Andrzej sapkowski geralt de rivia iii, la sangre de los elfos

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-Niña... -gimió Vesemir-. ¿Qué estás haciendo? -Sé lo que hago -dijo cortante-. La muchacha ha caído en trance y yo voy a establecer contacto psíquico con ella. Entraré en ella. Ya os he dicho que ella es una especie de transmisor mágico, tengo que saber qué es lo que transmite, de dónde extrae su aura, cómo la procesa. Hoy es Midinváerne, una noche muy apropiada para tales intentos... -No me gusta esto. -Geralt arrugó el ceño-. No me gusta nada. -Si alguna de nosotras sufriera un ataque de epilepsia -la hechicera ignoró las palabras de Geralt- ya sabéis lo que tenéis que hacer. Un palo en los dientes, sujetar y esperar. Alegrad esas caras, muchachos. No es la primera vez que hago esto. Ciri dejó de bailar, se hincó de rodillas, extendió las manos, apoyó la cabeza sobre las rodillas. Triss apretó el amuleto que ya estaba tibio contra las sienes, murmuró una fórmula mágica. Cerró los ojos, se concentró y envió un impulso. El mar susurraba, las olas golpeaban con estrépito contra una playa rocosa, altos géiseres explotaban entre las peñas. Agitó unas alas, aprovechó un viento salado. Indescriptiblemente feliz se lanzó en picado, superó una bandada de compañeras, arañó con las uñas el peine de las olas, se alzó de nuevo hacia el cielo, derramando gotas, planeó, martilleada por el viento que hacía vibrar sus penas y timoneras. La fuerza de la sugestión, pensó con lucidez. Se trata tan sólo de la fuerza de la sugestión. ¡Una gaviota! ¡Triiiiss! ¡Triiiiss! ¿Ciri? ¿Dónde estás? ¡Triiiiss! El chillido de las gaviotas se apagó. La hechicera todavía sentía en el rostro las salpicaduras de las olas, pero bajo ella ya no estaba el mar. O mejor dicho, estaba, pero sólo un mar de hierba, una infinita llanura que alcanzaba hasta el horizonte. Triss constató con espanto que lo que veía era el panorama que se dominaba desde la cumbre del Monte de Sodden. Pero no era el Monte. No podía ser el Monte. El cielo se oscureció de pronto, alrededor se arremolinaron las tinieblas. Vio una larga fila de confusas figuras que subían lentamente por la pendiente. Escuchó unos susurros superpuestos unos a los otros y mezclados con un coro intranquilizador e ininteligible. Ciri estaba al lado, vuelta de espaldas. El viento agitaba sus cabellos cenicientos. Las figuras confusas y nebulosas seguían pasando a su lado, en una larga e interminable fila. Al llegar a ella volvían la cabeza. Triss acalló un grito mientras miraba a los rostros serenos e impasibles, a los ojos ciegos y muertos. La mayor parte de los rostros no los conocía, no sabía de quién eran. Pero algunos sí. Coral. Vanielle. Yoël. Raby Axel... -¿Por qué me has traído aquí -susurró-. ¿Por qué?


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