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dedos. Y él me ha dicho que tenía quince minutos para ducharme y vestirme. Voy a detener la ducha cuando escucho un sonido contra la mampara. Me doy la vuelta y le descubro con las palmas apoyadas en el cristal. El vaho hace que le vea borroso, pero eso no quita que me dé cuenta de que ya no lleva la toalla. En realidad, no lleva nada. ¿Por qué no se ha vestido y me mete prisas a mí? De repente, corre la mampara y un golpe de aire frío me cala los huesos. Me cubro el cuerpo con las manos. Pero él está ahí, desnudo delante de mí, y tan tranquilo. Ahora que estoy lúcida contemplo perfectamente su cuerpo y se me seca de nuevo la boca. Trago saliva al descubrir su palpitante erección. ¿Qué es lo que pretende? Sin pedirme permiso, se mete en la ducha conmigo y cierra la puerta. —¡Eh! ¿Pero qué estás haciendo? −protesto. —¿Tú qué crees? Su cuerpo choca contra el mío y yo me aprieto contra el cristal de la ducha. El agua está mojando su pelo, su cara y su cuerpo y me mira con lujuria y deseo. No tengo escapatoria. Cuando me coge las nalgas, toda mi piel despierta de su letargo. Recuerdo los calambres que sentí anoche y en cuestión de segundos alcanzan de nuevo mi cuerpo. Apoyo las manos en su pecho y ladeo la cabeza al darme cuenta de que me va a besar. Sus labios se posan en mi mejilla y me da tiernos besitos cubriéndome el ojo. —¿Por qué te empeñas en esquivarme? −me pregunta al oído, apretándose contra mí. Me hace daño en la cadera con su duro miembro−. ¿Me tienes miedo, Sara? —No... —¿Entonces? −Con un rápido movimiento me da la vuelta y tengo que ladear la cara para no chocarme con el cristal. Apoyo la ardiente mejilla en él y cierro los ojos−. ¿Es que no te gusta el sexo conmigo? −Me roza el trasero con la punta y yo intento controlar un gemido de placer. Me abraza desde atrás y jadea en mi oído−. Porque yo creo que sí. −Lleva sus manos hasta mi sexo y acaricia mis labios, luego los separa e introduce lentamente un dedo−. Esta humedad no se debe sólo a la ducha. —Para... −hablo más para el cristal que para él. —¿En serio es lo que quieres? −Noto su miembro abriéndose paso entre mis piernas. Mi cuerpo habla solo y alzo el trasero para aliviar las cosquillas que me inundan. Él lo acoge entre sus manos y lo acaricia y lo estruja−. Tienes un culito que me pone a cien. −Noto que acerca los dedos a mi entrada y yo me sobresalto. Me da un beso en el cuello para tranquilizarme−. Tranquila, de momento vamos a dejarlo tranquilo. ¿Cómo que de momento? No, perdona, lo dejamos tranquilo para siempre. Mi trasero no va a pertenecerle a nadie, por mucho que el que lo desee sea un dios en la tierra. Me niego a que me hagan el amor de esa forma. Voy a protestar en el momento en que me agarra de las caderas y me pone otra vez de cara a él. Me sujeta la cara con las manos e impide que vuelva a ladearla. Ataca mi boca con violencia y me muerde los labios. Al cabo de unos segundos caigo y abro la boca para recibirlo. Su lengua se abre paso y busca por cada recodo. Me engancho a su cuello y le beso con ardor. Estoy otra vez en combustión. El corazón me da unas tremendas acometidas en el pecho y jadeo en sus labios como si fuera el fin del mundo. Acerca las manos a mis pechos y los acaricia con suavidad. Es una sensación que no puedo explicar, nunca ningún hombre me los había tocado de ese modo. Sabe perfectamente cómo hacer que quiera más y es lo que deseo cuando tira de uno de mis pezones. —Abel... −gimo en su boca. Deja de besarme y me mira durante unos segundos. Yo la mantengo, y me dedica una increíble sonrisa. Cierro los ojos al notar que sus manos expertas bajan por mi vientre y se detienen en mis caderas. Yo me echo hacia atrás y sin querer aprieto uno de los botones y de repente se escucha una suave melodía. Guau, ¡pero si hasta tiene radio! Y la canción que suena sé cuál es. Cómo no reconocer


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