PALOMA REVISTA VOLUMEN 42

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Sandra tiene doce años, pesa casi setenta kilos y usa ropa de mayor talla que su madre. Su menú cotidiano incluye un mínimo de seis bebidas gaseosas e infinidad de dulces y productos de repostería industrial. En la mesa sólo come bien si hay pasta o arroz, o platos fritos. Rechaza las verduras y las frutas. Sus niveles de colesterol y glucosa son alarmantes. Su caso es un ejemplo extremo de lo que indican las últimas investigaciones: a la dieta de una alta proporción de niños y adolescentes, le faltan vegetales, frutas, cereales y legumbres, comidas integrales y pescados, y le sobran calorías, salsas, embutidos, grasas, postres, carnes rojas y dulces, además de comidas rápidas, preparadas y precocinadas. Ello hace que los niños y adolescentes sufran más problemas de sobrepeso, anemia y diabetes tipo 2 y corran más riesgo de padecer con el paso de los años desde anorexia, hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares e infarto, e incluso dolencias como el cáncer, Alzheimer, cataratas u osteoporosis. Este desequilibrio dietético se traduce en un déficit de fibra, vitaminas, minerales, aminoácidos y otras sustancias nutritivas esenciales, y una demasía de compuestos, como sodio, colesterol, en grasas saturadas, sustancias artificiales y conservantes, que en exceso perjudican la salud. Médicos nutricionistas tienen una serie de claves para enseñar a los pequeños y jóvenes a comer mejor, ahora y toda la vida: *Predica con el ejemplo. Según los estudios médicos, en seis meses, hasta el niño más desordenado en sus comidas puede rectificar sus costumbres alimenticias para siempre, pero el mayor esfuerzo para que los pequeños coman bien recae en los padres. Los niños están pendientes de todo lo que hacen los adultos: si éstos no se alimentan en condiciones, es muy difícil que consigan que sus hijos aprendan a comer bien. *Atención en todas partes. No basta con asegurarse de que la alimentación diaria de los hijos cubra todas sus necesidades de forma equilibrada, completa y variada, cuando comen en casa. También hay que controlar lo que comen en los restaurantes, donde conviene comer a la carta, eligiendo los platos más saludables, y revisar el colegio, ya que los menús del comedor escolar suelen abusar de las harinas y las grasas . *Invítalos a participar. Los niños que participan en la preparación de la comida, hacen la compra con sus padres, y al

PADRES A+

aprender a reconocer y manipular los alimentos están más dispuestos a probar nuevos sabores, lo cual contribuye a inculcarles el concepto de una dieta variada, que incluya todos los grupos alimenticios. Conviene implicar al niño en el proceso de cambio de dieta y hacerle entender que es una cuestión de salud, lo cual fomenta su responsabilidad en la elección de lo q u e c o m e n . *Negocia en la mesa. Un menú siempre impuesto no va a conseguir que el pequeño llegue a apreciar algunos platos "poco apetecibles pero necesarios" y sólo ocasiona su rechazo. Lo mejor es proponer varias opciones y llegar a un consenso familiar, para preparar recetas saludables e imaginativas, que combinen un adecuado aporte de nutrientes y sabor. *Acompáñalos en la mesa. Los niños que comen con sus padres toman menos grasas saturadas y azúcares, y más verduras, frutas y pescado, que los que se alimentan solos. Alimentarse en un entorno familiar positivo fomenta la buena digestión y enseña a disfrutar del momento; si en casa cada uno come por su cuenta, eso da a los pequeños una sensación de desorden que les crea ansiedad. Hay que dar importancia a las horas de la comida para que los niños aprendan valorarlas y n o s e l a s s a l t e n n u n c a . *Prohibido prohibir. Desterrar los dulces, los bollos, caramelos, aperitivos y postres es una política equivocada porque estimula el deseo de comer. Lo ideal es reducir la dosis, y calmar el ansia infantil de comer con tentempiés sanos, como yogures, frutas, cereales con leche, un bocadillo vegetal con pan integral. La clave es comer de todo, con moderación. Todo es cuestión de medida: comer hamburguesas ocasionalmente no es malo; el peligro es que se adopta como un hábito alimentario. *No uses la comida como recurso. Hay que evitar utilizar la comida como premio o castigo: mandar a un niño a la cama sin cenar le crea ansiedad por la comida y una relación confusa con la alimentación; y premiarle con dulces le hace pensar que esos alimentos son más valiosos y deseables. *Divide para conquistar. En lugar de concentrar el aporte nutritivo en las tres comidas grandes habituales, conviene repartir la alimentación en cinco comidas, intercalando un tentempié a media mañana y una merienda a media tarde, entre desayuno, almuerzo y cena. Ello redunda en un aporte de energía continuado al organismo y evita que pase mucho tiempo entre una comida y otra y surjan punzadas de hambre que lleven al pequeño comer "cualquier cosa y sin control”. *Un buen desayuno, el primer paso. Desayunar a toda prisa, de forma desequilibrada e incompleta, es uno de los hábitos más comunes y difíciles de erradicar, ya que de mayores, seguimos desayunando igual de mal. La primera comida, al igual que las otras, debe ser variada e incluir alimentos de distintos grupos: por ejemplo: un vaso de leche o equivalente lácteo, o bocadillo, un zumo o una pieza de fruta, y un tazón de cereales.

“La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida” -Juan Pablo II 93

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