Kazantzakis, Nikos _ Del Monte Sinaí a la Isla de Venus. Apuntes de viajes

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mantas coloradas y amarillas, y ropa mojada. Los rostros de los ascetas estaban irritados y de sus bocas salían largos pergaminos ondulantes cubiertos de letras rojas: “El que ha vencido a la naturaleza se ha elevado por encima de la naturaleza”, decía uno de ellos. A su lado, San Atanasio predicaba; “¡Rebelarse contra todo: he aquí el camino de Dios!”. Y San Martiniano: “Sé bueno, hermano, en el desierto, y salva tu alma”. Santa Dorotea, subida a una columna, gritaba;”Doma tu carne”. Los gitanos habían colgado un tamboril adornado con cintas coloradas delante del icono de la Virgen y arrojado unas enaguas amarillas festoneadas de negro sobre el Santo Sudario. Sentada en el púlpito del obispo, una vieja con los ojos bizcos enseñaba el arte de leer el porvenir a tres chiquillas. Los jóvenes tocaban el tambor y bailaban; un viejo tocaba con frenesí el violín. De pronto, todo se apagó y llenando las tinieblas no quedó más que un mono. Acurrucado, con un gorro colorado en la cabeza, mondaba tranquilamente una granada podrida…

* ** Subimos hacia la Cima Sagrada, erguida como una torre, en donde Moisés vio a Dios “cara a cara” y le habló. A lo lejos se divisa la línea áspera de las cimas como si fuera crin de jabalí. El profeta dijo:” ¿Porqué os fijáis en las otras montañas cubiertas de verdor, de rebaños y productoras de queso? Sinaí es la sola y verdadera montaña, aquella en la cual descendió y aquella en que mora”. Jehová, el terrible Jeque de Israel, habita este Olimpo de los hebreos. Quema su cima como un fuego y la montaña humea.”Tened cuidado al subir a la montaña y no toquéis ninguna extremidad. Cualquiera que toque el Sinaí , hombre o animal, será castigado con la muerte. Cualquiera que vea el rostro de Dios será castigado con la muerte”. Dios es, como dijo San Atanasasio: “Fuego divino consumidor”, y Moisés: “Tenaza que lleva el carbón ardiente de Dios”. Jehová se identifica con el fuego. Los Elohims, estos innumerables espíritus que vigilan y gobiernan al mundo, se concentran en un Dios único, bravío, celoso y racial, protector de una sola tribu, la de los hebreos. Se identifica con el fuego; todo lo que se le arroja al fuego, Jehová lo devora. Los hombres ofrecen a Jehová, es decir, sus hijos e hijas primogénitos. Trepamos por los tres mil cien peldaños que conducen desde el pie de la montaña hasta la cima sagrada. Detrás de mí sigue el Padre Pahomios acompañado de Kalmuk. Los dos pintores hablan. Sencillo y cordial, el ermitaño se inclina para escuchar al artista, que, por venir del mundo, le trae grandes noticias: como se mezclan los colores actuales, cómo la pintura al óleo se seca más rápidamente, cuáles son los mejores lapices… Pasamos por debajo de una pequeña puerta abovedada excavada en la roca. En los tiempos en que los hombres, temblando de miedo, no osaban tocar la cima sagrada, un sacerdote estaba allí y les confesaba: “El que toque la Montaña de Dios, recomienda David, tiene que tener las manos inocentes y el corazón puro. Si no, morirá. Hoy, la entrada está desierta, el confesor ha muerto, la montaña ya no mata… Más arriba, pasamos por delante de la gruta en donde Elías tuvo la gran visión. No había hecho más que entrar cuando la voz de Dios se dejó oír: “Mañana tu saldrás de aquí y te detendrás delante del Señor. Entonces un fuerte viento pasará por encima de ti y pulverizará las piedras. Pero el Señor no estará en el viento. Después del viento se producirá un temblor de tierra. Pero el Señor no estará en el temblor de tierra. Después


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