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No sabía por qué le hacía daño aquello. Hacía mucho tiempo que había dejado de sentir nada por Amos, ni siquiera miedo. Ciertamente, allí no había nada que amar, el hombre que había sido hacía mucho que había quedado destruido por incontables botellas de whisky. Si alguna vez había mostrado alguna esperanza, ésta ya había desaparecido para cuando nació Faith, pero por alguna razón ella pensaba que siempre había sido muy parecido 1 como era ahora. Simplemente, era de esa clase de personas que siempre culpaban a los demás de sus problemas en lugar de hacer algo por corregirlos. En ocasiones, cuando estaba sobrio, Faith creía comprender por qué Renée se había sentido atraída por él en otro tiempo. Amos tenía una estatura un poco superior a la media y un cuerpo fibroso que nunca había criado grasa. Conservaba el cabello oscuro, si bien ya clareando un poco en la coronilla, e incluso se podría decir que era un hombre apuesto... cuando no estaba bebido. Borracho, como estaba ahora, sin afeitar y con el pelo revuelto y colgando en mechones sucios, los ojos enrojecidos y enturbiados por el alcohol y el rostro congestionado, no había en él nada de atractivo. Llevaba la ropa sucia y llena de lamparones, y olía que daba asco. A juzgar por la acidez de su aliento, había vomitado por lo menos una vez, y las manchas que llevaba en la parte delantera de los pantalones indicaban que no había tenido el debido cuidado al orinar. Se terminó la botella en silencio y después eructó sonoramente. -Tengo que ir a mear -anunció, y acto seguido se incorporó con pie inseguro y se dirigió a la puerta de entrada de la casa. Los movimientos de Faith eran medidos, sus manos no temblaron en ningún momento mientras escuchaba el chorrito de orina repiquetear contra los escalones de la entrada, para que todo el que viniera a casa esa noche lo pisara al entrar. Lo primero que haría por la mañana sería limpiar el suelo. Amos regresó al interior de la casa tambaleándose. No se había subido la cremallera de los pantalones, pero al menos no había dejado a la vista su sexo. -Me voy a la cama -dijo, dirigiéndose a la habitación de atrás. Faith observó cómo daba un traspié y se enderezaba de nuevo sujetándose con la mano al marco de la puerta. No se desvistió, sino que se desplomó sobre la cama tal como estaba. Cuando Renée llegase a casa y se encontrase con Amos atravesado en la cama con aquella ropa sucia, armaría una bronca y despertaría a todo el mundo. En cuestión de minutos, los profundos ronquidos de Amos levantaban eco por toda la atestada chabola. Faith se levantó inmediatamente y fue al colgadizo que habían construido en la parte trasera, el cual compartía con Jodie. Sólo Amos y Renée tenían una cama como Dios manda; el resto dormía en jergones. Encendió la luz, una bombilla desnuda que despidió una luz hiriente, y se puso rápidamente el camisón. A continuación, sacó su libro de debajo del colchón. Ahora que Scottie estaba acostado y Amos durmiendo la borrachera, a lo mejor disponía de un par de horas de tranquilidad antes de que llegase nadie más. Amos era siempre el primero en llegar a casa, pero también era el primero que se levantaba. Había aprendido a no vacilar cuando se le presentaba una oportunidad para disfrutar, sino a aprovecharla. En su vida había demasiado pocas para dejarlas pasar sin saborearlas. Adoraba los libros y leía cualquier cosa que cayese en sus manos. Había algo mágico en la manera en que podían hilvanarse las palabras para crear todo un mundo nuevo. Mientras leía podía abandonar aquella atestada chabola y viajar a mundos llenos de emoción, belleza y amor. Cuando leía, en su mente era otra persona, alguien que merecía la pena, en lugar de un miembro de aquella gentuza de los Devlin. No obstante, había aprendido a no leer delante de su padre ni de los chicos porque, como mínimo, se burlaban de ella. Cualquiera de ellos, con su estilo más ruin, lo más probable era que le


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