MEMORIAS DE UNA JOVE NFORMAL

Page 115

115

SIMONE DE BEAUVOIR

MEMORIAS DE UNA JOVEN FORMAL

La principal razón de mi encarnizamiento era que aparte de ese amor mi vida me parecía desesperadamente vacía y vana. Jacques sólo era él; pero a distancia se convertía en todo: todo lo que yo no poseía. Yo le debía alegrías, penas cuya violencia me salvaba del árido hastío en que me hundía. Zaza volvió a París a principios de octubre. Había hecho cortar su hermoso pelo negro y su nuevo peinado encuadraba agradablemente su rostro un poco delgado. Vestida en el estilo de Santo Tomás de Aquino, confortablemente pero sin elegancia, llevaba siempre sombreritos redondos hundidos hasta las cejas, y a menudo guantes. El día en que nos encontramos pasamos la tarde en las orillas del Sena y en las Tullerías; ella tenía ese aire serio y hasta un poco triste que ahora le era habitual. Me dijo que su padre acababa de cambiar de trabajo; le habían dado a Raoul Dautry el cargo de ingeniero jefe de los ferrocarriles del Estado que el señor Mabille esperaba; despechado había aceptado las propuestas que le hacía desde tiempo atrás la casa Citroen: ganaría muchísimo dinero. Los Mabille iban a instalarse en un lujoso departamento en la calle Berri; habían comprado un auto; tendrían que salir y recibir mucho más que antes. Eso no parecía encantar a Zaza; me habló con impaciencia de esa vida mundana que le imponían, y comprendí que si iba a los casamientos, a los entierros, a los bautismos, a las primeras comuniones, a los tés, a los almuerzos, a las ventas de caridad, a las reuniones de familia, a los compromisos, a los bailes, no era por su gusto: juzgaba a su medio con tanta severidad como en el pasado y hasta le pesaba más. Antes de las vacaciones yo le había prestado algunos libros; me dijo que la habían hecho reflexionar mucho; había releído tres veces la Gran Meaulnes: nunca una novela la había conmovido tanto. Me pareció de pronto muy cercana y le hablé un poco de mí: sobre muchos puntos pensaba exactamente las mismas cosas. "¡He recobrado a Zaza!", me dije alegremente cuando nos separamos, al anochecer. Tomamos la costumbre de pasearnos juntas todos los domingos por la mañana. Ni bajo su techo ni bajo el mío hubiéramos podido estar solas: e ignorábamos absolutamente la costumbre de los cafés: "¿Pero qué hace toda esa gente? ¿No tienen casa?", me preguntó una vez Zaza ante la Régence. Recorríamos las avenidas del Luxemburgo o de los Champs-Elysées; cuando el tiempo estaba lindo nos sentábamos en las sillas de hierro, al borde de los canteros. Sacábamos los mismos libros de la biblioteca circulante de Adrienne Monnier; leímos con pasión la correspondencia de Alain Fournier y de Jacqúes Riviére; a ella le gustaba más Fournier, yo estaba seducida por la rapacidad metódica de Riviére. Discutíamos, comentábamos nuestra vida cotidiana. Zaza tenía serias dificultades con su madre que le reprochaba consagrar demasiado tiempo al estudio, a la lectura, a la música, y descuidar "sus deberes sociales"; los libros que a Zaza le gustaban le parecían sospechosos; se inquietaba. Zaza tenía por su madre la misma devoción que antes y no soportaba apenarla. "¡Sin embargo, hay cosas a las que no quiero renunciar!", me dijo con voz angustiada. Temía en el porvenir los más graves conflictos. A fuerza de arrastrarse de entrevista en entrevista, Lili, que ya tenía veintitrés años, terminaría por ubicarse; entonces pensarían en casar a Zaza. "No me dejaré manejar –me decía–. Pero me veré obligada a disgustarme con mamá." Sin hablarle de Jacques ni de mi evolución religiosa yo también le decía muchas cosas. Al día siguiente de esa noche que pasé llorando, después de una comida con Jacques, me sentí incapaz de arrastrarme sola hasta la noche: fui a llamar a casa de Zaza y apenas me hube sentado frente a ella, me eché a llorar. Se quedó tan consternada que le conté todo. La mayor parte del tiempo yo lo pasaba como de costumbre, estudiando. La señorita Lambert dictaba ese año el curso de lógica y de historia de la filosofía y yo empecé por esas dos materias. Me alegraba volver a la filosofía. Seguía siendo tan sensible como en mi infancia a lo extraño de mi presencia sobre esta tierra que salía ¿de dónde?, que iba ¿adonde? A menudo pensaba en esto con estupor y en mis cuadernos me interrogaba: me parecía ser la víctima "de una prueba de prestidigitación cuyo truco es infantil, pero que uno no llega a adivinar". Yo esperaba si no dilucidarlo

115


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.