La Factory Agosto

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por DARIO ELIAS

N

o es ningún secreto que los gobiernos republicanos que precedieron a Obama tuvieron una posición de mucha deferencia hacia los sectores más adinerados de este país, y solo una prueba de ello son los alivios impositivos (tax breaks, como los llaman) que han venido disfrutando los ricos a expensas de los programas públicos. Por su parte, Obama llegó al poder prometiendo revertir esta situación y en un momento muy especial en que el país se agitaba a la deriva en medio del colapso desatado principalmente por la irresponsabilidad de la poderosa banca parapetada detrás de la muralla (Wall Street) de Nueva York. Toda la economía se estremecía, y al mismo tiempo hasta nosotros nos espantábamos al conocer los detalles de las conductas que habían conducido a la debacle. El gobierno no tuvo más remedio que inyectar más dinero público en los grandes bancos por miedo a un efecto dominó devastador al tiempo que nos enterábamos, por ejemplo, de los salarios y de los extras (los pluses) que se estaban embolsillando (más bien embolsando, porque en los bolsillos no cabría todo ese dinero) los ejecutivos o CEOs de Wall Street en el mismo momento que estaban siendo rescatados de las quiebras y que el resto del país se ajustaba los cinturones y engrosaba la cola de desempleados. El partido Demócrata, sensible al mandato popular, con mucho esfuerzo, controversias y sus propias vacilaciones fue desarrollando desde el Congreso un nuevo sistema regulatorio para tratar de frenar un poquito la timba de las grandes finanzas, una reacción saludable, supongo, que habla de pluralismo democrático. Hasta ahí todo bien, quizás no tanto... pero digamos que bien, mbaé. El problema es que ahora resulta que Wall Street está disgustado y ofendido. Conocimos sus trapotes sucios, se le dio la palmadita en la cola públicamente, y prometió portarse mejor. Sin embargo, la venganza vendría en literalmente en su propia moneda. La venganza vendría en plata y platazo, y en momentos en que aquí se vive el ambiente de las elecciones de medio

término de noviembre, resulta que los cofres para las campañas electorales legislativas demócratas están secos. Se sabe que el dinero ha sido el aceite (¿BP oil?) de la maquinaria electoral estadounidense (así como su gran veneno en términos de democracia representativa genuina) y ahora resulta que los grandes banqueros han decidido castigar a los demócratas al retirar un fundamental porcentaje de sus tradicionales contribuciones al Partido de Obama por considerar que no han sido bien tratados, o que no han sido tratados a la altura de sus contribuciones anteriores. Los republicanos felices ya que eso significa mejores posibilidades para ellos y en general siguen creyendo que el mejor cuidador de las ovejas es el propio lobo (y que una oveja negra sola, no hace primavera). Los votos de legisladores republicanos han sido los grandes ausentes de cualquier intento de regular el manejo de los bancos, así como lo han sido ante todo esfuerzo por mejorar y transparentar la cuestión de las contribuciones o “donaciones” a las campañas y candidatos políticos. (Donaciones va entre comillas porque se supone que una donación no exige condiciones, pero aquí...) La situación es grave. Aparte de las dos guerras heredadas (una de ellas amorosa y paternalmente adoptada) el presidente va a perder la mayoría demócrata y por lo tanto su apoyo en el Congreso en momentos en que gran parte de su agenda sigue estando en tiempo futuro. Y hablamos de una agenda importante que abarca decisiones trascendentales sobre el medio ambiente y la salud pública, por ejemplo, que podrían ser fácilmente patoteadas. Y sin bien las oportunidades perdidas de avance social constituyen un hecho muy grave, lo que más sorprende es esa especie de resignación ante los atentados económicos contra la idea de la verdadera democracia, según la cual todos somos iguales y nadie tiene el derecho a imponer su agenda ni a tener un peso o ponderación superior al de un voto, como cualquier otro. Tal pasividad no solo que no aporta al perfeccionamiento de la tan cacareada democracia, sino que deja abierta las puertas para que la codicia y la angurria nos vayan alineando como velas.

Ilustración: Adriana Díaz

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/ AGOSTO / 2010


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