Corea de Hoy. Abril 2014, nº 531

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Nuestra eterna cuna de la vida

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e cumplido más de 70 años. Pero sigo trabajando con vigor juvenil como directora de una fábrica de la industria ligera. De niña, bajo la ocupación militar japonesa perdí al padre, Pak Chang Bom. Este fue tildado de “elemento malsano”, y escapándose de la policía japonesa, se fue para Jiandao del Norte y después se cortaron las comunicaciones. Posteriormente mi madre murió de enfermedad. Cada vez que los niños de la casa rica despreciaban por mendigo sentía hasta la médula la tristeza de huérfana y me lamentaba de los padres que me dejaron sola. Pero a mi también llegó la luz de un generoso sol, el líder paternal Kim Il Sung, que liberó al país. Un día en que trabajaba según mi deseo en el sector de confecciones en el mundo en que el pueblo trabajador era dueño, se me avisó sorprendentemente que mi padre, en contra de mi conjetura de que hubiera muerto anónimo en un monte ignoto, era un patriota que con el respeto al General

Kim Il Sung participó en la Lucha Armada Antijaponesa y murió heroicamente en el cumplimiento de esa empresa. El gran Líder camarada Kim Il Sung, en sus memorias “En el transcurso del siglo” escribió: “Pak Chang Bom era nuestro trabajador político que actuó tomando por punto de apoyo la base secreta provisional del monte Kom”. El General Kim Jong Il apreció a mi padre como mártir de la revolución antijaponesa y dispuso depositar sus restos en el Cementerio de Mártires Patrióticos. Aquel día viendo reaparecer en la foto de piedra la imagen de mi padre que desvanecía hasta en la mente, por primera vez lloré como una magdalena llamándolo. El Líder y el General me condujeron paternalmente a cada paso a trabajar en forma digna de la hija del revolucionario para asegurar la continuidad de la revolución. En consideración a mis éxitos modestos, me hicieron participar en importantes congresos y me honraron con fotografiarse conmigo.. Gracias a su confianza fui nombrada como directora de una fábrica. He trabajado con entusiasmo con el espíritu de cumplir hasta la parte de mi padre, y nuestra fábrica cumplió decenas de años consecutivos el plan de la economía nacional. El

Pak Yong Chun (en el centro). Estado, apreciándolo, me concedió el título de la Heroína del Trabajo, máximo honor para el ciudadano. Al pasar el tiempo, se me hizo más intenso el pensamiento de cómo corresponder al amor del Dirigente y en el período de la “marcha penosa”, confeccioné dos juegos de trajes aplicando todas las sabidurías y esmeros que podía, y los elevé al General con motivo de su cumpleaños en febrero de 1996. Pocos días después recibí su contesta: “Que se le transmite mi agradecimiento y que se los diera a sus hijos en mi nombre. 7 de febrero de 1996”. Aquel día, los de mi familia y yo no podíamos conciliar el sueño. En 2011, después de despedir su duelo, por la tarde, me puse ante dichos trajes, afiancé mi decisión de cumplir su legado apoyando fielmente al Mariscal Kim Jong Un. Visité con donaciones a animar a los constructores en importantes obras que se realizaban para cumplimentar los planteamientos del Mariscal. Cada vez que jóvenes me aconsejaban descansar les contesté que hacía decenas de años que gracias al Líder me he hecho una dueña del país y no por la edad debía de serla quedándome como espectadora. Era la exteriorización de mi sincero sentimiento. Cada vez que me pongo delante de la foto de mi padre grabada en la lápida de su tumba, suelo decir: “¡Padre! El regazo que abriga al padre es la cuna de la vida de todos.” Pak Yong Chun, directora de la fábrica de confecciones Unha-Taedonggang

COREA DE HOY No. 4, 2014

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