KisstheSnow. Capítulo #02. Piqsirpoq

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disolver las individualidades y las ambiciones personales en el grupo, además de ser consecuente con el pacto que uno hace al unirse con otra persona. Laetitia Roux lo expresaba muy bien en esta lúcida respuesta a una entrevista en el periódico francés L’Équipe: “me viene a la cabeza una Mezzalama donde mi compañera, Nathalie Etzensperger, salía de una gastroenteritis. A pesar de ello decidimos tomar la salida de la carrera, pero teniendo que adaptar el ritmo a su delicado estado de forma. Ella lo dio todo para terminar. A nivel personal la recordaré como una de las experiencias en montaña más complicadas de mi vida. Las condiciones meteorológicas eran francamente malas y extremas, y el hecho de que nuestro ritmo fuese más lento de lo normal provocó que empezara a pasar mucho frío. Poco importó el resultado final. Llenamos nuestro contrato y lo cumplimos luchando como unas leonas para llegar a la meta. Aún estoy orgullosa”. Lo que cuenta Laetitia Roux en este fragmento sería lo lógico y deseable en todos las casos y situaciones, pero el mundo de la montaña no siempre es ese cuento de hadas y de sentimientos y comportamientos nobles de los que tanto gusta hablar y presumir a los montañeros. Porque competir –o subir una montaña- junto a otra persona multiplica las sensaciones y emociones, pero también es el origen de malos entendidos y situaciones lamentables que ponen en entredicho la inteligencia humana, así como la supuesta nobleza y pureza que transmite el ejercicio de subir montañas con o sin dorsal. Esto pasa cuando el ego individual de uno de los dos miembros de la pareja sobrepasa y se come al interés conjunto. Es cuando se establece una competición entre los compañeros del equipo, en la que más que luchar contra otros rivales lo hacen entre sí para ver quién de los dos es más fuerte. Entre otras motivaciones oscuras y difíciles de dilucidar, se encuentra el hecho de que en caso de un mal resultado, la autoestima e imagen del que ha demostrado un poderío físico y técnico más destacable quedará indemne. La coartada perfecta para proteger nuestro querido y malévolo ego personal. Estas bajas pasiones humanas son transversales y afectan desde al debutante que empieza a foquear hasta al más experto y laureado de los esquiadores. Para ilustrarlo con un ejem-

plo nos vamos a situar en la Pierra Menta del año 2008. Es el día del Grand Mont, la jornada en la que la carrera, a través de una arista, llega a la cima de esta montaña donde esperan miles de espectadores. Aquel año la carrera estaba dominada a placer por la pareja formada por Kilian Jornet y Florent Troillet, mientras que la segunda posición la ocupaban los italianos Hansjörg Lunger y Guido Giacomelli. Este último fue uno de los mayores talentos que han pasado por el mundo de la competición, uno de estos tocados por la varita mágica, con una gran calidad técnica y que sin necesidad de entrenar mucho podía estar en una gran condición. Seguramente Giacomelli veía que ese año tampoco saldría victorioso y tendría que volverse a conformar con la segunda plaza. Pero quiso demostrar que él un día podía ganar esa carrera. Precisamente en la arista que conduce a la cima del Grand Mont dejó

CULTURA DE NIEVE Y MONTAÑA

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