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le dejaba libre su trabajo, que por otra parte no era mucho. Marta seguía de pie, mirándole, con aspecto pensativo, en medio de un salón demasiado grande, que nunca lograba caldearse del todo. Era una casa antigua, céntrica, de techos altos y molduras de escayola de formas geométricas, típicas en el trabajo de un arquitecto eminente de los años cuarenta que había dejado su impronta en la ciudad. -Y asegúrate que el fuego esté apagado, no pase como la última vez- dijo ella en tono de reproche, antes de desaparecer de nuevo y dirigirse hacia el dormitorio. -He encontrado muchas cosas en el archivo del hospital- dijo él, sin dejar de examinara los papeles. Ni siquiera había advertido que ella ya no estaba-. ¡Ni el mismo Larrondo se acordaba ya de ellas! -¿Qué tal está?- gritó ella, desde lejos. Su voz era sofocada, como si luchara con alguien o estuviera levantando un gran peso. -Mal. Luchando por morirse -Goyo levantó la cabeza de los papeles y se puso las gafas de miope. Todavía no necesitaba gafas de cerca para ver, lo que en su trabajo era importante. -Es un horror no poder terminar -continuó-, el otro día le vi la mano sobre la cama, parecía una garra. ¿Sabes que la tiene artrósica de tanto operar? Este hombre ha estado operando sin parar, toda su vida. Marta entró de nuevo en el salón. Llevaba un ajustado vestido azul, en el que debía haber estado luchando por entrar y que le marcaba un poco la tripa. -¿Tú crees que voy bien así? –Preguntó desfilando frente a él con


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