El hijo de neptuno

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—Ahora, mi hijo Frank Zhang va a liderar la misión de liberar a Tánatos, ¿alguna objeción? Por supuesto, nadie dijo nada. Pero algunos campistas miraron a Frank con envidia, celos, enfado y furia. —Puedes llevar dos acompañantes—dijo Marte—. Esas son las reglas. Uno de ellos tiene que ser este chico. Señaló a Percy. —Va a aprender algo de respeto a Marte en su viaje, o morirá en el intento. Y en cuanto al tercero, no me importa. Escoge a quién quiera. Debatidlo en el senado. Sois bueno en ello. La imagen del dios parpadeó. Un relámpago retumbó en el aire. —Esa es mi indicación—dijo Marte—. Hasta la próxima, romanos. ¡No me decepcionéis! El dios desapareció en llamas, y se fue. Reyna se giró hacia Frank. Su expresión era de asombro y de náusea, como si finalmente hubiera conseguido escupir el ratón. Levantó su brazo en forma de saludo romano: —¡Ave, Frank Zhang, hijo de Marte! La entera legión siguió su grito, pero Frank no quería su atención. Su noche perfecta se había arruinado. Marte era su padre. El dios de la guerra le mandaba a Alaska. A Frank le habían dado más que una lanza por su cumpleaños. Le habían dado una sentencia de muerte.

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