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Linda Howard Lecciones Privadas

Se quedaron tumbados sobre la hierba largo rato, medio dormidos, demasiado exhaustos para moverse. Sólo cuando Mary empezó a sentir que las piernas le picaban de tanto sol, encontró fuerzas para bajarse la falda. Wolf murmuró una protesta y deslizó la mano sobre su muslo. Ella abrió los ojos. El cielo era de un azul luminoso, sin nubes, y el dulce olor de la hierba fresca le llenaba los pulmones. Sentía la tierra caliente bajo ella; el hombre al que amaba dormitaba a su lado, y su cuerpo retenía aún los vestigios del placer de su encuentro, cuyo recuerdo, fresco y poderoso, comenzó a agitar de nuevo su deseo. De pronto se dio cuenta de que el plan de Wolf había funcionado. Él había recreado la situación que tanto la había aterrorizado, pero se había puesto en el lugar de su atacante. En lugar de temor, dolor y humillación, le había dado deseo y, al final, un éxtasis tan poderoso que la había puesto fuera de sí. Wolf había reemplazado un recuerdo terrible por otro maravilloso. La mano de Wolf reposaba sobre su vientre ahora, y la sencilla intimidad de aquella caricia la sorprendió de pronto. Podía estar embarazada de él. Era consciente de lo que podía suponer hacer el amor sin tomar precauciones, pero era lo que quería, y él no había dicho nada de usar anticonceptivos. Aunque su relación no durase, Mary quería tener un hijo suyo, un hijo con su fortaleza y su pasión. Si podía ser un duplicado de Wolf, nada la haría más feliz. Se removió, y la presión de la mano de Wolf sobre su vientre se incrementó. -Hace mucho sol -murmuró ella-. Me voy a quemar. Él gruñó, pero se abrochó los pantalones y se incorporó. Luego recogió las bragas de Mary, se las guardó en el bolsillo y, al tiempo que se ponía en pie, la levantó en brazos. -Puedo ir andando -lo informó ella, pero le echó los brazos al cuello. -Lo sé -Wolf le sonrió-. Pero es más romántico que te lleve a casa en brazos para hacerte el amor. -Pero si acabamos de hacerlo. Los ojos negros de Wolf ardían. -¿Y qué?

Wolf se disponía a entrar en el almacén de piensos cuando sintió que la nuca se le erizaba como tocada por una ráfaga de aire fresco. No se detuvo, lo cual habría puesto sobre aviso a cualquiera que estuviera observándolo, pero echó un rápido vistazo alrededor utilizando su visión periférica. La sensación de peligro era como un roce. Alguien lo estaba observando. Wolf poseía un sexto sentido agudizado por el poderoso misticismo de su herencia racial y

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