Sitio del suceso

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Infanticidio

hacerlo. Me arrepiento. Yo no quería pero me obligaron. No puedo tenerte. Perdóname. Mi familia (Tal vez su padre la amenazó) me mata si te ve”. (¡Eso! La familia no vio el embarazo). Una faja, ropa abultada, quizás ya no iba a la escuela. Sacó la libreta y anotó: “Ir a la escuela del pueblo y revisar los registros de licencias médicas o ausencias recientes y prolongadas”. Pero podía no tratarse de una escolar. Archivó la idea. Pidió a la señora que lo dejara solo un rato. Sacó un block que traía en el bolso y empezó a dibujar. (Un trazo firme, eso. Importa el ángulo en esta profesión. Los detalles: marcarlos y enumerarlos). Su hermana tenía un talento innato para el dibujo. “Te haré un retrato. Quédate quieto. No, no te sueltes el corbatín. Quiero grabar este momento… Pronto tendrás que irte”. Los ojos inmensos de su hermana nunca los vio tan prontos a romper en llanto, pero sabía que fingiría no sentirse triste. “No llores, volveré a verte al año”. Pero no había cumplido su promesa. Se levantó e hizo otro dibujo: la pirca que lindaba con el canal. Otro: el techo de tejas de la casa con fondo de más higueras. Otro: el portón caído de un lado porque una bisagra estaba oxidada y rota. Otro: una ventana de barrotes imposibles de mover. Otro: un parrón con una mesa larga para casi doce comensales, pero en la que había una sola banca de un lado. —¿Quiere tomar un mate? La mujer había llegado sin que se diera cuenta. Llevaba en su mano un jarro o algo así. El anochecer brillaba de violeta–azul a sus espaldas. —¿Su casa fue pensión? —Sí. Después de que mi esposo se fue, tuve que rebuscármelas. Pero ahora cuido a la mamá de mi patrón. Ayer me vine temprano y cuando encontré al finaíto, casi me muero. Hasta el año pasado di pensión. Me daba mucho trabajo y no me gustó nadita que llegara tanto desconocido. —¿Tiene un registro? —No, pero tengo un cuaderno. Yo no sé escribir así que les pedía a mis pensionistas que escribieran su nombre. Guardó el block. La luz a gas y el aroma a pan amasado vinieron a recordarle que era tarde y debía comer. Sentado frente a la señora, quien sorbía un mate, empezó a pasar las hojas del cuaderno que estaba prolijamente cuidado. Leyó nombres de hombres y de mujeres, bien y mal escritos, se rio de encontrar varios chistes que jugaban con

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