Fanzine 9

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te, para despejarla. Debo estar lo suficientemente despierto para enfrentarme a lo que allí arriba me aguarda. Un intruso, un ocupa… ¿Un fantasma?. Igual ese animal, el perro que visita todas las noches mi jardín, se ha colado en la vivienda. Tal vez ha encontrado la manera de invadir mi espacio. Estoy frente a la puerta. Tras dos interminables minutos he conseguido llegar al final de las escaleras. Echo un vistazo atrás, los escalones se pierden hasta el piso inferior, tan solo el reflejo de la luz me deja ver su contorno. Aquí arriba todo está oscuro ―debía haberme hecho con una linterna―, pero a tientas busco el pomo de la puerta y una vez agarrado lo giro de un golpe. Moho, humedad. Olor a pino entremezclado con el de cerrado. El ambientador no ha servido para mucho. Empujo la puerta de madera e intento no dejarme invadir por el terror. La oscuridad, el saber que algo puede haber entrado en mi casa, el perro ahí afuera aullando cómo un lobo. Al menos puedo estar tranquilo con una cosa, ese animal no se ha infiltrado en la residencia. Continúa en la calle, vigilando su zona, mi jardín. ¿Entonces quién ocupa mi casa? ―¿Hay alguien ahí…? ―pregunto con viva voz. Nada. El silencio. Ni la voz seca llamándome, ni el golpe contra el suelo. Doy un paso al frente, extiendo mi brazo hacia el extremo derecho de la pared y busco el pulsador: Se hace la luz. ―¿Qué…? No me salen las palabras. Esto no puede estar pasando: La máquina de coser, la misma que yo mismo tiré en el contenedor de chatarra, está aquí. Montada, limpia, exenta de manchas y cómo recién salida de fábrica. Y no solo eso..., la ropa. Los viejos pantalones de mi padre están encima del aparato aguardando a ser remendados. La chaquetilla doblada encima de una caja de cartón, esperando por igual a ser cosida. Un viejo coche de caballos y un juego de petanca. Esos dichosos juguetes debían ser los que golpeaban contra el suelo. A mi abuelo le encantaba jugar, era aficionado a la petanca. Jugaba en el jardín. Mi abuela, ella se tiraba días y días remendando los rotos que mi padre hacia en la ropa. Sobre todo cuando jugaba con su perro… ¿Su perro?. Aquel animal dormía fuera, tenía su casa hecha con varios maderos y nunca le dejaban entrar en la vivienda familiar. Ahora lo recuerdo. Todo esto me lo contaba mi padre. Su niñez, esta casa…, no debí cambiar las cosas. Así han sido siempre, hasta que llegué con aires de invasor cambiando todo. El salón, las habitaciones, el ático…, la casa entera. ―Dilan. De nuevo esa voz. Me llama, intenta decirme algo. Una figura de anciano asoma, haciendo un gesto autoritario desde un rincón de la sala. Me pide que me acerque. Desea venganza. He roto la costumbre, la vida que quedó impregnada en esta vivienda desde años atrás. Mis bisabuelos. Mis abuelos… Mis padres. La casa. Nadie cambió nada. Ninguno movió nada de su sitio y mucho menos tiró algo a la basura. Pero

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