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10 mil pacientes con tumores cerebrales —los que necesariamente debían permanecer conscientes—, el neurocirujano canadiense Wilder Penfield comprobó que la estimulación eléctrica de zonas específicas del lóbulo temporal provocaba que experimentaran voces y visiones (otra área puntual evocaba recuerdos). Tal y como ocurre con el desdoblamiento, estos fenómenos han sido reportados en casos de esquizofrenia, tumores cerebrales y epilepsia, todos relacionados con esa misma zona. Justamente esta última enfermedad es la que más llama la atención del neurocientífico V.S. Ramachandran. Este experto de la Universidad de California lleva años investigando la epilepsia del lóbulo temporal y el porqué frecuentemente va asociada, no sólo a visiones religiosas durante ataques epilépticos, sino también a la preocupación sobre asuntos divinos que muestran quienes los sufren. El experto ha ido más allá, especulando que

San Pablo, Mahoma y otros profetas tenían esta enfermedad. Suena polémico y arriesgado, pero lo dice una de las cien personas más influyentes del mundo en 2011 según la revista Time, y quien ha sido denominado “el Marco Polo” de la neurociencia. No es la única manera que hemos usado para conectarnos con la divinidad. La ciencia ha sintetizado un gran número de compuestos sicotrópicos y sicodélicos, a los que justamente muchos especialistas se refieren como “enteógenos” (inductores de Dios), por su capacidad para provocar intensas y elaboradas experiencias místicas que incluyen alucinaciones visuales y sonoras que pueden durar horas. Las drogas más comunes y potentes son la mescalina, el LSD o el éxtasis. Todas ellas afectan el sistema opioide del cerebro, el cual puede activarse de forma natural cuando una persona sufre un gran trauma y con mayor razón gatillarse al momento de la muerte.

San Pablo, Mahoma y otros profetas de la antigüedad podudieron haber padecido epilepsia del lobulo temporal del cerebro ¿Y QUÉ PASA CON EL ALMA? Las declaraciones de expertos como Ramachandran pueden sonar polémicas, pero lo cierto es que la mayoría de los investigadores se toma los resultados con mesura, declarando que su meta es revelar el funcionamiento del cerebro y no negar la existencia de las experiencias místicas, un fenómeno complejo que no siempre puede aislarse en laboratorios o en la mente de alguien. “No quiero determinar si Dios existe o no, lo que quiero es ayudar a mis pacientes”, se defendía el neurobiólogo Olaf Blanke mientras buscaba aliviar a un grupo de enfermos terminales estimulando sus cerebros. Tenía razón: aunque la ciencia encontrara pruebas de que Dios es una fantasía… ¿cuántos dejarían de creer?


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