Municipalidad de Puente Alto, en el que se sacrificaban cerca de cien perros semanalmente. El caso ameritó una investigación periodística destinada a la televisión que, debido a manejos políticos, no salió en pantalla. Como un modo de visibilizar la situación de maltrato, los responsables de la investigación se enteraron de que Karen estaría pronto de cumpleaños y quería un perro. Fue entonces que contactaron a Marco Enríquez-Ominami, quien, como un gesto de empatía y, a la vez, como una declaración política, rescató a uno de aquellos perros destinados a la muerte. El mestizo fue bautizado con el nombre de Meo y Karen lo recibió en su casa el día de su cumpleaños.

—Pero, aun así, nuestra sociedad sigue arrastrando mitos en relación a los animales. —Es verdad y siguen existiendo costumbres que uno no sabe por qué no han sido erradicadas. Como las carreras de galgos o las peleas de gallos. Sin embargo, como sociedad, hemos aprendido mucho. Por ejemplo, antes pensábamos que era necesario que las perritas tuvieran una primera camada de cachorros, pero hoy comprendemos que aquello era simplemente una proyección de nuestra necesidad de «ser abuelos». Hoy en día somos conscientes de la importancia de la esterilización y aquello es un paso importantísimo.

7


E N T R E V I S TA

—Háblanos de Meíto. —Meito llegó con un importante daño neurológico y, de solo verlo, uno ya sabía que el pobre había sido testigo de la muerte de toda su familia. Nosotros pensábamos que no resistiría, pero finalmente se salvó y vivió once años con nosotros. Fue inmensamente amado. Y su caso incentivó muchísimas adopciones.

Es increíble, pero ahora Lulú está asumiendo un poco el rol de Meíto. Está atenta, vigilante… —¿Cómo podemos solucionar la realidad del maltrato animal, con más fiscalización, con más recursos? —Con todo eso y más. Se soluciona con políticas estatales, pero también dando el ejemplo, sobre todo cuando se es una persona pública. Es importante educar con el leguaje, hablar de adoptar en lugar de regalar, propiciar la adopción y no la compra, realizar pequeños gestos como que los locales comerciales cuenten con un plato con agua para los animales. Estudiar en compañía de un animal. Crecer rodeado de animales, todo aquello es un modo de crear comunidad con ellos.

—¿Tus otros perros también provienen de situaciones de maltrato? —Benito, no, pero Lulú, sí. A ella la adoptamos por medio de la fundación Garras y Patas. Ella estaba enterrada en la calle junto a sus hermanas y por eso las llamamos Las topitas. No se sabe muy bien si las enterró su mamá para protegerlos de algún peligro, como un incendio, por ejemplo, o si fue un acto de maltrato. Lo cierto es que la recibimos en condición de hogar temporal y, como suele ocurrir en esos casos, acabamos adoptándola.

—¿Vas a adoptar más perros, aunque se sufra mucho con su partida? —Es que ellos siempre llegan, siempre. A estas alturas, una ya comprende lo importante que es darle la oportunidad a un animalito viejo o enfermo, aunque se vaya pronto. Y es que si va a vivir solo un mes, bueno, que sea así, pero que durante ese mes sea inmensamente feliz. Será una época de puro amor y cuando nos deje, lo lloraremos y le daremos la oportunidad a otro más.

—Y ellos, ¿cómo asumieron la muerte de Meo? —Lulú quedó bastante traumatizada. De hecho, tuvo hasta convulsiones luego de la muerte de Meíto. Y es que Meo tenía una relación muy especial con sus compañeros, les exigía correr, jugar.

8


E N T R E V I S TA

LIBROS Y PELÍCULAS SOBRE ANIMALES Recomiendo la película Hachikō Monogatari (Seijiro Koyama, 1987), pues refleja ese amor entre los animales y nosotros, que no termina ni siquiera con la muerte, esa incondicionalidad y lealtad que perdura en el tiempo y que nos demuestra que los lazos permanecen.

También me gustó mucho Umberto D (Vittorio De Sica, 1952), una estupenda película que cuenta la historia de supervivencia de un hombre y su perro en la posguerra. Mis libros favoritos son sin duda los de Emilia (Juan Calamares). Soy una de las tantas fans de esta querida, incansable y ágil gatita que tiene tantas aventuras como pueda uno imaginar. Además, estos preciosos libros tienen un propósito que me encanta y es que lo que recaudan va en beneficio de la construcción del Santuario Emilia. Como el autor de las aventuras de Emilia también es músico, me gustaría agregar que hay melodías preciosas para nuestros animalitos. A los gatos que están en recuperación o en refugios, podemos acompañarlos con tonalidades que alivien su estrés, que los relajen y que les permitan sanar gracias al efecto terapéutico de aquello sonidos.

9


E N T R E V I S TA

MARGARITO CUÉLLAR, POÉTICA MEXICANO:

«

«LOS GATOS Y LOS POETAS NO LE HACEN CASO A NADIE

Por Ramón Díaz Eterovic

Hispanoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez, de Huelva, España; en el 2021, el Premio de poesía Pilar Fernández Labrador, de Salamanca, España). Nació en 1956 en un poblado campesino cercano a Ciudad del Maíz, San Luis Potosí, México. Las edades felices (publicado

Hoy por hoy, Margarito Cuéllar es una de las voces más importantes y reconocidas de la poesía mexicana. Su obra, que comprende una veintena de libros, ha sido destacada por la crítica literaria y premiada en algunos de los más importantes certámenes en México y España (en el 2020, el Premio

10

«

SE PARECEN EN QUE


E N T R E V I S TA

por la afamada editorial española Hiperión), El mundo será otro, Arresto domiciliario, Noticias de ninguna parte son algunos de sus libros. En Chile, el año 2013, RIL Editores publicó una selección de sus poemas titulada Vigilias. Hace pocos años nos conocimos en China, en el marco de un encuentro de escritores realizado en la ciudad de Kunming, donde también tuvimos ocasión de participar en la imponente fiesta de celebración del cumpleaños de Confucio y en la fiesta de la llegada del otoño. Igualmente disfrutamos de la amable hospitalidad china, de su fantástica gastronomía y, alguna noche, Margarito nos sorprendió cantando rancheras ante un entusiasmado público chino. Después de China, coincidimos en un encuentro de literatura en Monterrey y ahora continuamos nuestra amistad con esta charla virtual sobre dos cosas que nos apasionan: la literatura y los gatos.

...los escritores somos personas medio encerradas, escurridizas y en cierta forma envidiamos la independencia y la libertad de los gatos...

DE LOS GATOS ME ATRAEN SU INDEPENDENCIA Y SU INDIFERENCIA»

imprimiendo. En los últimos años nos hemos cambiado constantemente de casa y eso la pone tensa. La última vez se quedó dos semanas atrapada en un techo y no la podíamos bajar. Unos vecinos llamaron a Protección Civil y no pudieron tampoco. Ya con la mudanza ahí, por fin bajó a última hora. A partir de ahí empezó a llevar un diario escrito.

«No recuerdo gatos en mi infancia, acaso gatos con plumas llamados pájaros —dice Margarito Cuéllar al inicio de la conversación—. Los gatos aparecieron después, ya en mi vida adulta en Monterrey, cuando llegaron los hijos. O sea, los gatos en mi vida no aparecen en mi infancia, sino en la de mis hijos, Áyax y Ulises. Solían llegar con cuanto gato se encontraban en la calle. Llegamos a tener más de diez. Actualmente tengo a mi gata Yaqui. El nombre se lo puso Susy, mi mujer, como un homenaje a la resistencia de las tribus yaquis de Sonora, que a la fecha siguen peleando el agua que históricamente les corresponde. Llegó pequeña, de meses, regalo de una amiga poeta. Es algo especial porque nos sigue a todas partes, lo que por regular hacen los perros. Luego de que la esterilizamos se volvió muy quisquillosa, sobre todo con los gatos pequeños de Bebecito, otra gatita que tenemos. Parece una tía regañona, así que optamos por llevarla a una casa que tenemos en el campo. Allá se la pasa bien, se lleva bien con los conejos, los perros la respetan y los patos no la persiguen. En la noche, sale a cazar insectos. Cuando me ve en la computadora se acerca al teclado y a la pantalla, igual cuando estoy

»De los gatos me atraen su independencia y su indiferencia —agrega Cuéllar—. Hacen caso cuando quieren, hacen lo que quieren, son silenciosos, a veces un tanto huraños. Me siento identificado con ellos. También porque son muy limpios y a su manera son libres. Los gatos tienen garbo y son orgullosos. Me encanta la fragilidad de los gatos. Mientras los humanos contamos con 206 huesos, los gatos tienen 244. La historia gatuna de mi mujer y yo ha incluido a Micha, Michelino, Jagger, Quevedo, Hikuri, Coltrane, Cielo, Nieve, Copelia, Mimo, Candi y muchos más. »Los gatos han tenido una influencia muy fuerte en la historia de los pueblos mexicanos, sobre todo los gatos negros, a los que se les relaciona con el mal. Eso costó en el pasado muchas vidas de gatos. Han sido vinculados a la adivinación y a lo que llaman ciencias ocultas. Actualmente, la

11


E N T R E V I S TA

LA FUERZA DEL TEXTO, EL REFLEJO DE LO QUE NOS RODEA Y LA RIQUEZA IMAGINATIVA

Asociación Mexicana de Gatos identifica unas 49 razas de gatos. La leyenda habla del gato azteca, sin pelo».

Margarito Cuéllar vive en Monterrey. Al igual que las personas de todo el mundo, su vida ha sido modificado por la llegada de la pandemia y sus efectos sobre la salud y la conducta de la gente. «Trabajo desde la casa —nos dice—. Desde mi hogar, doy mis clases en la universidad, escribo, corrijo, hago mis viajes virtuales para presentar libros o participar en festivales. La realidad ahora es virtual. Me dirijo hacia la jubilación en unos años mientras sigo en el periodismo, la promoción cultural y los animales. Ahora tenemos dos gatos, diez conejos, dos perros y dos patos».

Cuando hablamos de la mentada libertad de los gatos, Margarito Cuéllar comenta: «Ellos la ejercen como ningún otro animal. Ellos deciden qué hacer y en qué momento. Los gatos y los poetas se parecen en que no le hacen caso a nadie. Un ejército de gatos está condenado al fracaso. Por eso, al convivir con ellos, hay que hacerlo hasta donde su independencia lo permita. Prepararles su propia alimentación si es posible. Estar al pendiente de sus vacunas y cuidados. Evitar situaciones de tensión. He escrito muchos poemas con gatos o sobre gatos. Y mis gatos literarios favoritos son en especial los que provienen de las caricaturas y de las series animadas. Los clásicos: el Gato Félix, Garfield, Tom, el Gato con botas, Gatúbela y tantos otros. En la vida de los escritores hay muchos que han tenido una cercanía con los gatos. Eso puede deberse a su aura misteriosa. Y también porque los escritores somos personas medio encerradas, escurridizas y en cierta forma envidiamos la independencia y la libertad de los gatos. También porque son casi invisibles, pero uno sabe que están ahí, en alguna parte de la casa o del poema».

Respecto a lo que le significa escribir y ser un poeta con una obra extensa y cada vez más conocida, señala: «Escribir ya es mi estado natural. Si no lo hago me siento fuera de la cancha. Con escribir quiero decir también corregir, editar, leer. Me satisface hacerlo, gozo y sufro, pues el escritor es un masoquista de primera. Las primicias pronto pasan al olvido, sobreviven algunas. De mis primeros tres libros apenas salvo unas diez páginas. El tiempo es un antólogo preciso y despiadado. En cuanto a las claves y a los temas de los que escribo, supongo que es la vida misma en frases cortas y a grandes zancadas. Los encuentros y reencuentros con los libros. Busco siempre la intensidad, la fuerza del texto, el reflejo de lo que nos rodea y la riqueza imaginativa. Mis temas son variados pero, digamos, ahí está lo cotidiano, la vida como una noticia poética, sin escándalos y sin falsas pretensiones; los animales, el vínculo del ser humano con la naturaleza; la depredación humana, o apocalíptico, los viajes, el amor, la muerte, el paso del tiempo. Pero también los hijos, el padre, la madre, la poesía, el lenguaje, la palabra. Por supuesto el amor y la muerte». Por último, al hablar de sus poemas favoritos, dice: «La lista es larga y las deudas muchas. Los aprecio por lo que me han enseñado, por lo que he aprendido de ellos, por sus luces, sus cicatrices y sus claroscuros». Luego menciona una lista que incluye, entre otros, a César Vallejo y Ramón López Velarde, Olga Orozco, Gonzalo Rojas, Alejandra Pizarnik, Nicanor Parra, Raúl Zurita, Nuno Júdice, Octavio Paz, Efraín Huerta, José Carlos Becerra, Eduardo Lizalde, Enriqueta Ochoa, Charles Simic, Óscar Hahn, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Gamoneda y tanto más» Y para terminar esta entrevista a Margarito Cuéllar, nada mejor que algunos de sus poemas que hablan… de gatos.

12


E N T R E V I S TA

Gato Sigilo y esplendor, desafío indiferente: enciende su motor.

Veneno y los gatos Oh, pequeño emperador sin orbe, conquistador sin patria, mínimo tigre de salón…

Pablo Neruda

Balada de mi gato Veneno En la costa de Yorkshire las mujeres de los pescadores tienen un gato negro para que el hombre vuelva con pesca en abundancia.

Estas vacaciones me quedo quieto como estatua de sal. Si navego será en un una ola de vidrio que surfea en la corriente del agua. Si a mi gato le place acompañarme bien si prefiere jugar con fantasmas allá él.

El gato de Natsume Soseki cita a Buda y a los clásicos griegos mientras pasea en jardines ajenos y en la vida de los demás.

Aquel que va en una canoa en mar abierto soy yo que en vacaciones decidí quedarme en casa

Borges dice: la cercanía entre escritor y gato una alianza entre seres libres y Céline se resignó a escribir en el espacio que le dejaba su gato Bébert.

el que intenta atrapar peces con garras como anzuelos es mi gato Veneno. Abril 19 019

Imagino a Poe con Cattarine y Plutón al hombro mientras nacía «El gato negro». El gato de García Lorca tenía una extraña fascinación por la música de Beethoven y Fitzgerald debió amar la música de Chopin al bautizar así a su gato.

Los ojos de los gatos …veo con asombro el fuego en sus pupilas pálidas, claros fanales, vívidos ópalos, que me contemplan fijamente.”

Apollinaire Belcebú Búfalo Bill destellos de Mark Twain digan miau en el idioma que sea. «¿Y los 57 gatos de Hemingway las cinco bestias peludas de Lord Byron y las nueve vidas del Gato Fritz?» pregunta mi gato Veneno mientras cruza con elegancia las líneas del poema.

Charles Baudelaire

Lo más parecido a los ojos de un gato es el asombro del rayo o un carbón encendido.

Septiembre 9 de 2017

Lo llamen Eliot Emily o Lucifer nadie sale vivo de la mira de un gato.

13


C U E N TO

UN MUCHACHO

Y SU GATO

Por Juan Calamares Ilustración Juan Orellana

So long child, I’m on my way And after all is done, after all is done Don’t be down, it’s all in the past Though you may be afraid David Bowie (When the wind blows)

14


C U E N TO

Se detuvo junto al charco de agua a llenar su cantimplora y observó un pájaro que cantaba en la otra orilla, sobre un árbol. El pájaro estaba parado sobre una sola pata en una rama y al ver al muchacho emprendió el vuelo hacia el norte y el chico lo siguió. Caminó por una huella, con la mochila al hombro y la cantimplora colgada del cinto, sudando bajo el sol de la mañana y al llegar a un cruce atisbó los páramos de tierra quebradiza que se alargaban hasta al horizonte. El gatito estaba sentado sobre una roca. Tenía los ojos pegados con pus y era flaco y estaba lleno de pulgas y cuando el chico pasó a su lado, el gatito se estremeció y levantó una pata hacia él. El muchacho observó el gato. Había visto uno una vez, pero era mucho más grande. Se llenó la palma de la mano con el agua de su cantimplora y le ofreció de beber al gatito, que lamió aquel líquido turbio y luego cayó de espaldas, sacudiendo las patas como un juguete a cuerda. El muchacho recorrió medio kilómetro y escuchó los lejanos maullidos del gato, como un pitido o el trinar de un pájaro. Desanduvo el camino y lo halló dando vueltas a ciegas en el mismo sitio en el que lo había dejado y se lo metió en el bolsillo de su chaqueta. —Vamos —dijo el chico. Buscó refugio entre los matorrales que crecían alrededor de una gran roca octogonal para protegerse del ardiente sol del mediodía junto al gatito, que giraba su cabeza, curioso como el más pequeño de los búhos. Se desató el pañuelo que llevaba en la frente y lo empapó con agua y le limpió los ojos. El izquierdo lo tenía gris, cubierto con una nube fantasmal, pero el derecho era prístino como los ríos de épocas anteriores, de las que el chico no tenía conocimiento. De su mochila sacó una lata de conservas que abrió con su cuchillo de caza y vació el contenido en un plato y puso al gato sobre el recipiente. El gato observó al muchacho con su ojo sano, pero no comió nada. —No debí haberte traído —dijo el muchacho. Había visto lo que hacían los pájaros con sus crías, así que masticó un trozo de pescado y luego puso la papilla en la boca del gatito y este se relamió y cuando acabó su ración maulló porque quería otra porción. —No seas hambriento que no tengo más —dijo el chico. Pasado el mediodía subió por una colina para observar con sus prismáticos señales de peligro. La mala hierba consumía todo lo que se veía: los árboles centenarios que antes habían dado sombra, las rutas, los parques, las viejas estructuras sin nombre que emergían del interior de los caminos.

—¿Cómo te llamamos? —dijo la muchacha. Era más pequeña que él, de unos diez años, y tenía el cabello desgreñado y el rostro escamoso de los que habían sufrido mutaciones. Vestía con harapos e iba descalza porque sus uñas eran largas como las de los marsupiales. —Me asustaste —le dijo el chico. —Queremos saber lo que llevas ahí. —Nada —dijo el chico. —Somos los aulladores, porque en la noche aullamos. —La muchacha señaló al gato—: Danos al animal, lo comeremos. El muchacho negó con la cabeza. La niña lo tironeó de la chaqueta con las dos manos y el muchacho separó los brazos para quitársela de encima. La muchacha cargaba una bolsa de cuero que aún no se curtía y de su interior sacó los restos de un animal. El muchacho se cubrió la boca con el puño de su chaqueta. —Aleja eso —dijo el muchacho. —No huele mal —respondió la niña—. Lo compartiremos, danos el tuyo. —No —dijo el muchacho y recogió sus cosas mientras la niña lo tironeaba de las ropas para hacerlo cambiar de opinión—, es mío. Siguió el curso de lo que alguna vez había sido un río y en medio de las raíces secas que emergían de los meandros, observó un resplandeciente plato con surcos concéntricos y aunque no le encontró ninguna utilidad, lo desempolvó para guardarlo en su mochila. —¿Qué será esto? —le dijo al gatito. El gatito no lo escuchó. Asomó nerviosamente la cabeza por el bolsillo del chico y este lo detuvo para que no se escapara. —Quédate quieto —le dijo. Pero el gatito se dio una vuelta completa y sin que el muchacho pudiera impedirlo, agujereó el interior de su bolsillo y se deslizó, divertido, por su pecho hasta salir al exterior. —¿Adónde vas? —dijo el muchacho. El gatito corrió con la cola levantada y cuando encontró un lugar adecuado, se sentó a hacer pipí y al acabar miró al muchacho maullando tristemente. —Sube —dijo el muchacho. El gatito cubrió con tierra lo que había hecho y corrió a los pies del muchacho y solo dejó de maullar cuando este lo regresó a su bolsillo. —Por suerte avisas —dijo el chico. Subió por la ladera y solo armó su tienda cuando el sol del ocaso se posó tras las montañas irradiando llamaradas que reverberaban por el horizonte

15


C U E N TO

Cortó recto y a ciegas por el sendero que había recorrido el día anterior y sintió un latigazo de dolor en la pantorrilla porque lo había alcanzado un piedrazo. Se cubrió la boca con el puño para no gritar y cojeó unos quince metros, hasta que el piso desapareció de debajo de sus pies y se sorprendió deslizándose por una larga pendiente, hasta estrellarse de costado sobre un manto de arena, a pocos metros de un roquerío.

y entonces observó el misterioso espectáculo del ocaso acariciando la cabeza del gatito, preguntándose si acaso el sol volvería a levantarse a la mañana siguiente. —Vamos a dormir —le dijo. Se metió en su saco de dormir y muy pronto el cielo se ennegreció. Y como ocurría todas las noches, el chico tuvo miedo de lo que pudiera depararle la oscuridad. —¿Qué estás haciendo? —dijo el muchacho. El gatito se había acostado en su nariz y ronroneaba mientras le jalaba del cabello con sus manitas. —No quiero jugar —dijo. El gatito le amasó el cabello y luego dio un salto lateral aterrizando con sus cuatro patas sobre la frente del chico y este tuvo que meterlo en su saco de dormir para que dejara de molestar. —No quiero jugar —dijo. Se durmió muy avanzada la noche, arropado hasta la nariz, aunque su mente continuó calculando sus próximos movimientos.

Tuvo pesadillas durante el resto de la noche. Imágenes de otros tiempos, de otras guerras donde él era hecho prisionero y no podía prestar ayuda a su amigo gato, que se quedaba completamente solo entre los restos de aquella batalla. En su sueño, él era un viejo y el gatito se había mantenido del mismo tamaño pese al tiempo, y podían comunicarse por medio de gestos y los habían separado justo mientras disfrutaban de un gran banquete y bebían grandes cantidades de agua pura, en medio de un verde bosque que era su pequeño paraíso. Al despertar vio al gatito por la medialuna de los ojos, parado en medio de una extensa playa gris que se extendía hasta el horizonte, como un espejismo o como la continuación de su propio sueño. Se puso de pie cojeando y se lo metió al bolsillo. —Vamos —le dijo. Recorrió la explanada y contempló una estructura de cemento por encima del horizonte. Un blanco edificio resplandecía bajo el sol de la mañana. Un refugio o un gran punto de encuentro para los humanos del pasado a los que el chico solo conocía por rumores. Niño y gato atravesaron el pórtico y penetraron a aquella catedral posada sobre la nada. Bajaron por una larga escalera mecánica que solo conservaba los peldaños y observaron las tiendas y los carteles publicitarios escritos en idiomas desconocidos, que al muchacho le parecieron arcanos. —¿Dónde estamos? —dijo el chico. El gatito rasguñó el bolsillo del muchacho y saltó sin aviso. Giró la cabeza para observar al chico y luego cortó por un pasillo hasta perderse de vista. —Regresa —dijo el chico. Corrió tras él arrastrando la pierna lastimada y resbaló en las cerámicas que milagrosamente conservaban su brillo luego de las sucesivas capas de polvo acumuladas por los años. Se encontró en medio de un inmenso hall, de una bóveda de ochenta metros de altura, con restos de cristales pavonados que alguna vez habían brindado sombra. Quince niveles, cientos de tiendas en las que podía encontrarse su gato. Un escenario más confuso que el desierto, un templo que solo pudo ser fabricado por seres poderosos. Las imágenes intermitentes de los antiguos visitantes, el ajetreo fantasmal de otra época en donde las cosas funcionaban de manera distinta estaban impregnadas en el edificio.

Despertó en la madrugada, alertado porque el gato no lo estaba molestando. Introdujo las manos hasta el fondo del saco de dormir, pero no lo encontró. —¿Dónde estás? —dijo. Se incorporó y dio vuelta el saco de dormir y luego hizo lo mismo con su mochila, sin éxito—. ¿Donde estás?, ¿dónde estás? —Y gateando recorrió su campamento, susurrando el nombre del gato, que era Gato, y a los pocos minutos sintió que se ahogaba. El gato maulló. —Shh —susurró el muchacho, amortiguando el ruido de sus pisadas—, no hagas ruido. Pero el gato maullaba sin cesar y su voz hacía eco en las montañas y en los edificios de piedra de aquel valle pedregoso y el muchacho sabía que la llamada del gato sería una voz de alerta para los aulladores. Sacudió las manos a ciegas, en busca de su amigo y mucho después lo encontró parado en una rama y lo cogió del cogote como se hace con los cachorros y lo guardó en su bolsillo, pero ya era tarde. Escuchó la caravana. Las pisadas desordenadas de la tribu a la que había despertado rodeaban su campamento desde diversos flancos. Entonaban cánticos de guerra en idiomas inventados. Voces de niños hambrientos que por la noche emergían de vetustas capadocias cinceladas en la roca y que marchaban sin líder, pues solo los unía el hambre. —Silencio —le dijo al gato. No pudo recoger su mochila y corrió con el gatito en su bolsillo, que temblaba y maullaba tanto que tuvo que cubrirle la boca. Tropezó en una bajada y rodó. Protegió al gato de la caída con sus codos y luego de estrellarse se puso de pie a duras penas, trastabillando en medio del chillido de los niños que parecían provenir de todas partes.

16


C U E N TO

—Gatito, ¡gatito! —dijo el chico y continuó llamándolo hasta que la voz se le hizo un hilo y el corazón se le apretó y muerto de pena se abrazó las rodillas, meciéndose como el niño pequeño que era. Y con los pulgares en los ojos, intentó parar las lágrimas que le salían a chorros, porque ahora estaba completamente solo. —Gatito —dijo.

una escultura corporativa. Y alrededor de la piscina había pasto y un árbol frutal que el chico desconocía y en aquel último reducto de la memoria de los hombres había otros objetos que funcionaban y el chico pensó que aquello era una ofrenda que debía tomar antes de que le fuese arrebatada. Se quitó la chaqueta, los pantalones, las botas, todo muy lentamente y luego introdujo la mano en la piscina y con la palma ahuecada le dio de beber al gato. —¡Espérame! —le dijo. Se paró en el primer escalón de la escalera y tocó la superficie del agua con la punta del pie. Tomó aliento y estirando los brazos por sobre la cabeza, se sumergió en aquellas prístinas aguas, dejándose llevar por la corriente mientras el gatito lo observaba desde el borde de la piscina.

Oyó el maullido. Lejano y diminuto, el mismo maullido que había escuchado el día en que lo rescató. Se pasó el dorso de la mano por los ojos y siguió su voz atentamente, sigiloso para no espantarlo. Pudo ver su sombra en el fondo de un corredor y el gato lo miró con sus brillantes ojos y saltó para que lo siguiera. —No me vuelvas a dejar solo —dijo el chico sorbiéndose la nariz. Al final del corredor había una piscina con forma de riñón, de color celeste, y estaba llena de agua cristalina que manaba a chorros de la boca de

fin

17


L I T E R AT U R A

GALOPA EL CABALLO EN LA HISTORIA LITERARIA

PARTE 4

Por Pablo Rumel Espinoza

El caballo en la literatura chilena es una constante: aparece en los primeros cantos de La Araucana, de Alonso de Ercilla, y sigue siendo motivo en nuestras letras con poemas tan emblemáticos como «Al fondo de esto duerme un caballo», de Gonzalo Rojas. Acá una brevísima relación de tan noble animal. PRELIMINARES débil de estas tropas: no había que combatirlos en zonas abiertas, donde el caballo pudiese moverse a sus anchas; así comenzaron las emboscadas, refugiándose en espacios cerrados como bosques y ciénagas, terrenos poco propicios para el avance de los jinetes. El mismo poeta cronista resalta la cercanía entre los caballos con los soldados españoles, a grado tal que la muerte del animal era llorada y sentida con mucho pesar, como si hubiesen perdido a un compañero de armas, y que en el fondo sí lo era, pues el noble animal no era visto como mera herramienta, sino como uno de los atributos del buen Dios, probablemente como un resabio griego, pues los antiguos creían que el caballo era obra de Poseidón, un regalo del dios del mar. En Chile, la primera alusión por escrito a la existencia de los caballos aparece en La Araucana (1569), de Alonso de Ercilla (1533-1594), siendo nombrado más de cien veces a lo largo del poema, y que guarda muchas similitudes con el impacto que generó en los nativos relatados por Inca Garcilaso. En el primer canto se nos dice: «De pantanos procuran guarnecerse/ por el daño y temor de los caballos,/ donde suelen a veces acogerse/si vienen a suceder desbaratallos». O en el cuarto canto: «Los caballos en esto apercibiendo,/ firmes y recogidos en las sillas,/ sueltan las riendas, y los pies batiendo,/ parten contra las bárbaras escuadrillas», confirmando este gran poema que el caballo y el hombre la más de las veces fueron una unidad.

El caballo fue clave durante la conquista española en América: permitía desplazamientos veloces, no era costoso de mantener, se adecuaba muy bien a los diversos climas, además de ser un compañero infatigable en las diversas batallas que se libraron contra los indígenas. El soldado español, al conformarse militarmente en caballerías, cubría los terrenos enemigos con mayor velocidad, permitiendo la retirada y el contrataque frente a las infanterías indígenas —que no utilizaban ninguna clase de montura—, armadas principalmente con lanzas, boleadoras y flechas. Hay datos notables respecto a esto último: en el libro La florida del Inca (1605), escrito por el poeta hispano-peruano Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), se narra la expedición de Hernando de Soto en América del Norte, en zonas que comprendían los actuales Estados Unidos, México, Cuba y Bahamas. En esta crónica se nos habla del temor inicial que sintieron los nativos al ver al caballo: Salieron a un campo raso donde los indios, de temor de los caballos, no osaron ofender a los españoles, ni aun esperarles […]. Caminaron con menos pesadumbre por los llanos donde no había malezas, porque los indios, doquier no las había, se apartaban de los cristianos de miedo de los caballos.

No obstante, los indígenas una vez que comprendieron al animal, dirigieron sus ataques al caballo y no al soldado, descubriendo el punto

18


L I T E R AT U R A

LA PROSA

«El caballo fantasma», que trata precisamente… de un caballo fantasma. Es un cuento fantástico en la más clásica tradición de apariciones, escrito de forma sobria y elegante, en la que un ser de ultratumba (en este caso un caballo), se le aparece a un centinela nocturno de un regimiento de caballería en lo más profundo de la noche. Los dos primeros testigos describen a un caballo de furiosos ojos llenos de sangre, y no es sino el tercero, que lleno de gallardía enfrenta al caballo, para descubrir cuál es su terrible secreto. No revelaremos el final, pero su factura deja en claro que los escritores criollistas de la primera mitad del siglo XX visitaron de vez en cuando los terrenos de lo imposible. En el otro extremo, tenemos a «Lucero», de Óscar Castro (1910-1947), un clásico nacional que nos cuenta la desafortunada travesía del campesino Rubén Olmos junto a su caballo Lucero, quienes al traspasar el Paso del Buitre —insigne por tener una anchura breve, en el que un paso en falso es sinónimo de caer al abismo—, se encuentran con lo inesperado. Como es la costumbre, Rubén saca su revólver y pega dos tiros al aire para no toparse con otro transeúnte en la mitad de ese camino angosto y peligroso. Pero como diría Cicerón: «Vitam regit fortuna, non sapientia» (el destino dirige la vida, no la sabiduría). Y lo que ocurre por la fortuna debe ser resuelto de la misma manera, con una moneda al aire jugando al cara y sello. El perdedor tendrá que arrojar a su caballo al abismo. Para terminar con la prosa, no podemos dejar de mencionar Las historias de bandidos, de Rafael Maluenda (1885-1963), cuentos en los que siempre está presente el caballo, pues retrata la vida de los antiguos cuatreros, quienes además de fieros delincuentes, fueron avezados jinetes; o la hermosa novela de Agustín Squella (1944) —que ya reseñamos en La Gata de Colette— Hermano, no tardes en salir (2016), que en menos de cien páginas mixtura la crónica de la hípica viñamarina de los setenta, junto al ensayo y la autobiografía, sin perder un ápice de lo literario.

Como es sabido, durante la presencia de la Corona española no hubo un desarrollo literario sólido que permita destacar algún autor, pero ya durante el siglo XIX, con el fin de las guerras independentistas, comienza a germinar una nueva camada de autores, que tuvo como su punto más alto a Vicente Pérez Rosales (1807-1886), reconocido en Europa por Miguel de Unamuno como el mejor novelista chileno. Respecto al caballo, en su Ensayo sobre Chile (1859), el autor no pierde la oportunidad de referirse a la genealogía de estos, destacando sus características y que descienden de raza andaluza, y que sin ser de gran estatura, es un animal que descuella por ser ágil, robusto y noble, sobresaliendo su gran capacidad para hacer largas caminatas en un día sin necesidad de tomar agua o alimentos. Es Baldomero Lillo (1867-1923), el famoso autor de Sub terra (1904), quien introduce al caballo como motivo central con su cuento Los inválidos, el cual narra una cruel práctica: utilizar caballos en las minas hasta la extenuación. El texto nos habla del ascenso de El Diamante —por medio de poleas y dentro de un gran tambor— caballo que ha sido «dado de baja» debido a su vejez, y que como es un tópico de denuncia de Lillo, uno de los mineros que observa al caballo exclama: «¡Pobre viejo, te echan porque ya no sirves! Lo mismo nos pasa a todos. Allí abajo no se hace distinción entre el hombre y las bestias». Ya en el siglo XX es importante señalar a un militar retirado que terminó sus días como escritor: el señor Olegario Lazo (1878-1964). Como anota Alone, esto sucedió tras un accidente mientras cabalgaba cruzando un puente, en el que cayó de manera brutal al suelo, muriendo el caballo y quedando él discapacitado como para continuar en el Ejército. El episodio nos recuerda a la caída del caballo que sufrió San Pablo cuando iba de camino a Damasco, epifanía en que sintió la presencia de la Divinidad, pasando de perseguidor de cristianos al más firme defensor de la fe. Pero hay un hecho que no es baladí: en la Biblia no existe ninguna referencia a la caída de un caballo, nunca San Pablo fue descrito como jinete. Entonces ¿de dónde salió este caballo? Posiblemente se lo inventó Cervantes en el Quijote, estableciendo así una genealogía entre el fundador de la Iglesia y la estirpe de los caballeros andantes, aunque fue años antes que Caravaggio pintó la escena. ¿El caballo de San Pablo habrá tenido origen en alguna historia oral? No es este el lugar para responder esta interrogante. Pero no nos olvidemos de Olegario Lazo. Dentro de su obra es común encontrarse con hombres de armas a caballo, pero hay un texto titulado

LA POESÍA Ya nos referimos de entrada a La Araucana, de Ercilla. ¿Qué pasó en los siglos siguientes? No mucho respecto a la poesía. Teniendo una época de reinado español y primeros cien años de independencia, fueron épocas muy pobres respecto a la versificación. Pero ya de entrada al siglo XX, sí podemos hablar de varios autores que entroncaron en diversas corrientes y estilos, que ya sea en comunión o en enfrentamiento, produjeron las más altas cumbres de la poesía chilena.

19


L I T E R AT U R A

Juvencio Valle (1900-1999), en su retrato geográfico con Chile del Sur, no puede olvidar al caballo fusionándolo con los trenes, típica estampa sureña que prevaleció por décadas antes del desarrollo inmobiliario y la abolición ferroviaria. Así, nos regala estas imágenes: «Tus caballos relinchan por el agua/ zozobrando bajo pétalos mojados/ y sus patas de acero desleído,/ al abatirse en las corrientes muertas/ siguen el curso de tus correvuelas,/el tren expreso de tus rieles fríos». ¿Y los cuatro grandes? Pablo Neruda (1904-1973) escribió «Caballo de los sueños», uno de sus poemas menos luminosos, con referencias a infiernos bíblicos y paisajes desolados cubiertos de muertos, donde hace irrupción un caballo rojo, el cual va desnudo, sin herraduras, pero radiante. ¿Un caballo revolucionario? Neruda escribe: «Atravieso con él sobre las iglesias,/ galopo los cuarteles desiertos de soldados/ y un ejército impuro me persigue». En los poemas de Gabriela Mistral (18891957) no suelen existir imágenes equinas, no obstante tiene un poema inédito titulado «El caballo salvaje», animal al que imagina con una llama como una rama radiante, y que huele a humus, a leche y a amante. Y remata con estos versos: «Espero para dormir/que apure, descienda y pase/ Aguardo para morir». Ya no se trata del caballo que trae las pesadillas (la yegua de la noche del inglés nightmare), sino que es el caballo de la definitiva muerte. ¿Coincidencia que los dos premios Nobel relacionen al caballo con la muerte? Vicente Huido-

bro (1893-1948) lo menciona en su mítico poema Altazor en ocho ocasiones, primero para decir que es un gran poeta «sin caballo que coma alpiste», y luego compara el viaje en paracaídas como el caballo de la fuga interminable. ¿Tendrá relación con alguna pintura ecuestre? Carl Theodor von Blaas, pintor austriaco del siglo XIX, tiene un cuadro muy sugestivo donde escenificaba una loca carrera de caballos sobre una colina, llamado precisamente Fuga de caballos. En el canto I, describe el crujido de las ruedas en la tierra, para anotar en el siguiente verso: «Voy andando a caballo en mi muerte», y luego en el canto III nos sugiere la imagen imposible de un caballo que se agranda mientras se aleja. No podemos olvidar al gran Pablo de Rokha (1894-1968). La figura del caballo aparece en múltiples de sus colosales poemas, pero es en «Demonio a caballo», donde el animal protagoniza por entero los versos, y como ocurre con su poesía —sin contención, volcánica y apocalíptica— sus caballos son salvajes, mortales y desbocados: «Porque todos son muertos que conducen muertos, en caballos muertos, en carretas muertas, en avíos muertos, por chilenos muertos, por muertos, entre muertos muertos, muertos». O este, que parece el epitafio de la tumba de un loco: «Siempre para siempre, soñando caballos macabros, que exhiben una gran peineta de ramera en el esqueleto». Y este otro que rivaliza con el de Huidobro: «Ruge la muerte, galopa su sombrío caballo, por adentro de la memoria del mundo».

20



F OTO R E P O R TA J E

CRIADERO KREYENBORGI Fotografías por Xaviera Rivas

El Criadero Kreyenborgi es un centro de cetrería y conservación de aves rapaces, fundado en el año 2.000, por su directora Giannina Vesco Reyes. Se trata de un proyecto familiar, que cuenta entre sus principales objetivos, la conservación del halcón peregrino pálido -especie originaria de la zona del Estrecho de Magallanes, que está desapareciendo debido al tráfico- y la reintroducción de otras aves rapaces. Entre las más de 140 aves que el centro tiene a su cuidado podemos mencionar: tucuqueres, aguiluchos, peucos, águilas, entre otros.

FI / Tucúquere hembra

APORTES A: Banco BCI Giannina Guiliana Vesco Reyes Cuenta Corriente: 70254109 Rut: 10.780.517-6

22


F OTO R E P O R TA J E

VIE / Peuco hembra de 17 años

VIE / Peuco hembra de 17 años

KASHIIK / Halcón peregrino morfo blanco, hembra

23


CINE

PENGUIN BLOOM:

SOBRE LOS ANIMALES HUMANOS

Por Luis Saavedra

Penguin Bloom (Glendyn Ivin, 2020) es una película australiana-estadounidense que remece involuntariamente. Tiene una cierta sensación a película de Hallmark, siempre sello de mediocridad y planos medios, pero no. Aunque es un material predecible y que podría haber caído en el territorio de lo sensiblero, la buena mano del director dirige la cámara con eficiencia y seguridad. Ivin es un veterano de las series y la publicidad que sabe contar una historia, retratar seres humanos y, en este caso, poner toda su habilidad para hacer que una simple urraca adquiera una dimensión que emociona. La familia Bloom está de viaje en Tailandia. El escenario es el que corresponde a un paraíso. ¿Qué podría pasar? En un desafortunado accidente, Samantha (Naomi Watts), la madre del clan, se daña permanentemente la sexta vértebra dorsal y queda en silla de ruedas. La vuelta al hogar y a la vida cotidiana resulta amarga y el daño no solo es físico. La familia lucha para adaptarse a la nueva situación y permanecer unida, pero parece una batalla perdida. Un día, los hijos regresan con una cría de urraca australiana, que encuentran en uno de los paseos por la playa. En un arranque surrealista que solo los niños pueden ejecutar, la nombran Pingüino. Sin embargo, como ha menudo pasa en las adopciones, solo una persona se hace cargo del ave y, para el caso, Samantha y Pingu se quedan a solas

durante días. Aquí es cuando en realidad comienza el filme. La batalla de voluntades entre ambas especies se hace más cruda hasta que ocurre la renuncia y deviene en florecimiento, parte del juego de palabras del título (bloom es florecer en inglés). La urraca es una especie aviaria que suele abundar en Europa y que está más emparentada con los cuervos. La especie australiana, por su lado, está mucho más alejada de su prima europea y apropiadamente compartimentada en su propio género. No obstante, todas comparten las características de inteligencia y sagacidad que las hacen famosas. Su capacidad para vocalizar y memorizar es asombrosa y la morfología de su encéfalo las acerca a los simios y a los homínidos: pueden mimetizar sonidos humanos y recordar los rostros de más de cien individuos. Debido a esto, son consideradas como una de las aves más inteligentes. Y los seres humanos podemos empatizar con ellas con facilidad. Así, Pingu se encuentra en el lugar ideal para crecer y encajar, y es el momento en que uno se cuestiona la realidad de las cosas. El ave es representada de una manera tan humana que cuesta creer que es un ave. El nivel empático que se establece entre Samantha y la mascota es casi alienígena, llegando a situaciones al límite de la credibilidad. Por ejemplo, en el proceso de alimentación de Pingu, Samantha debe estar atenta a darle alimento cada

24


CINE

dos horas. Si esto no sucede, Pingu comienza a llorar o hacer berrinches. Samantha dialoga con Pingu y la urraca parece responder a esa conversación, y se establece un canal de comunicación. En un momento, la madre declara que ambas se mantuvieron vivas solo por el hecho de estar juntas. En otra secuencia, Pingu adopta una figura de trapo de uno de los hijos como su propio juguete. Duerme con ella y cuando se siente insegura, acude a ella. En un acto de madurez, decide que ya no necesita de la figura y la devuelve a la cama del niño, donde la encontró. El aspecto de la credibilidad de la trama en la película es un tema anexo de interés. Estamos acostumbrados a que se nos presente una ficción que incluye animales de todo tipo y con habilidades que los acercan a la humanidad, pero la verdad es que luché todo el tiempo con la figura de Pingu. Estaba demasiado humanizada, era diabólicamente inteligente y sensible. Y había un dato extra. Esta historia fue real y la familia Bloom existe en Australia, y Pingu quizás también aún. Todo lo que estaba viendo, en mayor o menor medida, había ocurrido en una serie de anécdotas y coincidencias que hace carne aquello de que la realidad supera cualquier ficción. Entonces, otra cuestión me asalta. Pingu no era realmente así de inteligente, sino que se comportaba tal cual las urracas necesitan hacerlo para sobrevivir. No es una gran iluminación, pero ello implica que nos gusta creer como raza que volvemos nuestros a los animales, moldeando lo que hacen y cómo lo hacen, pero ellos solo se comportan como sus genes les indican. Al contrario, los animales nos definen en toda la dimensión de nuestra humanidad. Querámoslo o no, nuestra relación con otras especies saca toda esa potencialidad y podemos llegar a ser tan miserables como benefactores. Y sí, la historia que nos cuenta no es sobre Pingu, es sobre nosotros mismos. Sobre las condi-

ciones que elegimos para vivir nuestras vidas. Pingu fue solo una pasajera en la vida de la familia Bloom, nunca estuvo consciente del cambio que generó. Su figura es un catalizador que permite que la familia no se desmorone, para que cada integrante vuelva a encajar en la nueva dinámica. Cuando ocurre lo que es inevitable en toda ave que ansía el espacio, la familia no retorna a sus rutinas tóxicas, sino que se mantiene unida. La nueva configuración ha cristalizado lo suficientemente bien como para resistir la partida del ave. Alguien se podría preguntar quién era Pingu, que apareció y luego desapareció al borde de un animismo divino, y que es parte del encanto de esta historia tan difícil de comprender. Quizás esa sea una clave y no hay nada que comprender, solo atestiguar. Naomi Watts actúa en el papel de Samantha y su actuación le da una dimensión y conflicto al personaje que apuntala la película y evita que caiga en el drama barato. Estamos de acuerdo: es una historia que todos sabemos en donde acabará, pero muchas veces es el viaje lo importante. Como aquí. Además, ¿qué podríamos discutirle a un evento que fue real? Penguin Bloom es una película que emociona, con actuaciones sobrias, incluidas las de las aves que actúan como Pingu y que todavía me cuesta dimensionarlas. Pero no se vayan una vez cerrada la última escena. Deben seguir mirando para contemplar el último regalo del filme. Cameron Bloom, el padre de la familia, es un fotógrafo profesional que documentó la experiencia desde el primer momento y esas fotografías pasaron a formar parte del libro que cuenta la historia. A medida que pasan los créditos finales, podremos encontrar un set seleccionado y conocer a los verdaderos protagonistas, incluida la Pingu original. Te deseo una larga vida para ti, querida.

25


POESÍA

NUESTRA NOCHE SERÁ DE LOS INSECTOS Por Julio Pincheira Mosca, que sobrevives al verano al fin tengo alguien con quien hablar Jorge Teillier Desde siempre han aparecido en cuentos, novelas, proverbios, parábolas y, por supuesto, poemas. Como protagonistas literales o metafóricos, los insectos se han inmiscuido en la literatura para bien o mal de ellos, diría un entomólogo. Desde tiempos bíblicos han sido considerados como objetos de temor, de venganza, de «abominación» y de terrible amenaza:

despertar tantas sensaciones como relaciones se establezcan: fascinación, placer, seguridad, miedo o repulsión. Así, cada persona tiene la capacidad de crear imágenes mentales que conectan conceptos, emociones y figuras representadas. Por ejemplo las mariposas, los insectos más usados en la publicidad, se instalaron en ese espacio porque se convirtieron en símbolo multicultural de la belleza debido a sus características antropocéntricas positivas: simetría, cromatismo vibrante y liviandad; más se demora uno en cantarles que lo que ellas permanecen quietas en un lugar. El poema de Federico García Lorca (18981936) retrata muy bien esta situación:

Porque si no dejas ir a mi pueblo, he aquí, enviaré enjambres de insectos sobre ti, sobre tus siervos, sobre tu pueblo y dentro de tus casas; y las casas de los egipcios se llenarán de enjambres de insectos, y también el suelo sobre el cual están (Libro del Éxodo)

Mariposa del aire, qué hermosa eres, mariposa del aire dorada y verde. Luz del candil, mariposa del aire ¡quédate ahí, ahí, ahí! […] ¡Quédate ahí! Mariposa, ¿estás ahí? (Federico García Lorca: «Mariposa»)

Para un pueblo nómade de clima desértico, que vive entre arañas, mosquitos y un surtido de alacranes, era lógico que los insectos fueran considerados como el peor de los castigos. En la literatura bíblica no encontraremos menciones amables hacia el mundo de los pequeños seres multípodos. Aunque según el mismísimo creador al contemplar su creación «vio que todo era bueno», los autores bíblicos parecen ignorar esa bondad intrínseca en la naturaleza y nos amenazan con los insectos hasta el fin de los tiempos: «Y del humo salieron langostas sobre la tierra, y se les dio poder como tienen poder los escorpiones de la tierra». La cita del Apocalipsis es digna de un guion ciberpunk: langostas con poderes de escorpión ¿Qué más pedir a las mutaciones genéticas? Superando la mala fama heredada de esas fuentes y reconociendo que los insectos son juzgados de mala manera, básicamente por la ignorancia que tenemos de ellos, han sido y son fuente de inspiración artística, literaria y musical (léase disfrutando el «Vuelo del moscardón», de Rimski-Kórsakov). Edward Osborne Wilson, el más destacado biólogo del mundo y considerado el padre de conceptos como biodiversidad y sociobiología, ha difundido el concepto de biofilia para designar la afinidad innata que el ser humano tiene con otras formas de vida. Según las circunstancias, esta relación puede

El hablante no termina de interpelarla cuando ya debe preguntar por su presencia. ¿No nos pasa algo similar con la vida? Ni bien le pedimos explicaciones ya se nos ha ido. Y si hablamos de la vida, nadie mejor que Antonio Machado (1875-1939) para describirla como lo que muchas veces parece un acoso sin cesar desde la cuna hasta la tumba, como si fuera un mosquerío que nos ronda: Vosotras, las familiares, inevitables golosas, vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas. […] ¡Moscas del primer hastío en el salón familiar, las claras tardes de estío en que yo empecé a soñar!

26


POESÍA

Y en la aborrecida escuela, raudas moscas divertidas, perseguidas por amor de lo que vuela, […] Moscas de todas las horas,

(Yo hubiera querido tener un corazón de escarabajo para perforar la espesura y dejar mi firma escondida en la muerte de la madera) (Y así mi nombre alguna vez de nuevo irá tal vez naciendo por nuevos canales nocturnos hasta salir por fin del túnel con otras alas venideras.) […] (Pablo Neruda: «A un escarabajo». Fragmento)

de infancia y adolescencia, de mi juventud dorada; de esta segunda inocencia, que da en no creer en nada, de siempre... Moscas vulgares, que de puro familiares no tendréis digno cantor: yo sé que os habéis posado

Es notable la descripción poética con la que Neruda nos aproxima al ciclo vital de un escarabajo. Cuando dice «perforar la espesura» o «dejar mi firma escondida en la muerte de la madera», se refiere a que cuando estos insectos son jóvenes, larvas, se alimentan de madera, cavan galerías en la tierra y en restos de seres vivos. «Hasta salir al final del túnel, con otras alas venideras» indica la metamorfosis final del insecto cuando adquiere su nueva estructura corporal con alas, en su vida como adultos. Los coleópteros tienen metamorfosis completa, u holometabolismo (el ciclo desde huevo hasta ejemplar adulto es un maravilloso viaje de transformaciones completas), a veces difícil de graficar, pero que un buen poeta sabe sintetizar y convertir en una metáfora de la búsqueda de la trascendencia del nombre, sobre unas alas que si llegamos a tener, no veremos porque habremos cruzado la barrera de nuestra última noche, esa que grafica claramente Matsuo Bashō (1644–1694), maestro del haiku, la poesía japonesa de tres versos que en su delicada condensación y brevedad nos deja en vilo, como un insecto en las manos de un niño:

sobre el juguete encantado, sobre el librote cerrado, sobre la carta de amor, sobre los párpados yertos de los muertos. […] (Antonio Machado: «Las moscas». Fragmento) Posadas sobre todas las cosas, las moscas nos van indicando el rumbo final de este viaje hasta convertirse en viejas familiares a las que debiéramos atender. Ellas nos advierten nuestro destino: carpe diem; que tarde o temprano ellas estarán sobre nuestros párpados y será tarde para lamentarse de no haber disfrutado cada detalle minúsculo como lo hacen los insectos. Un destacado entomólogo lirico resulta ser Pablo Neruda (1904-1973), aficionado a los elementos, los cachivaches y los recovecos de la tierra: ¿Cuándo lee la mariposa/ lo que vuela escrito en sus alas? ¿Qué letras conoce la abeja/ para saber su itinerario? ¿Y con qué cifras va restando/ la hormiga sus soldados muertos? (Pablo Neruda: «Cuándo lee la mariposa». Fragmento)

Me desperté de pronto, y la noche era toda de los insectos.

En el poema «A un escarabajo», Neruda le pregunta por el sentido de la vida a este insigne coleóptero de «armadura lineal», al que describe con precisión de entomólogo: […] ¿Cómo hiciste tu traje duro? ¿Tus ojos de zinc, tu corbata? ¿Tus pantalones de metal? ¿Tus contradictorias tijeras? ¿Tu cierra de oro, tus tenazas? ¿Con qué resina maduró la incandescencia de tu especie?

27


T E AT R O

LA HISTORIA DETRÁS DEL MUSICAL CATS Por Marietta Santi

Dos amantes de los felinos, el poeta T. S. Eliot y el compositor Andrew Lloyd Webber, están detrás de uno de los musicales más vistos de la historia. Imposible no encantarse.

director. Se los mandaba por cartas, las que ilustraba él mismo con dibujos de sus personajes.

La vida en una colonia de gatos callejeros está lejos de ser buena, aunque compasivas manos humanas provean de comida y de alguna atención veterinaria. Lejos está esa realidad de lo que ofrece un hogar: comida, agua y techo seguros, caricias y —lo mejor— humanos y humanas a los que fascinar con el innegable encanto felino. Pese a lo anterior, T. S. Eliot —poeta norteamericano nacionalizado inglés, que impresionó con sus poemas vanguardistas— imaginó el misterioso mundo secreto de una colonia callejera en su antología de poesía infantil titulada El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum. Publicada en 1939, no solo mostró la faceta humorística y lúdica del autor de La tierra baldía, sino que es la base del famoso musical Cats, que subió a escena por primera vez en 1981.

La antología se compone de catorce poemas, siendo el primero «Cómo llamar a un gato». Este, que posee treinta y un versos, es muy conocido porque aparece convertido en canción al comienzo del musical. Su estrofa de arranque es fenomenal: «Ponerle nombre a un gato es harto complicado, desde luego no es un juego para los muy simplones. Pueden pensar ustedes que estoy algo chiflado cuando digo que al menos ha de tener tres nombres».

Mr. Mistoffelees, Macavity el Gato Misterioso, Rum Tum Tugger, la coqueta Bombalurina y el Viejo Deuteronomio son algunos de los personajes creados por el autor, que dan nombre al resto de los poemas. El último es «Cómo dirigirse a un gato», donde el Eliot da algunas claves para que los seres humanos podamos captar la atención de felinos y felinas.

La viuda de Eliot, Valerie, comentó que al Premio Nobel de Literatura le encantaban sus versos gatunos, a tal punto que solía recitarlos solo por placer. Fueron escritos para sus ahijados, hijos del dueño de la editorial Faber and Faber donde Eliot era

28


T E AT R O

En la edición de 1952 se sumó el poema «El gato Morgan se presenta a sí mismo».

que era muy triste para los niños. Webber quedó prendado de esas líneas y, al combinarlas con las de «Rhapsody on a Windy Night», otro poema de Eliot, surgió la incombustible balada «Memory».

En tanto obra literaria, el libro de los gatos de Eliot presenta como grandes cualidades el ritmo y la rima, por eso ha sido muy poco traducido a otros idiomas. Los entendidos hablan de un ritmo que da la sensación de un joyful dance (baile jubiloso), influido por los textos jocosos y casi absurdos de Edward Lear y Lewis Carroll, y que es casi imposible traspasar a otros idiomas por la fonética.

GATOS SEDUCTORES Dirigido por Trevor Nunn y coreografiado por Gillian Lynne, el musical Cats debutó en 1981 en el West End y un año después llegó a Broadway, ganando numerosos premios entre los que se incluyen el Olivier y el Tony al mejor musical. La producción original londinense se representó durante veintiún años y la neoyorquina durante dieciocho, estableciendo ambas un récord. Difícil es entender que fuera un fracaso de crítica en sus comienzos —los especialistas londinenses consideraban que una historia de gatos era intrascendente y aburrida—, porque el público lo aplaudió a rabiar siempre, desde la primera función.

En 1980, un joven Andrew Lloyd Webber (32) —quien previamente había producido junto a Tim Rice las óperas rock Jesucristo Superestrella y Evita— se reunió con Valerie, la viuda de T. S. Eliot. El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum había sido uno de los preferidos de su infancia y soñaba con convertirlo en un musical. Asistió a la reunión con mucho nerviosismo, ya que el poeta había sido muy exigente a la hora de entregar o vender los derechos de sus obras (le dijo que no a Disney, que quería llevar al cine su libro de gatos). Pero Valerie quedó encantada con la musicalización que él había hecho de algunos poemas, inspirado en sus recuerdos de niño.

¿De qué habla el musical? Su trama gira en torno a la tribu de los gatos jélicos durante la noche en que toman «la elección jelical», es decir, cuando deciden cuál de ellos renacerá en una nueva existencia. Por supuesto, además hablan de cosas de gatos: cada uno se presenta, cuenta su historia, sus gustos y curiosidades.

La viuda no solo aceptó colaborar en el proyecto, sino que le proporcionó al compositor algunas notas y cartas de su esposo, incluyendo un poema a medio terminar de ocho líneas llamado «Grizabella, la gata glamurosa». Eliot decidió omitir ese texto de la edición publicada porque consideró

La primera gata en presentarse es Jenyanydots, la más maternal del grupo. Luego sigue Rum

29


T E AT R O

Cats se ha estrenado en más de cuarenta países en cinco continentes, incluyendo Alemania, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Bulgaria, Canadá, Catar, Chile, China, Colombia, Costa Rica, Corea del Sur, Dinamarca, Emiratos Árabes, España, Estados Unidos, Estonia, Filipinas, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Israel, Italia, Japón, Líbano, Malasia, México, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Panamá, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa, República Dominicana, Rusia, Singapur, Sudáfrica, Suecia, Suiza, Tailandia, Taiwán y Venezuela. Ha sido traducido a multitud de idiomas, entre ellos, alemán, checo, coreano, danés, español, finés, francés, neerlandés, húngaro, italiano, japonés, mandarín, noruego, polaco, portugués, ruso y sueco.

Tum Tugger, quien aparece al ritmo de un desenfadado rock, asustando a los gatos adultos y volviendo locas a las gatitas. Se describe como un gato mañoso, inconformista y revoltoso, características que lo convierten en el héroe de los gatitos pequeños. De improviso la música se detiene. Tugger señala a Grizabella, una gata vieja que hace mucho fue bella y que ahora está muy lastimada. Los gatos jóvenes intentan tocarla, pero los gatos adultos se lo impiden. Grizabella no es bien recibida y la gata Demeter cuenta el porqué: un día dejó el clan para explorar el mundo real y sufrió mil y una peripecias. Ahora está de vuelta, derrotada. Bustopher Jones, un gato refinado e inmensamente gordo, hace su entrada. Es dueño de clubes nocturnos y ha degustado las más finas comidas. Siempre usa polainas blancas y su barriga es impresionante.

Es obvio. Las aventuras gatunas creadas por T. S. Eliot para entretener a sus ahijados y llevadas al musical por Andrew Lloyd Webber, amante de los felinos además de creador de grandes éxitos de las tablas, seguro no pasará nunca de moda. Hace unos años, y hablando de gatos en general, Lloyd Webber dijo: «Siempre he amado a los gatos, desde que tengo uso de razón. Mi primer gato fue un siamés llamado Perseo».

Un golpe fuerte asusta a todos, que salen huyendo y solo regresan cuando hace su entrada una pareja gatuna llevando grandes sacos con marcas de signo dólar: son Mungojerrie y Rumpleteazer, gatos de gran fama que siempre andan vagando, metiéndose en problemas y haciendo maldades.

En diciembre de 2018, el compositor aceptó encantado que lo nombraran presidente honorario del Club del Gato de Van. Ahora tiene tres gatos: Mika, Oddy y Fez. No podía ser de otra manera.

Y así sigue la historia, con las aventuras y desventuras gatunas, hasta que deciden quién es el que debe morir esa noche para renacer en el cielo de los felinos.

30


CINE

CANINO Por Gervasio Navío Flores. Escúchalo en La Gran Evasión

El mundo se ha encerrado, la libertad ha sido cercenada, el universo se ha visto reducido precisamente por estar hiperconectado. Por muchas comodidades que tengamos en casa, la presión arterial sucumbe al hecho de no poder salir del recinto y nos topamos de bruces con una realidad absoluta: el instinto animal del hombre, el libre albedrío, la libertad. Canino se convierte en un documental, en un estudio psicológico de la familia, de la educación familiar, del paso de la adolescencia a la edad adulta. Te invita, prácticamente te agarra por las solapas, y te insta a reflexionar. La cotidianidad de una familia de clase media alta, un matrimonio maduro, tres hijos que están dejando atrás la adolescencia, pero que viven bajo la directriz de una manada de perros. Tenemos a un líder y a sus subordinados. La primera impresión de esta familia, donde el padre tiene a sus hijos aislados del mundo, es que asistimos a un adiestramiento. Se encuentran alejados de la vida en sociedad y bajo la educación y la instrucción de unos padres que no sabemos si intentan proteger a sus hijos del mundo real o si están realmente perturbados por un trauma anterior. Los protagonistas no tienen nombres como tales, solo su papel, su rol en la manada; en este experimento sociológico hay trazas de inmoralidad, de estoicismo, mensajes muy potentes y directos que transponen la vida en familia a la vida en una jauría. Juegan con el lenguaje para dar significados distintos a las palabras y a las necesidades físicas y emotivas: la vagina es teclado, el teléfono se llama salero, autopista es un viento muy fuerte, carabina es un pájaro blanco precioso, excursión es el material con el que se fabrica el suelo, zombi es una pequeña flor amarilla, coño es una lámpara grande… Un clan con premios y castigos, lametones y actitudes de sumisión para conseguir objetivos. Solo podrán abandonar la casa en coche, de forma segura, y podrán irse definitivamente cuando se les caiga el canino. Otra alegoría más: el canino es el diente más largo y poderoso que tenemos, el que desgarra la carne. Es prácticamente imposible salir. Canino es una obra muy buñuelesca, parece una de las pesadillas de David Lynch, una mezcla con Lars von Trier, con el Pasolini más cáustico, con la frialdad y el horror intrínseco del ser humano, que también sabe contar Haneke.

Hermann Hesse nos susurraba desde Siddhartha que «lo blando es más fuerte que lo duro, que el agua es más potente que la roca, que el amor es más vigoroso que la violencia». Parece que en los pliegues de la andrajosa túnica de un Sramana se puede seguir el curso de la vida; una historia vivida desde lo más insignificante, hasta conectarse con lo inmensurable. ¿Qué ocurre si lo que creíamos nuestro mundo es falso? ¿Qué ocurre si nos han educado y adoctrinado en un recinto acotado, de espaldas a la universalidad, hasta reducir nuestra existencia a la mínima expresión? Yorgos Lanthimos (1973) golpeó al mundo en 2009 con Canino, una historia con una carga moral tan venenosa como atrayente. Una película que se disuelve entre comedia negra, drama y terror no deja a nadie indiferente. Divertida, excéntrica, perversa y turbadora, una provocación para los espectadores; convivimos con personajes reprimidos y aislados, quién sabe si reflejo de nosotros mismos. Una familia normal en un espacio confinado; como siempre, la realidad ha superado incluso a las ensoñaciones y proyecciones más alocadas. En estos días de oscuridad, hemos asistido en primera línea a esta hipótesis.

31


CINE

los cielos y caen en su jardín, un canino como límite para sentir de verdad el mundo que nos espera ahí fuera, para vivir una vida completa, la nuestra. Podemos hacer miles de análisis con la historia que nos plantea Lanthimos: desde la pureza racial a un mundo controlado, el ejercicio físico diario, los videos caseros, ese amor fraternal, el incesto sobrevolando. Un aislamiento para no mezclarse con la chusma y criar seres puros. Un micromundo opresivo donde los impulsos de libertad triunfan; quizás esa sea la mayor reflexión de la película, que el espíritu del ser humano es inquebrantable, su búsqueda de libertad y conocimiento no se pueden delimitar ni controlar. Mientras se graban a fuego en nuestras conciencias las imágenes de Canino y mientras calculamos cuánto aire hay en el maletero del coche, es inevitable preguntarse: ¿quiénes somos en torno a la eternidad? Cerremos el círculo. Hermann Hesse: «El saber es comunicable, pero la sabiduría no. No se la puede hallar, pero se la puede vivir, nos sostiene, hace milagros: pero nunca se la puede explicar ni enseñar».

Incomoda e inclasificable, te sorprendes riéndote por algo que no debería ser gracioso. Es perturbador cómo se enfrentan estos chicos al sexo, a la amistad, a la relación de respeto y amor, a la curiosidad propia del ser humano. Su único vínculo con el exterior es la empleada de seguridad que trabaja en la empresa del padre y que presta servicios sexuales para satisfacer las «necesidades» del hijo. Aquí tenemos un primer conflicto moral: solo el hijo puede desahogar sus instintos sexuales. Una de las reflexiones de la peli es que ese contacto con el exterior no se puede controlar. En cuanto irrumpe alguien de fuera, se contamina ese laboratorio supuestamente aséptico. Y por esta vía entrará en la familia un virus, un agente exterior que hace cuestionarse la vida a esas mentes censuradas. Es un aire de libertad y curiosidad. Es un contagio que explicita Lanthimos a través del cine, otro guiño a la riqueza y a la necesidad del cine. La chica mayor entra en contacto con el mundo exterior a través de la ficción de dos cintas de video: Rocky y Tiburón. Un gato como el peligroso depredador, un avión de juguete como símil de los que sobrevuelan

32




Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.