La Factory Septiembre 2011

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UN PARAGUAYO EN WASHINGTON // por Darío Elías

Terremoto, tormenta, secuestro ... y otras cosas peores que en el pueblito de Les Luthiers Cuando los que vivimos en el exterior damos una vuelta por PY, asumimos un poco la actitud de olvidarnos de nuestra experiencia extranjera y dedicarnos a re-atar al máximo nuestros antiguos lazos. Incluso tendemos a olvidar los grandes temas – en mi caso la temática washingtoniana– para prestar más atención a las cosas que pasan en mandioca country. Esta vez, sin embargo, un par de sucesos en el área de Washington nos sacaron de la inmersión (el norte también existía). Primero el terremoto, que rozó los seis grados, algo que no había ocurrido en un siglo en la zona de la capital estadounidense, y que le dio ritmo y traqueteo a la sede del gobierno. Luego la anunciada tormenta que tuvo sus costes en vidas, inundaciones y otros daños, pero que en general se comportó más modosita de lo que se anunciaba. Pronto, sin embargo, constatamos que las autoridades actuaron de acuerdo a sus previsiones, que volvió la calma, y luego olvidamos de nuevo al norte, particularmente al enterarnos de un caso de secuestro en Asunción. Este hecho, de paso, avivó al máximo algo que está en la mente de todos los que piensan en el regreso y en la idea de que nuestro país podría ser el destino final luego de una vida de trabajo como extranjero y desarraigado: la cuestión de la seguridad. La delincuencia siempre busca sacar algún bien a alguien de alguna manera no aceptable en virtud de la ley. Durante la dictadura y también durante esta era de oro pseudolegislativa, los paraguayos hemos tenido cursos intensivos (y prolongados, a diferencia de los otros cursos intensivos) en delincuencia. Apoderarse de (o secuestrar) tierras ajenas por mbareté o de tierras públicas por amiguismo, tomar (o secuestrar) plazas para hacer seccionales, robar (o secuestrar) los fondos de salud y educación eludiendo impuestos con el contrabando, asumir (o secuestrar) la “representatividad del pueblo” a platazo limpio, comprar (o secuestrar)

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cédulas de identidad, proteger y santificar a los narcos y falsificadores (o secuestrar y matar la honradez), etc., etc., han sido materias enseñadas, refinadas, reiteradas, aprendidas e insistidas hasta el hartazgo. Y los beneficiarios de la delincuencia se volvieron cada vez más ricos e influyentes por distintos medios, incluyendo los medios. Con semejante experiencia de enseñanza-aprendizaje, se podría decir que sorprende que las cosas lleguen solo hasta esto. Se nos ha enseñado que con la delincuencia se triunfa y que lo importante es acceder al cash, sin importar la manera; ya sea destruyendo bosques, robando al indígena, falsificando votos, especulando con las tasas de cambio, prostituyendo la función pública, falsificando cualquier cosa, eludiendo obligaciones, enseñando “nuevos” valores, y por supuesto que también secuestrando a personas (cuántos fuimos secuestrados en investigaciones, por ejemplo). Hace unos días, antes del secuestro, tuve oportunidad de conversar con un “prominente” ciudadano que me decía que por convicción nunca pagaría impuestos al estado. Después del secuestro, este mismo personaje se me quejaba de la indefensión en que se encuentra la gente ante estos delitos. Notable; por un lado no quiere aportar un mango, y por el otro quiere tener una policía modelo eficiente y superequipada. La pregunta es ¿con qué medios? La respuesta implícita de este ciudadano “responsable” es que los otros paguen (incluyendo los más humildes) por la salud, la educación, la seguridad, etc., para que él se beneficie. Tanto o más grave que los terremotos, secuestros y tormentas (por sus consecuencias a largo plazo) es la irresponsabilidad y la miopía del que cree que la cuestión no es dar sino recibir, y que la responsabilidad social es solo un lujito del cual hacer gala solo cuando hay fotógrafos de por medio. Con esa mentalidad, el pronóstico delincuencial is not really that bright (actually, it is quite appalling).

QUIÉN ES DARIO ELIAS?

Soy periodista (Lic. en Comunicación Social de la UC) y realicé un posgrado (maestría) en Canadá en Desarrollo Rural. También hago traducciones para publicaciones. Mi peor defecto es que soy muy sincero y mi ídola es la Madre Teresa. Volviendo a lo serio, admiro la obra de Paulo Freire y el ejemplo de Monseñor Romero.


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