El ladron de cerebros pere estupinya

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ciento de los casos si no fuera porque unos científicos costarricenses se las apañaron para elaborar antídotos contra su veneno. Es mucho más infrecuente, pero también podría picarte una serpiente de corral. Ellas representan la otra forma en que suelen actuar los venenos de las serpientes. Al i gual que las cobras, su veneno está constituido por sustancias neurotóxicas que bloquean la comunicación entre los nervios y los músculos, induciendo parálisis en la zona afectada e incluso muerte por parada respiratoria en casos extremos. De nuevo, podrías tallecer si no te suministran uno de los sueros antiofídicos preparados en este centro. Creado en la década de 1970 para luchar contra la mordedura de serpientes en Costa Rica, al poco tiempo empezó a abastecer a toda Centroamérica, y en la actualidad se ha convertido en un centro de investigación y producción que exporta sus productos a todo el mundo y publica una veintena de artículos científicos al año, algunos de ellos en colaboración con laboratorios de diversos países, como el Instituto de Biomedicina del CSIC en Valencia. El proceso de producción de los antídotos es conceptualmente sencillo: los científicos del Instituto Clodomiro Picado extraen veneno de las serpientes que acogen en su reptiliario, e inyectan pequeñas dosis a algunos de los 120 caballos que tienen en su tinca. Al cabo de unos días extraen unos 6 litros de sangre por caballo y purifican los anticuerpos que el equino ha generado contra las proteínas del veneno. Con eso, en sus propios laboratorios prepararán sueros como el que me mostró el subdirector del instituto José María Gutiérrez, específico contra las serpientes de coral. Si algún día te encuentras buceando en cualquier lugar remoto y una serpiente de coral logra abrir la boca lo suficiente para morderte e inocularte su veneno, inyectándote este suero antiofídico lograrás que los anticuerpos generados en el cuerpo de un caballo costarricense se enganchen a las proteínas neurotóxicas y las neutralicen. Resultado del primer «rascar donde no pica» sobre venómica y antivenómica: un éxito. Nunca me había pasado por la cabeza pensar cómo se fabricaban los antídotos para intentar disminuir las 125.000 muertes por mordedura de serpiente que según la OMS se producen cada año. Y tampoco si el color de una flor tenía un origen completamente diferente al de las alas de una mariposa... «Prefiero un quetzal a cinco vacas» Esto le dijo el alcalde de un poblado interior de Costa Rica a Rodrigo Gámez, director del Instituto Nacional de Biodiversidad de San José, para convencerle de su predisposición a cuidar los bosques frente a empresarios que querían explotar su territorio. El sentido era muy claro: los quetzales — pájaros preciosos que habitan en los bosques del Caribe— generaban muchos más ingresos en turismo que la ganadería o la agricultura. Cuando se habla de preservar la biodiversidad o salvar especies en peligro de extinción suelen aparecer dos posturas bastante confrontadas: unos argumentan con valores éticos y de responsabilidad frente a la naturaleza, mientras otros anteponen el bienestar humano y el progreso económico a un simple pajarito. Para los segundos, proteger la biodiversidad es un capricho de países ricos, pero un lujo para los que se encuentran en pleno desarrollo. Lejos de ser coherente, es una visión absolutamente miope que sólo ve el beneficio inmediato. Incluso en términos estrictamente


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