Bola de onix

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5 Una víbora gris se arrastraba ágilmente por entre la hierba, asomando de vez en cuando su bifurcada lengua, su destino era el maizal, allí podía descansar tranquilamente en la sombra que le ofrecerían los espigones. Serpenteando atravesaba el último tramo de la pradera, ansiosa por escaparse de los molestos rayos de sol. Por encima de ella voló una bandada de estorninos que gorjeaban alegremente y luego una nube casi transparente. La víbora continuaba reptando, indiferente a lo que ocurría a su alrededor, después, sin cualquier aviso previo, un repentino peso le abarrotó la cabeza y algo malvado le dominó. La serpiente era un cuerpo perfecto, su desarrollado cerebro proporcionaba a Abrexar una ventaja enorme que le facilitaba el razonamiento y le permitía plena concentración. Eso no era posible cuando habitaba dentro de la araña o del roedor. Con destreza dirigió la víbora hacia la carretera y la obligó a esconderse detrás de una piedra grande, luego la dejó entrar en un estado de letargia, utilizando sus ondas cerebrales de baja frecuencia para encontrar las señales del chico. Su fluidióm se extendió por el territorio y el demonius lo comenzó a analizar. En varios minutos percibió una sutil vibración parecida a una descarga eléctrica, después le invadió la presencia del núcleo, no cabía duda, el alumbrador se acercaba. Despertó la serpiente y la orientó hacia la cuneta. Si calculaba bien las distancias, existía considerable posibilidad de que podría morder a uno de sus ayudantes. Se oyeron sus voces. Abrexar arrimó la víbora justo por debajo del borde de la carretera y se preparó para la embestida. No obstante, las cosas se torcieron, desde el maizal salieron dos gamberros y la situación se complicó. Mediante los ojos de la serpiente el demonius observaba lo que sucedía en la senda. Su primera frustración de que sus planes se habían estropeado, sustituyó una ola de regocijo combinada con la malevolencia, con deleite disfrutaba aquel sabor de la humillación. Sin embargo, luego uno de los gamberros abrió el arcofés y el mistrial activó su defensa. La onda acústica que se produjo, arrojó a la serpiente más adentro de la cuneta y Abrexar perdió el control sobre ella. Desconcertado intentaba restablecer otra vez la conexión con su mente, pero la víbora no reaccionaba y se puso apática, había que aguardar a que se le pasara el aturdimiento. La ira fomentada con el fracaso causó que el demonius abandonara, por un momento, el cuerpo del anfitrión y regresara a la cueva. El artefacto 53


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