El aro

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bien lo que tenían que hacer ahora. Lo sabía pero todavía no tenía miedo. El suelo del bungalow por encima de su cabeza le provocaba claustrofobia, pero tal vez también iba a tener que bajar al fondo del pozo, a un lugar donde reinaba una oscuridad todavía más profunda. Nada de tal vez… Para sacar a Sadako, era casi seguro que iban a tener que descender al pozo. —Échame una mano con esto —dijo Ryuji. Agarró un trozo de barra de acero que sobresalía de una grieta en la tapa de cemento e intentó tirar de la tapa para dejarla caer en el suelo en pendiente. Pero el techo era demasiado bajo y no le dejaba hacer mucha palanca. Incluso alguien como Ryuji que podía levantar ciento veinte kilos veía reducida su fuerza a la mitad si carecía de un buen punto de apoyo. Asakawa dio la vuelta al pozo hasta que estuvo en el lado en que el suelo era más alto y se tumbó de espaldas. Colocó ambas manos en uno de los pilares para darse impulso y luego empujó la tapa con los pies. El cemento produjo un ruido chirriante al arrastrarse sobre la piedra. Asakawa y Ryuji empezaron a canturrear para sincronizar sus esfuerzos. La tapa se movió. ¿Cuántos años llevaba la boca del pozo sin abrirse? ¿Habían tapado el pozo cuando se construyó la Ciudad de los Chalets, o tal vez cuando se fundó la Tierra Pacífica, o al cerrar el sanatorio? Solamente podían hacer conjeturas, basándose en la resistencia del sello que unía el cemento y la piedra y en el chirrido casi humano que producía la tapa al moverse. Probablemente más de seis meses o un año. Pero no más de veinticinco años. En todo caso, el pozo acababa de empezar a abrir la boca. Ryuji metió la hoja de la pala en el espacio que ya habían abierto y empujó. —Muy bien, cuando te haga una señal quiero que te apoyes en el mango. Asakawa se dio la vuelta. —¿Listo? ¡Un, dos, tres… empuja! ' Mientras Asakawa se apoyaba en la palanca improvisada, Ryuji empujaba el borde de la tapa con ambas manos. Con un chirrido agónico, la tapa cayó al suelo. La tapa del pozo estaba bastante mojada. Asakawa y Ryuji recogieron sus linternas, colocaron sus otras manos en la tapa mojada y se incorporaron. Antes de enfocar con sus linternas el interior del pozo, colocaron las cabezas en el hueco de unos cincuenta centímetros que quedaba entre la parte superior del pozo y el suelo del bungalow. Una ráfaga fría trajo un olor pútrido. El espacio de dentro del pozo era tan denso que sentían que si se soltaban del borde, el pozo los absorbería. Estaba claro que ella estaba allí dentro. Aquella mujer con unos poderes sobrenaturales extraordinarios con síndrome de feminización testicular… «Mujer» ni siquiera era la palabra adecuada. La distinción biológica entre hombre y mujer dependía de la estructura de las gónadas. No importaba


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