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RACHEL GIBSON

DEBE SER AMOR

estropear aquel caso más de lo que ya estaba. Su mirada recorrió la multitud, buscando inconscientemente a los drogadictos: adictos al crack, fumadores de marihuana de ojos hinchados o cocainómanos nerviosos buscando su próxima dosis. Todos pensaban que tenían el control, que controlaban el vicio cuando estaba claro que era al revés. Llevaba casi un año sin trabajar en narcóticos, pero había momentos -especialmente cuando estaba en medio de la gente- que aún miraba el mundo a través de los ojos de un agente de narcóticos. Era para lo que había sido entrenado, y se preguntó durante cuánto tiempo pesaría sobre él el adiestramiento que había recibido. Sabía de policías de homicidios que llevaban diez años retirados y aún miraban a las personas como si fueran víctimas o asesinos en potencia. El Chevy Caprice color beis estaba aparcado en una calle lateral al lado de la biblioteca pública de Boise. Se sentó tras el volante del coche patrulla camuflado y esperó antes de incorporarse al tráfico. Pensó en la sonrisa de Gabrielle, en el sabor de su boca, en la textura de su piel bajo las palmas de sus manos y en el suave muslo que había vislumbrado por la abertura del vestido. El peso del deseo tiró de su ingle e intentó no pensar más en ella. Incluso aunque no fuera tan rara, era un problema. El tipo de problema que le haría patear las calles en un coche patrulla. El tipo de problema que no necesitaba cuando apenas había sobrevivido a la última investigación de asuntos internos. No quería pasar por aquello otra vez. No valía la pena. De ninguna manera. Hacía menos de un año, pero sabía que nunca olvidaría la investigación judicial del Departamento de Justicia, las entrevistas y por qué se había visto forzado a contestar a sus preguntas. Nunca olvidaría cómo tuvo que perseguir a Robby Martin hasta un callejón oscuro, la explosión de fuego anaranjado de la pistola de Robby y sus propios disparos en respuesta. Durante el resto de su vida recordaría lo que era yacer en aquel callejón sintiendo el tacto frío de la Colt 45 en la mano; recordaría el silencioso aire de la noche roto por las sirenas, y el destello de las luces blancas, rojas y azules asomando entre los árboles y las casas. La cálida sangre que salía por el orificio del muslo y el cuerpo inmóvil de Robby Martin a cinco metros. Sus Nike blancas resaltaban en la oscuridad. Nunca olvidaría los alocados pensamientos que se atropellaron en su mente cuando había gritado al chico que ya no podía oírle. No fue hasta mucho más tarde, en la cama del hospital -con la pierna inmovilizada por una abrazadera de metal que parecía el juguete de un niño-, mientras su madre y sus hermanas lloraban sobre su cuello y su padre lo observaba desde los pies de la cama, que empezó a darle vueltas a todo lo sucedido, repasando mentalmente todos sus movimientos. Tal vez no debería haber perseguido a Robby hasta aquel callejón. Tal vez debería haber dejado que escapara. Sabía dónde vivía el chico, quizá debería haber esperado refuerzos e ir directamente hacia su casa. Quizá, pero su trabajo era perseguir a los malos. La comunidad quería las drogas fuera de las calles, ¿no? Bueno, en teoría. - 101 -


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