Entrevista con el Vampiro

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»—Únicamente espero que cuando me necesites, me puedas encontrar... —susurró ella—. Que pueda volver a ti... Te he herido tantas veces. Te he dado tanto sufrimiento... »Sus palabras se apagaron. Quedó inmóvil. Sentí su peso y pensé: "Dentro de poco tiempo, no la tendré más. Ahora simplemente quiero abrazarla. Siempre ha habido tanto placer en algo tan simple... Su peso encima de mí, esta mano descansando en mi cuello...". »Una lámpara se apagó en alguna parte. Pareció que del aire húmedo y fresco, de improviso, se hubiera sustraído esa luz. Yo estaba al borde del sueño. De haber sido mortal, me habría contentado con dormirme allí mismo. Y en ese cómodo y soñoliento estado, tuve una sensación extraña, casi humana: que el sol me despertaría cálidamente y que tendría esa visión rica y normal de los helechos a la luz del sol, y de los rayos del sol en las gotas de lluvia. Me permití el lujo de esa sensación. Tenía los ojos entrecerrados. »Tiempo después he tratado con frecuencia de recordar esos momentos. He tratado una y otra vez de recordar exactamente lo que en esas habitaciones empezó a molestarme, y tendría que haberme molestado. Cómo, al no haber estado alerta, estaba insensible de algún modo a los cambios que deben haberse verificado. Mucho después, dolido y robado y amargado más allá de lo imaginable, repasé esos momentos, esos soñolientos momentos anteriores al alba, cuando el reloj latía de forma casi imperceptible sobre la chimenea y el cielo palidecía cada vez más; y lo único que podía recordar —pese a la desesperación con que fijaba y alargaba ese tiempo, pese a que con mis manos detenía las manecillas de ese reloj—, lo único que podía recordar era el cambio suave de la luz. »En guardia, jamás hubiera permitido que sucediera. Abotargado con precauciones más graves, no me percaté de nada. Una lámpara que se apagaba, una vela que se extinguía con el temblor de su propio charco de cera caliente. Con los ojos semicerrados, tuve entonces la sensación de oscuridad inmediata, de que me encerraban en la oscuridad. »Y entonces abrí los ojos sin pensar en lámparas ni en velas. Pero fue demasiado tarde. Recuerdo haberme puesto de pie, haber sentido la mano de Claudia que caía a mi costado, y la visión de un grupo de hombres y mujeres vestidos de negro que entraban en las habitaciones; sus vestimentas parecieron apagar todas las luces de cualquier adorno o superficie laqueada; parecieron abrumar toda luz. Giré en contra de ellos, grité a Madeleine; la vi despertarse de golpe, aterrorizada, aferrada al brazo del sofá, y luego de rodillas cuando llegaron ante ella. Santiago y Celeste se acercaban a nosotros, y, detrás de ellos, Estelle y los otros cuyos nombres no sabía, y llenaban todos los espejos y se unían para formar muros amenazantes y móviles. Le grité a Claudia que corriera, después de haberme ido hasta la puerta de atrás. La hice pasar de un empujón y luego me detuve y lancé un puntapié cuando se acercó Santiago. »Aquella débil posición defensiva que había mostrado contra él en el Barrio Latino no era nada comparada con la fuerza que entonces demostré. Quizá jamás pelearía bien en defensa de mis propias convicciones. Pero el instinto de proteger a Claudia y Madeleine fue abrumador. Recuerdo haber lanzado a Santiago hacia atrás de un puntapié; luego golpeé a aquella hermosa y poderosa Celeste que trató de pasar por mi lado. Los pasos de Claudia resonaron distantes en la escalera de mármol. Celeste me atacó, me clavó las uñas en la cara hasta que me brotó la sangre y me corrió hasta el cuello. La pude ver brillando con el rabillo del ojo. Ataqué a Santiago, abrazado a él, consciente de las fuerzas de esos brazos que se aferraban a mí, de esas manos que intentaban llegar a mi cuello. »—Lucha, Madeleine —grité, pero lo único que pude escuchar fueron sus sollozos. Entonces la vi en un remolino; era una cosa fija, aterrada y rodeada de vampiros. Ellos se reían con esa risa vampírica vacía, que es como de lata o de campanillas. Santiago se llevó las manos a la cara. Mis dientes le habían sacado sangre. Lo golpeé en el pecho, en la cabeza; el dolor me atravesó el brazo; algo me agarró del pecho, como dos brazos, que me quité de encima, y oí el ruido de cristales rotos detrás de mí. Pero algo más, alguien más, se aferró a mi brazo y me tiró con una fuerza tenaz. »No recuerdo haberme debilitado. No recuerdo ningún momento preciso en que la fuerza de alguien me haya vencido. Recuerdo que simplemente estaba en inferioridad numérica. Desesperado, debido a la cantidad y la persistencia en mi contra, me inmovilizaron, me rodearon y me sacaron de las habitaciones. Llevado por los vampiros, me obligaron a recorrer el pasillo. Y luego caí por los escalones, libre por un momento ante las puertas angostas del fondo del hotel, sólo para volver a estar rodeado y agarrado por ellos. Pude ver el rostro de Celeste muy cerca de mí, y, de haber podido, la hubiera cortado con los dientes. Yo sangraba profusamente y me tenían agarrado tan fuerte de una muñeca que esa mano no la sentía. Madeleine estaba a mi lado, sollozando en silencio. Nos metieron a ambos en un carruaje. Me golpearon una y otra vez, pero no perdí el conocimiento. Recuerdo haberme aferrado


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