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RACHEL GIBSON

DEBE SER AMOR

Creyó que luego él se iría, pero no lo hizo. En vez de eso le deslizó una mano alrededor de la cintura, por el estómago desnudo y la apretó contra su pecho. Gabrielle se quedó helada. Joe escondió la cara entre su pelo para decirle al oído: —¿Ves a ese tío con una sudadera roja y pantalones cortos verdes? Ella miró al otro lado del pasillo, a la caseta de Madre Alma. El hombre en cuestión parecía igual a otros muchos del festival. Limpio. Normal. —Sí. —Ése es Ray Klotz. Tiene una tienda de artículos de segunda mano en la calle principal. Lo arresté el año pasado por comprar y vender vídeos robados. —Extendió los dedos sobre su abdomen y el pulgar acarició el nudo de la blusa bajo los senos—. Ray y yo nos conocemos desde hace tiempo y sería mejor que no me viera contigo. Ella trató de pensar a pesar del roce de sus dedos contra su piel desnuda, pero lo encontró difícil. —¿Por qué? ¿Crees que conoce a Kevin? —Probablemente. Ella se volvió hacia él y, al estar descalza, la coronilla le quedó justo debajo de la visera de la gorra. Joe le deslizó los brazos por la espalda y la atrajo hacia su cuerpo hasta que los senos le rozaron el pecho. —¿Estás seguro de que se acordará de ti? Él deslizó la mano libre por su brazo hasta el codo. —Cuando trabajaba para narcóticos lo arresté por posesión de drogas. Tuve que meterle los dedos en la garganta para hacerle vomitar los condones llenos de cocaína que se había tragado —dijo, con sus dedos acariciándole la espalda de arriba abajo. —Ah —susurró—. Eso es asqueroso. —Era la prueba —susurró contra su boca—. No podía dejar que se saliera con la suya y destruyera mi prueba. Con él tan cerca, oliendo su piel, con el timbre profundo de su voz llenándole la cabeza, lo que decía sonaba casi razonable, como si todo eso fuera normal. Como si la cálida palma de su mano sobre la piel desnuda de Gabrielle no tuviese ningún efecto sobre él. —¿Se fue? —No. Lo miró a los ojos y preguntó: —¿Qué piensas hacer? En lugar de responder, retrocedió hacia la sombra de la caseta arrastrándola con él. Después levantó la mirada de su pelo. —¿Qué voy a hacer sobre qué? —Sobre Ray. —Ya pasará de largo. —Él escrutó sus ojos y sus dedos le acariciaron la piel de la espalda—. Si te beso, ¿lo tomarás como algo personal? —Sí. ¿Y tú? —No. —Él sacudió la cabeza y sus labios acariciaron los de ella—. Es mi trabajo. - 95 -


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