La reina sol

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La Reina Sol

Diez, cien veces había intentado expulsarla de su espíritu, negándose a nombrar el sentimiento que se había apoderado de su corazón y que le obligaba a librar la más difícil de todas sus batallas. ¿Cómo habría vivido Akhesa los dramáticos acontecimientos de las últimas semanas? La desaparición de su hermana le ofrecía una nueva posición en la corte. ¿Habría descubierto el faraón la verdadera naturaleza de su hija? ¿Sería consciente de su ambición y de sus excepcionales aptitudes? Horemheb ignoraba que la muchacha que ocupaba sus pensamientos no había dejado de observarlo desde que su carro entrara en la vía real. Desde sus aposentos, Akhesa había asistido con inquietud al regreso del general. En ciertos momentos, había esperado su muerte. Durante una entrevista que había concedido al príncipe Tutankatón, éste, desbordante de júbilo y de confianza en la que amaba, le había contado con detalle los pequeños y grandes momentos que habían marcado su infancia. Con una desarmadora ingenuidad y sin la menor doble intención, había evocado a su hermano Semenkh, con quien no tenía ningún punto en común, a su protector Huy, cuya rectitud halagó, al comandante Nakhtmin, el instructor al que veneraba. Ella le había comunicado la muerte de Teje, que las autoridades de Tebas conseguían mantener en secreto. Akhesa había creído que el joven príncipe estallaría en sollozos. Pero había dado pruebas de una sorprendente dignidad, interrumpiendo su cháchara y cerrando los ojos para contener mejor su tristeza. Akhesa y él se habían recogido largo rato en los jardines inundados de sol. En pocas horas, Tutankatón había abandonado la infancia. Ya sólo le quedaba su condición de príncipe. Y no cesaba de interrogarse. ¿Cuál sería su porvenir? ¿Qué papel desempeñaría en la corte? ¿Qué funciones le atribuiría Akenatón? Aquella toma de conciencia, por dolorosa que fuera, causó una inmensa felicidad a la hija del faraón. Pronto podría compartir con Tutankatón sus preocupaciones sobre Egipto. A pesar de que ahora miraba al príncipe de un modo distinto, no le reveló las últimas palabras que Teje había pronunciado ni la misión que le había confiado. -Solicito una audiencia inmediata -declaró Horemheb al comandante Nakhtmin, ascendido a jefe de la guardia real-. Debo entrevistarme enseguida con Su Majestad. -¿Motivo de vuestra demanda? -pregunto Nakhtmin, ceremonioso. A Horemheb le divirtió esa actitud. -No os lo toméis tan en serio, comandante... Avisad a Su Majestad de mi presencia. No debéis conocer la razón. El rostro de Nakhtmin se contrajo. Estuvo a punto de reaccionar con violencia, pero recordó a tiempo que estaba ante un superior y prefirió desaparecer. Regresó poco después, con una sonrisa desafiante en los labios.


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