Revista Museum 1973 | Vol II

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Ese mismo año, Filipinas pasó a ser autosuficiente en la producción de arroz por primera vez desde 1908. También en 1968, Sri Lanka (ex-Ceilán), excedió en un 13% su mayor producción de arroz hasta aquel entonces. Pakistán aumentó en un 30% su mayor producción de trigo, mientras que la India superó su zafra récord en un 12%. El área cultivada con semillas de alto rendimiento viene aumentando de forma sorprendente. De un área de apenas 80 hectáreas en la zafra de 1964-1965, el cultivo de trigo y arroz de alto rendimiento ya había llegado a 13 millones de hectáreas en 1968-69. Refiriéndose al efecto de la tecnología en México, Edmundo Flores subrayó que tanto esas variedades de alto rendimiento como sistemas modernos de cultivo constituyen la base del aumento de la renta promedio per capita que prácticamente se triplicó, pasando de US$ 200 en 1959 a US$ 560 en 1969. Entre el período de 1948 a 1952 y la presente fecha, el uso de fertilizantes de nitrógeno, fosfato y potasio en México aumentó 24, 10 y cinco veces, respectivamente. Como resultado, el Producto Interior Bruto agrícola, durante los últimos 30 años, creció a una tasa promedio anual del 4,4% a precios constantes, tasa superada apenas por países como Israel y Japón. Sin embargo, es necesario aclarar que la tecnología no puede - y no debe - ser considerada la “solución definitiva” para el atraso de la agricultura latinoamericana. La alarma ya emitida nos muestra el peligro de engañarnos con soluciones fáciles. Nuestra historia, de hecho, ilustra abundantemente el hecho de que nuevas tecnologías no siempre significan mejoramientos de las condiciones de vida de las personas. La era colonial nos mostró, de forma dramática, que los avances tecnológicos ocurrieron por medio de una estructura de trabajo esclavo. En aquel momento, la tecnología le dio su fuerza y creó un sistema que permitió la explotación vergonzosa del hombre por el hombre. Por esa razón, muchos de nosotros concordamos en que, antes de dar continuidad al desarrollo tecnológico, es necesario, por medio de cambios sociales y políticos, crear las condiciones necesarias para que esos avances técnicos realmente contribuyan a mejorar los estándares de vida y trabajo del habitante de la zona rural. Refiriéndose a esa situación, Paulo de Tarso afirma que, en nuestros países, muchas de las estrategias de desarrollo rural de la última década se limitaron a un desarrollo unilateral – el cambio tecnológico como medio de aumentar la producción y la productividad. La necesidad, por lo tanto, de crear nuevas formas de propiedad, redistribuir los ingresos de la agricultura y adoptar una nueva política en relación a la estructura de gobierno y a las formas de acceso a la cultura, fue subestimada o rechazada. Los resultados de este abordaje unilateral fueron negativos, incluso en la consecución del objetivo sectorial y, de esta manera, aunque la población haya crecido a una tasa anual del 2,9% en los períodos de 1960-62 y 1966-68, la producción aumentó apenas el 2,5%. Fue justamente una situación de ese tipo que llevó al II Congreso Mundial de Alimentos a declarar que la injusticia social es el problema más grave y fundamental en muchos países en vías de desarrollo. Esto apunta, por lo tanto, en dirección a que la distribución desigual de la riqueza, o sea, una gran proporción de la renta nacional es compartida por pocos. Esto deriva de la relación existente entre trabajo y capital, dueños e inquilinos, empresarios y trabajadores rurales. Debido a la explotación de trabajadores agrícolas y a la administración y al uso inadecuado de la tierra y de los recursos naturales, a lo que se añade el hecho de que la riqueza y los beneficios de ellos provenientes se concentran en pocas manos, poblaciones han sido condenadas a una vida de pobreza, ignorancia e inseguridad. Para lograr el progreso, el desarrollo exige el reconocimiento de la dignidad humana de los trabajadores agrícolas y de los habitantes rurales en la conducción práctica de la vida diaria, así como una relación basada en la igualdad. El criterio de progreso no es esencialmente el crecimiento del producto nacional bruto. La prueba real del progreso es la justicia que rige la producción, la distribución y el consumo de bienes entre los miembros de una sociedad, y la justicia y la caridad que prevalecen en las relaciones mutuas entre las diferentes clases de personas que integran esa sociedad. En su reciente libro intitulado Vieja Revolución, Nuevos Problemas, Edmundo Flores aborda esa situación desde un ángulo diferente. Afirma que, en la medida en que no somos capaces de crear una estructura productiva moderna capaz de suministrar alimentos, trabajo y vivienda para la gran mayoría, será necesario recurrir a la represión, con el objetivo de evitar que esa mayoría asuma el poder. La pregunta obvia es: ¿cuál es el rol del museo en relación a los problemas que aquí fueron presentados? No creo que el museo deba, en el actual estado de las cosas, limitar su acción al desarrollo apenas del aspecto científico y tecnológico, y que esa deba ser su única contribución al progreso de la agricultura. Esta es una cuestión importante y no debe ser dejada de lado, ya que el museo, de hecho, puede ofrecer una importante contribución en este campo. Sin embargo, para cumplir su tarea de forma adecuada en el medio rural contemporáneo, el museo también debe ser un factor de cambio social que, al trabajar en favor de la mayor dignidad del habitante rural, contribuirá al proceso de concienciación social, en cuyo contexto los cambios están destinados a producirse en las estructuras obsoletas que impiden la evolución real del hombre que cultiva la tierra.


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