Musashi 1 - El Camino Del Samurai

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—Sí, pero estos caracteres también pueden leerse como Takezo. —¡Qué testaruda eres! —replicó Jótaro, arrojando el trozo de bambú al río. Akemi contempló fijamente los caracteres trazados en la arena, sumida en sus pensamientos. Al cabo de un rato alzó la vista y miró a Jótaro, volvió a examinarle de la cabeza a los pies y le dijo en voz baja: —Quisiera saber si Musashi es de la zona de Yoshino en Mimasaka. —Sí, yo soy de Harima y él del pueblo de Miyamoto, en la provincia vecina de Mimasaka. —¿Es alto y viril? ¿Y no lleva afeitada la parte superior de la cabeza? —Sí. ¿Cómo lo sabías? —Recuerdo que una vez me dijo que de niño tenía un carbunclo en la cabeza, y si se la afeitaba, como hacen en general los samurais, se le vería una fea cicatriz. —¿Te dijo eso? ¿Cuándo? —Hace ya cinco años. —¿Conoces a mi maestro desde hace tanto tiempo? Akemi no le respondió. El recuerdo de aquellos días despertaba en su corazón emociones que le dificultaban el habla. Convencida, por lo poco que le había dicho el niño, de que Musashi era Takezo, se apoderó de ella el deseo imperioso de verle nuevamente. Había visto cómo hacía las cosas su madre y observado cómo Matahachi iba de mal en peor. Desde el principio había preferido a Takezo, y con el paso del tiempo había adquirido cada vez mayor confianza en lo acertado de su elección. Se alegraba de estar todavía soltera. Takezo... era muy diferente de Matahachi. Muchas eran las ocasiones en las que había resuelto no unirse a un hombre similar a los que siempre bebían en la casa de té. Los despreciaba, al tiempo que se apoyaba firmemente en la imagen de Takezo. En lo más profundo de su corazón, alimentaba el sueño de volver a encontrarle. Él y sólo él era el amado en su mente cuando cantaba canciones de amor. Una vez cumplida su misión, Jótaro le dijo: 241


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